Félix no se sorprendió cuando, al mirar su reloj despertador, se informó de que aún eran las ocho menos diez. Aunque tan solo era el tercer día de rutina ya se había acostumbrado a levantarse temprano. Se había acostumbrado a ello igual que lo había hecho a no llevar gafas. Igual que a llegar temprano a la parada del autobús. Igual que a sentarse en el suelo de esta y a esperar la llegada de Eloy.
Ese día no tocaba lengua y Félix sintió un alivio irracional. Un alivio a no tener que volver a sentir esa sensación hasta el lunes-en el que la tenía a segunda hora-.
El día anterior había acordado con sus amigos volver a verse en el descampado esa misma tarde, para intentar averiguar qué más poderes le había dado ese cristal.
Leo, por su parte, había ido en bicicleta hasta el instituto. Quería seguir a esa cosa-fuera lo que fuese-hasta su casa. Si es que tenía casa. No quería atraparla ese mismo día. No. Eso sería demasiado arriesgado. La espiaría durante unos días y, cuando diese con la manera, la atraparía. Pero aún así se tomó sus precauciones. Había cogido la escopeta monotiro que su padre guardaba en el sótano. Tardó un buen rato en encontrarla la tarde anterior-estaba guardada dentro de una caja de cartón que ponía "cosas de papá" con permanente. "Un legado de mierda" pensó Leo. Y esta caja, a su vez, estaba enterrada bajo un montón de más cajas descuidadamente apiladas-y la había metido desmontada junto a una caja de balas en el bolsillo grande de su mochila. El estuche, la agenda y las libretas que necesitaba para ese día las había metido en el bolsillo mediano, para que nadie viese la escopeta cuando cogiese lo que necesitaba. Se podía meter en un lío enorme si le pillaban-estaba rotundamente prohibido traer armas a un instituto, y mucho menos una escopeta-.
Al llegar, aparcó su bicicleta y la enganchó con candado para que nadie se la robase. Todavía quedaban unos diez minutos para que sonase el timbre, pero sus amigos ya habían llegado y dos de ellos-Gabriel y Unai-estaban charlando frente al aula de tecnología. El tercero-Juan-estaba sentado junto a ellos, con la vista pérdida en el suelo. Leo les saludó, se sentó al lado de Juan y le colocó una mano sobre su hombro derecho.
-¿Qué te pasa? ¿No has dormido bien?
-La verdad es que no mucho-le contestó con voz apagada.
Leo le dió unas palmaditas en el hombro.
-Hay que jugar menos a la play, eh-dijo para que sonriese un poco, pero su expresión se mantuvo impasible.
Los niños comenzaban a llegar y sus voces invadían ya todo el edificio. De pronto, Leo se acordó de lo que les quería preguntar.
-Oye, ¿tenéis hoy clase con la nueva de lengua? Creo que se llamaba... Eh...
-¿Carolina?-aventuro Unai con una ceja enarcada.
-Sí. Esa.
Gabriel sacó el horario de la mochila y le echo una ojeada rápida.
-Pues si. A penúltima. ¿Por?
-Es que esa tipa me da mal rollo.
Gabriel se encogió de hombros.
-Yo todavía no he tenido con ella. Sólo nos toca con ella lunes, martes y viernes.
De pronto Leo escucho unos quejidos a sus espaldas y giró bruscamente la cabeza. Entonces vio cómo Artai-un enorme cabrón de 3°-elevaba por el cuello de la camiseta a una niña. Por un momento Leo estuvo a punto de lanzarse, pero Unai le agarro por el brazo.
-Tranquilo-susurró.
Leo respiro profundamente y luego se sentó de brazos cruzados-aunque no era consciente de que los había cruzado-.
-No le tengo miedo-refunfuñó en bajo.
-Lo sabemos-respondió Unai-, pero ellos ya te han dejado en paz...
-No fue por cortesía.
-Ya, pero si andas a meterte con ellos irán a por ti.
-Entre los cuatro podemos con ellos. Ya hicimos algo parecido una vez.
-Pero ahora mismo todos te tienen en el punto de mira. Si ven que aunque sea uno de ellos va a por ti aprovecharán para ir todos. Y entonces ya la jodimos. ¿Entiendes?
Leo asintió a regañadientes.
-Además, ¿no quieres defender a tu hermana? Pues si nos venciesen y te volviesen a ver débil ya no podrás seguir auyentándolos.
Leo se calló. Unai tenía razón. No podía proteger a todos. Y le daba mucha rabia no poder ayudar a la gente que recibía bullying. Pero se sentó forzosamente al lado de Juan.
Artai empujó a la niña y está cayó de espaldas al suelo. El golpe resonó con fuerza. Trató de incorporarse, pero resbaló y se volvió a caer en medio de las risas de los abusones. Volvió a intentarlo con éxito y se apartó de ellos con la cabeza agachada. Se sentó al lado de Leo. No le miró. Pero él a ella sí. Era bajita. Tenía el pelo negro y largo y le caía en medio de la cara. Leo adivinó que estaba llorando, y eso le hizo sentir mal. Se incorporó y fue hasta el aula de gallego, donde estaban amontonados los niños de 1° de la ESO-la clase de su hermana-en dirección a Laura. Esta estaba en una esquina hablando, como siempre, con Mateo, un niño paralítico y que, al parecer, era su único amigo. Laura tenía las manos metidas en los bolsillos y Mateo sostenía un libro en su regazo. Al acercarse pudo ver que era de Stephen King. En concreto, Christine.
-Oye, Laura.
Ella se sobresaltó-no estaba muy acostumbrada a que alguien que no fuese Mateo le hablase.
-Joder. ¿Qué pasa?
Leo soltó una risilla.
-Perdón, perdón. No era mi intención asustarte. Sólo venía a preguntarte si hoy tenías lengua.
La niña enarcó una ceja, pero enseguida se dio cuenta de por qué lo preguntaba.
-Pues sí. A tercera.
-Mierda-musitó Leo para si.
-¿Por?
-Nada.
Leo se dió la vuelta y volvió a donde estaban sus amigos. Esa niña seguía sentada en la misma posición de antes. Se volvió a colocar entre Juan y la desconocida, pero esta vez en completo silencio. Su idea le estaba saliendo mal. En cuanto acabase la penúltima hora la "profesora de lengua" se iría a casa-si es que no tenía con ninguna otra clase a última hora- y ya no la podría seguir.
El timbre sonó y Leo se fue al aula de biología y geología. Un niño llegaba a última hora y apoyó la espalda contra la pared del aula.
-Pobre-susurró Estela cuando lo vio.
-¿Por?-preguntó Félix sorprendido.
Los tres voltearon la cabeza hacia él al unísono.
-¿No ves las noticias?
-A la hora de comer.
-Me refiero a esta mañana.
-No. ¿Qué ha pasado?
-A la 1 de la mañana su madre oyó un grito proveniente de su habitación-comenzó Estela en voz baja, con la mirada puesta en ese niño-y fue a ver. Cuando entró no había nadie. Empezó a llamar por él, pero no contestó. Entonces el padre se despertó también y la mujer le contó lo que había pasado. Llamaron a la policía y cuando llegó la patrulla les contaron lo sucedido. Hicieron una búsqueda por los alrededores. Al principio creían que había salido por la ventana, aunque estaba cerrada y con la persiana bajada cuando la madre entró en el cuarto. Un guardia se había quedado al lado de la puerta de la habitación del niño por si decidía regresar. A eso de las 2 y media entró a ver por si había decidido volver, y se lo encontró en su cama destapado y durmiendo como si nada. Lo despertaron y le hicieron algunas preguntas, pero no sabía de qué estaban hablando. Luego le hicieron algunas preguntas más a sus padres. Hoy le harán más. El caso, de momento, sigue abierto. Aunque dudo que den con la respuesta.
-¿Por?
-¿No te resulta un poco extraño que de repente un cristal caiga del cielo y que te dé poderes? ¿Que justo después nuestra tutora puede no ser quién creíamos y que un niño desaparezca en medio de la noche sin dejar rastro y aparezca sin más?-preguntó Estela en un tono todavía más bajo.
Los cuatro se miraron entre si. Una mirada de entre miedo y preocupación.
Esta vez las clases se les hicieron todavía más pesadas y largas. Cuando llegó el recreo incluso Félix creyó que ya tocaba irse a casa. Se sorprendió al darse cuenta de que aún quedaba media mañana por delante. Eloy lo aprovechó para burlarse de él y darle un fuerte empujón hacia delante. Esta vez, Félix cayó al suelo con un golpe seco. Por un momento estuvo a punto de devolvérselo por la espalda, pero sus amigos le calmaron.
Ese recreo le tocaba hacer guardia a Carolina, la nueva profesora de lengua. Cuando Leo la vio, se llevó un pequeño susto. Se sentó donde siempre-al lado de sus amigos de 3°-, pero no le quitaba el ojo de encima a ella. Estaba absorto en la tutora, y sus amigos lo notaron. No dijeron nada. Juan seguía deprimido y sin pronunciar palabra y, a pesar de lo despistado que estaba, Leo se dió cuenta. En un momento dado, la profesora se metió por la parte de atrás del edificio. Ahí no solía ir nadie más que algunos niños a fumar a escondidas y ciertas pandillas de vez en cuando para hablar de temas importantes y de los que no se podía enterar nadie. Pero esa vez estaba vacía y Leo lo sabía, puesto que la gente que la frecuentaba ahora mismo se encontraba en la parte delantera-jugando al fútbol o hablando entre ellos-y nadie más se pasaba por allí. Entonces, ¿qué hacia ella ahí? Leo se levantó mientras Gabriel le estaba contando una anécdota de la tarde anterior y se decidió a seguirla diciendo "esperadme un momento". Gabriel iba a protestar por dejarle con la palabra en la boca, pero decidió callarse.
Cuando Leo llegó a donde estaba ella, se quedó de piedra. Estaba de pie y le indicaba con el dedo índice que se acercara. Ahora lo comprendía, lo había hecho para hablar con él. Leo vaciló unos segundos, pero al final se decidió a acercarse. Ella le miraba con una expresión muy seria.
-¿A cuánta gente se lo has contado?
-A...-Leo estuvo a punto de contestarle que se lo había dicho a Laura, pero se dió cuenta de que eso sería ponerla en peligro-A nadie. Ni siquiera estaba seguro de lo que había visto.
En ese momento los ojos de Carolina se iluminaron de un color azul claro y brillante.
-Mientes-Leo se quedó de piedra-. Se lo has contado a Laura. ¿Quién es ella? ¿Es la de 1° de la ESO?
-¿Cómo...?
-Como lo haya sabido no es asunto tuyo.
Los ojos de ella volvieron a su color castaño habitual. Leo estaba asustado. Muy asustado. Por un momento no supo si era buena idea preguntárselo, pero no pensó y simplemente se lo preguntó.
-¿Qué eres?
Carolina le miró fijamente.
-Eso tampoco es asunto tuyo. Ni se te ocurra contárselo a nadie más. Y asegúrate de que esa tal Laura mantenga la boquita cerrada. Si sigues mis instrucciones todo acabará pronto. Pero si esto llega a oídos de más gente...
-¿Qué harás?
Ella se acercó más a él. Leo pudo sentir su respiración en la cara. Era muy agitada. Sabía por experiencia que estaba nerviosa.
-Cierra la puta boca y ya veremos qué hago contigo y con esa tal Laura.
Carolina regresó a paso lento a la parte delantera del instituto. Leo aún tardó unos minutos en volver. Tenía miedo. No por él, sino por su hermana. Esta vez había metido la pata hasta el fondo.
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Desde lejos de la Tierra
Science FictionCuando un pequeño concello gallego es atacado por una amenaza que proviene de fuera de la Tierra, un grupo de niños tendrá que descubrir qué es lo que está pasando. Pero ellos no son los únicos que son conscientes de la situación. Un chico de su cla...