Capítulo 3

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A Leo le había tocado sentarse en la segunda fila, en frente de la tutora. No era precisamente un chaval muy atento. Siempre llevaba puesta una capucha que le tapaba casi por completo el pelo, dejando solo a la vista sus puntas castañas peinadas descuidadamente hacia arriba. Era alto, bastante para su edad. Tenía una buena constitución física y se le daban genial el fútbol y el baloncesto. Él no era como Félix. Para nada. Los abusones no se metían con él. Al menos ya no. Pero nadie sabría decir si era porque le tenían miedo a él, o por la gente con la que se juntaba-tres niños del curso siguiente, que le habían ayudado la última vez que los abusones habían tenido el valor de meterse con él-. Lo que todo el mundo sí sabía era que al menos, de momento, nadie intentaría siquiera decirle algo que le pudiese ofender. Aquella mañana, tras la media hora del recreo, cada clase se fue directa al aula de la asignatura marcada por el nuevo horario-y, en caso de la clase a la que le tocase educación física, al pabellón-. En el caso de Félix y Leo era el aula de lengua castellana. Las paredes estaban pintadas de un color verde claro, y habían dos estanterías repletas de libros, sobre todo clásicos de la literatura, pero también habían libros de texto y diccionarios. El profesor era un hombre alto y con gafas azules. Llevaba una barba de color castaño, que se unía con su bigote chevron del mismo color. Era de pelo corto e iba-al menos ese día-muy bien peinado. Se presentó y les hizo un largo resumen de lo que darían ese curso y explicó cómo se distribuirían los temarios. En realidad, las tres clases después del recreo discurrieron de la misma manera-presentación y resumen del contenido del curso-, aunque Leo no prestó a penas atención. Mantuvo la cabeza agachada y tapada con la capucha-exceptuando en matemáticas, en la que el profesor se la mando quitar y prestar atención-.Al fin y al cabo, esas ya eran cosas que se verían con el paso del curso. Además, ¿qué le importaba a él el contenido? Sea como sea tendría que estudiar igual. En cuanto sonó el último timbre de aquel primer día, la mayor parte de los niños salieron escopeteados del edificio. Ni Daniel, ni Estela, ni Aitor le volvieron a sacar el tema del cristal a Félix aquel día. Él ya lo había dejado bien claro: "ciñámonos a lo acordado". Aquel día Félix y sus amigos se quedaron en sus respectivas casas. Aitor se limitó a jugar a la consola con su padrastro. Le tenía mucho cariño. ¡Qué demonios! Le quería más que a cualquiera de sus padres. Aunque eso no era muy difícil. Ellos se habían divorciado cuando él tenía tan solo 6 años. Y, en verdad, ambos tenían su parte de culpa. Pero a Aitor no le gustaba pensar en ese tema. Sólo quería pensar en pasar un buen rato con su padrastro jugando al gran turismo en la play station 2. Pero lo ocurrido el día anterior con el aquel cristal se adueñaba de sus pensamientos cada vez más. Mientras tanto, Estela se dedicó a jugar al bádminton en el patio de su casa con su madre. Su padre estaba trabajando. Era guardia civil y eso hizo que Estela se replanteara contarle lo del cristal, pero decidió hacerle caso a Félix. Daniel pensó un poco en lo ocurrido, pero fue incapaz de llegar a ninguna conclusión. Félix sentía una sensación extraña y nueva en su cuerpo. Como si tuviera más energía de lo normal. Pensó en el cristal. Tenía que ser eso. Desde que había ocurrido lo del cristal, Félix había sentido que algo había cambiado. Se pasó un buen rato dándole vueltas, pero no encontró ninguna explicación lógica. Pero... ¿Y si la respuesta no tuviera que ser lógica?
Los cuatro se acostaron más temprano de lo habitual, como si quisieran olvidar ese día y empezar de cero. Aunque ellos sabían, en el fondo, que eso era imposible. Lo que no sabían en ese momento era lo que iba a ocurrir esa misma noche...
A la mañana siguiente, Félix se colocó las gafas para ver qué hora era. Pero cuando vió su reloj despertador se dió cuenta de que algo fallaba. Los números estaban borrosos y fue incapaz de descifrarlos. Pero no solo los números. Veía todo borroso en general. Se quitó las gafas para limpiarlas, y entonces se dió cuenta de que veía mejor sin ellas. ¡Qué mejor! Veía perfectamente. Se quedó pasmado y, tras unos segundos, se frotó los ojos suavemente con los puños cerrados y se volvió a poner las gafas. Seguía viendo borroso a través de ellas. Probó a quitárselas de nuevo y comprobó que veía a la perfección. Dejo las gafas en la mesilla y bajó a la cocina para hacerse el desayuno. Cuando cruzó la puerta casi se chocó con su madre.
-¿Otra vez despierto a estas horas?¿Qué pasa, no duer...?-su madre se quedó un momento pensativa, escrutando de arriba a bajo la cara de su hijo-Oye...¿Y tus gafas?
-Ah. Me he puesto las lentillas-improvisó él.
-Pero si no tienes lentillas.
-¿En serio?-Félix se quedó congelado unos segundos, aunque en realidad estaba pensando, y luego corrigió-Sí, sí que tengo. ¿No te acuerdas? Me las habías comprado hace tiempo porque te había dicho que las gafas me molestaban. Lo que pasa es que nunca las usé.
-Y si me pediste que te las comprara, ¿por qué nunca las usaste?
-Eh... Las estoy usando ahora. ¿No sirve?
Su madre frunció el ceño, tal y como había hecho su tutora la mañana pasada. Félix no esperó ni un segundo más y se coló a un lado, entre su madre y la puerta.
Ese día volvió a llegar temprano a la parada del bus, pero esta vez decidió no sentarse en el banco que descansaba, vacío, en medio de la parada-en buena medida por lo ocurrido la última vez, pero también porque no le gustaba que se fijasen en él-.
-Hola palillo-le saludo Eloy cuando llegó-. Parece que no estás durmiendo bien estos días. ¿Qué pasa? ¿Prefieres dormir en clase?
-Eso no es de tu incumbencia-le respondió él, sorprendiéndose de su propia valentía.
-Vaya vaya. Parece que dormir menos te vuelve más valiente de lo normal-y con una sonrisa añadió-¿No te acuerdas de lo que pasa cuando te pasas de valiente? Porque creo que deberías de recordarlo.
Félix se quedó bloqueado, mirando fijamente a Eloy.
-Remángate-ordenó Eloy.
Félix siguió sin responder.
-Te estoy diciendo que te remangues-repitió.
Cada vez se unía más gente a observar la escena.
-Cosme, Jaime. Agarradle por detrás.
Cosme obedeció enseguida. Jaime vaciló un poco. Pero al ver la mirada que le echaba Eloy aceptó a regañadientes. Esta vez era ya toda la parada la que estaba mirando a Félix y a Eloy. Félix trató de soltarse, pero no fue capaz. Aún no. Entonces, con Félix inmovilizado, Eloy le cogió el brazo derecho, el cual estaba siendo agarrado por Cosme, y recogió su manga hasta el hombro. Eloy le señalo una cicatriz que tenía en el brazo.
-¿Ya lo recuerdas?
En ese momento llegaron sus amigos y salieron corriendo hacia Félix y Eloy-el primero aún seguía forcejeando por soltarse-. Cuando Eloy los vió, ordenó soltarle. Los tres ayudaron a Félix a levantarse.
-¿Estás bien?-preguntó Daniel.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora