Capítulo 9

5 0 0
                                    

Félix se tomó unos minutos para descansar y recuperarse sentado en la hierba. Daniel se había preocupado al principio, pero tras ver que su amigo se recuperaba con éxito y una velocidad impresionante se tranquilizó. Los tres esperaron a Félix mientras debatían sobre lo próximo que hacer. Escucharon un leve quejido a sus espaldas y, cuando se volvieron, vieron a su amigo levantarse con un pequeño esfuerzo. Corrieron para ayudarle, pero el muchacho les hizo un gesto con la mano para que le dejasen hacerlo solo. Estela se alegró de que quisiera hacerlo sin ayuda.
-Ya hemos pensado en lo siguiente-le informó Daniel-. Si te parece bien, claro.
Félix asintió distraídamente.
-¿Lo qué?
-Le hemos estado dando vueltas-explicó Estela-y hemos decidido continuar con la invisibilidad.
El niño despertó de su abstracción en cuanto escuchó esto.
-Cerca de la casa de mi madre vive una pareja de ancianos. La mujer pasa la mayor parte del tiempo fuera, pero el señor está casi todo el tiempo dentro, normalmente en el patio o dentro, viendo la tele. Tienen un Pit Bull bastante agresivo-esta vez era Aitor el que hablaba-. Supongo que será porque lo tratan bastante mal y apenas lo sacan a pasear-el niño suspiró compadeciente-y habíamos pensado que te podrías meter y...
-¿Y qué pasa con el dueño? ¿No me verá?-le interrumpió Félix preocupado.
-No te preocupes por el dueño. De él ya nos encargamos nosotros. Pero ahora céntrate en el perro. Te podemos ayudar a entrar sin que te vea, pero tendrás que esperar un rato para salir. Iremos a buscarte y saldremos pitando. Él no te verá. Los que sí, esperemos que la mujer no esté también en casa.
-No, no. Lo siento. Eso ya es demasiado-negó él enérgicamente moviendo el dedo índice negativamente y con una risita nerviosa, más de terror que de alegría.
-Pero si tienes autocuración...
-¿Y? Me va a doler igual.
-Bueno-cedió Daniel-,¿Y a ti qué se te ocurre?
Félix meditó durante un buen rato, pero no dijo nada. No era que no se le ocurriera ninguna idea, pero ninguna de estas le convencía. A pesar de todo, la idea del Pit Bull le seguía pareciendo una completa y arriesgada locura. "Pero si tienes autocuración..." Si, tenía autocuración, pero no le apetecía que un Pit Bull agresivo le devorase. Además, ¿qué pasaría si alguien le veía? No utilizando sus poderes, sino corriendo y gritando como un pirado. Pensarían que se le había ido la olla. A ver, hace tan solo unos minutos había saltado por la ventana de la habitación de su mejor amigo, así que tampoco irían muy desencaminados.
-¿Y bien?-le inquirió Daniel-. Si quieres lo podemos dejar por hoy.
-No-le contestó Félix, pensando en que se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir-. La idea del perro está bien-la sonrisa de Daniel se ensanchó súbitamente. Era en esos momentos en los que a Félix le parecía que su amigo estaba completamente ido. Pero antes de este que pudiera decir nada, Félix se adelantó-, pero primero deberíamos merendar.
-Mi casa es tu casa-dijo Daniel-. Podéis merendar aquí-concluyó el niño dirigiéndose esta vez a todos.
-Yo no tengo móvil para avisar.
-Pues menos mal. Sino se habría reventado cuando te la pegaste. Pero tranqui, puedes utilizar el fijo-Daniel hizo una seña con el pulgar a la pared de su casa-. Supongo que te sabes el número de tu madre, ¿no?
Félix asintió.
-Claro. Me se el vuestro. ¿Cómo no iba a saberme el de mi madre?
-¿Sabes dónde está?
-En la cocina, al lado del microondas, ¿no?
-Exacto.
El chaval se fue y los tres restantes se quedaron fuera. Estela se alejó de Aitor para llamar y cada uno telefoneó a su casa-excepto Daniel, claro, que ya estaba en la suya-. Félix apareció por allí al cabo de un par de minutos. Al llegar a la altura de sus amigos Aitor aún seguía hablando. Pudo adivinar que la que estaba al otro lado de la línea era su madre. Terminó con un seco "chao" y colgó sin esperar respuesta. Daniel y Estela le dedicaron una mirada expectante.
-Bueno, ¿qué hay para merendar?-dijo Aitor frotándose las manos tras guardar el móvil en el bolsillo.
-Hay una barra de pan a algo más de la mitad que sobró de la comida. Nos la podemos repartir, aunque los bocadillos salgan muy pequeños. Hay fiambre en la nevera-Daniel se quedó pensando unos segundos-, creo que chorizo y mortadela. Luego hay fruta de sobra para los cuatro y en la nevera yogures naturales y de fresa.
Estela lanzó un silbido de impresión.
-Pues para solo ser dos viviendo aquí no os falta comida.
-Ya, bueno...-le contestó Daniel como quién recibe un halago.
Un hora después y tras darle una última vuelta al plan ya estaban de camino hacia la casa del viejo. El trayecto que distanciaba las dos casas no era muy largo, pero a ellos-sobre todo a Félix, que tenía los nervios a cien-se les hizo eterno. Tardaron veinte minutos en llegar, pero al niño le parecieron veinte mil. Muy cerca de la casa habían unos contenedores de basura. Félix se escondió tras el verde, que estaba a rebosar, a pesar de que aún quedaba día por delante. Los otros tres, por su parte, habían recogido durante el trayecto una piedra cada uno. Se colocaron delante del portal de la casa y cada uno lanzó su piedra con todas sus fuerzas contra este. Al escuchar el ruido el anciano-que se encontraba sentado en una silla de jardín tomando un té en una mesa de madera-se levantó con ayuda de su bastón y fue a paso apurado hacia el portal. El perro había empezado a ladrar con fuerza cuando las piedras impactaron contra el portal. Desde fuera, los muchachos escucharon como el hombre le mandaba callar bruscamente y el pedazo de Pit Bull obedeció casi al instante. Abrió el portal y los tres niños retrocedieron un par de pasos.
-¿Qué hacéis, insensatos?
-Molestarte. Es que nos aburríamos-contestó Daniel con una libertad impresionante.
La cara del señor se tornó en una expresión de auténtica ira. El viejo empezó a avanzar apoyado en su bastón hacia los tres niños.
-¿Aitor?-entonces su rostro se inundó por una sonrisa maliciosa- Conozco a tu madre,¿lo sabías? En cuanto la vea le voy a contar lo que estáis haciendo. Y vosotros-dijo dirigiéndose a los otros dos amigos-descubriré donde vivís. Preparaos.
-Me importa una mierda lo que tú le digas a mi madre-contestó Aitor mientras la cara del anciano volvía a la expresión de ira y avanzaba otros cuatro pasos. Los tres chavales retrocedieron lo mismo que avanzó el viejo.
Félix aprovecho este momento para entrar en la finca. El perro pareció no darse cuenta de su entrada. Estaba metido en una caseta de madera hecha a mano y con los tablones mal clavados. Delante de esta había un cacharro de pienso casi vacío y un cuenco con agua para el animal. Los niños vieron a su amigo entrar y, en ese momento, recogieron del suelo unas piedras más y las lanzaron hacia el buzón del hombre, que se encontraba vacío y ya de por si abollado por la derecha. Después echaron a correr despacio, para que el señor pensase que los podía coger e invitándole a ir tras ellos. El anciano cerró el portal y se echó a por los niños. Cuando ya estuvo suficientemente alejado, Félix silbó fuerte. El Pit Bull alzó las orejas y se levantó con un imponente ladrido.
-Ven, bonito. Ven-le llamó el niño.
El animal echó a correr tras él y Félix no perdió ni un segundo en hacer lo mismo. Normalmente Félix no era un corredor precisamente expléndido, pero aquella vez corría como nunca antes. Pero, a pesar de esto, el perro se acercaba cada vez más a él y, al pasar un rato, Félix empezó a cansarse y sus piernas iban perdiendo velocidad de manera lenta, pero prograsiva. Por otra parte, los amigos se detuvieron delante de la casa de Aitor y volvieron la mirada. El señor estaba a punto de alcanzarles. Su madre estaba trabajando y no había nadie en casa. Su padrastro probablemente hubiese salido a dar un paseo o al bar a tomar unas cervezas-era típico de él salir con sus amigos a tomar unas cervezas los fines de semana-. Aitor escaló el portal velozmente y sus amigos le imitaron. El anciano golpeó el portal con su bastón de madera unas tres o cuatro veces y les ordenó inútilmente que salieran. El perro de Aitor-Greg-salió a recibirlo. Por unos momentos, Aitor temió que su padrastro estuviese en casa y saliera de a fuera para ver qué estaba pasando, puesto que él debería estar en la casa de su padre-los fines de semana se iba con él, que también tenía una casa en Sollada, aunque algo alejada de la de su ex, mientras que por la semana se quedaba con su madre-. No era que tuviera miedo del lío en el que se podía meter. Su padrastro era una persona de confianza. Una de esas personas con las que puedes contar si estás en un marrón. No. Lo que le preocupaba era que pudiese pensar que él era un gamberro o una mala persona. Y aún por encima no le podía decir lo que estaba ocurriendo de verdad-no quería meterle a él en aquella historia-y eso podía complicar un poco las cosas. El viejo le dio una violenta patada al portal y se fue refunfuñando cosas como "malditos críos" o "esperad a que hable con vuestros padres". Aunque Aitor sabía perfectamente que ese señor no iba a hablar con los padres de ninguno de ellos. Era de esas personas que hablan mucho, pero que luego se olvidan de lo que habían dicho el día anterior, como cuando tienes resaca y te olvidas de lo que has hecho la noche anterior. No exactamente, pero al menos algo muy parecido. El animal ya estaba a tan sólo unos centímetros de Félix, y él empezó a asimilar que la cosa iba a acabar mal. Cerró los ojos, exhausto, y notó que algo se apoderaba de él. Algo que esos últimos días había notado dentro de él y que también notó cuando paró el camión aquella vez. El muchacho sintió que perdía el control de sus movimientos. Sentía el aire en la cara, pero no era consciente de qué estaba haciendo. Según sus cálculos-o al menos los que había hecho antes de perder el control de si mismo-el perro ya le debería de haber atrapado, pero no lo había hecho todavía. Seguía ladrando, eso sí lo sabía. Poco a poco, el niño iba recuperando la consciencia de sus actos, y entonces se dió cuenta de que seguía corriendo, pero esta vez a más velocidad que antes. A mucha más velocidad que antes. Era como si sus piernas se movieran solas y, en ese momento, se dio cuenta de que un aura azul le cubría de pies a cabeza. El mismo aura que le había cubrido cuando paró el camión. Pero en cuanto se dio cuenta de esto el aura desapareció y el niño cayó exhausto al suelo.
Se despertó un par de minutos después al notar que algo húmedo le tocaba el brazo. Abrió los ojos, aún abatido, y vio como el perro daba un salto hacia atrás acompañado de un fuerte ladrido, al que le siguieron más. El Pit Bull tenía miedo. Lo más probable era que el perro le hubiese ladrado durante largo rato y, cuando creyó estar seguro de que el niño no se movía, se había acercado a olerle, y fue el contacto de su nariz lo que le había despertado. Pero no tuvo tiempo de pensar el ello, ni siquiera lo tuvo de pensar en cómo librarse del chucho, porque el portal se abrió y varias personas estaban entrando. El perro salió disparado mientras ladraba hacia el portal. Entonces Félix escuchó la voz de Aitor diciendo "toma, chulo" y a los pocos segundos vio a sus amigos aparecer por ahí. Él se encontraba en medio del patio trasero, tirado en el suelo. A pesar de lo cansado que estaba se levantó ágilmente y se fue corriendo de allí con sus amigos. Antes de salir pudo ver al animal devorando con entusiasmo una lata de comida húmeda para perros. Los cuatro amigos, juntos otra vez, doblaron a toda velocidad la esquina y se metieron en una cafetería para esconderse, en cuyo cartel de entrada ponía "CAFETERÍA GARCÍA", por el apellido de su dueño.
El plan, en realidad, había sido bastante simple-y peligroso a la vez-. Daniel, Estela y Aitor alejaron al anciano de la casa haciendo que les siguiera, corriendo a muy poca velocidad, para que pensase que los podía coger, mientras Félix entraba y ponía en marcha su parte. Un vez llegado a la casa de Aitor, tras saltar el portal, este cogió de la cocina una lata de comida húmeda de su perro y, cuando el viejo se fue, ellos volvieron al escalar el portal y adelantaron al señor, que se dirigía de nuevo a su casa, pero esta vez a toda velocidad. Después entraron en la casa del anciano-a este no le había dado tiempo a fechar la portal, por lo que no hubo problemas para entrar-y despistaron al perro con la comida mientras ellos salían de allí con Félix, y se escondieron en la cafetería, donde el anciano no les encontraría.
-¿Ha funcionado?-le susurró Estela una vez a salvo.
Félix miró a los tres amigos a la vez.
-Tenemos que hablar. Pero en privado.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora