Capítulo 1

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El verano del año 2011 estaba tocando a su fin. Al día siguiente los niños volverían a madrugar y la rutina estaría de vuelta otra vez. Las paradas de autobús se llenarían de nuevo. Todo regresaría a la normalidad. Pero aún quedaba un día. Y las calles de Sollada-un pequeño concello gallego comprendido entre Tomiño y Tui-aún albergaban niños disfrutando de ese último día. La esencia de las vacaciones ya había desaparecido, de acuerdo, pero los niños aún disfrutaban a esas horas de la tarde.
En esos momentos Félix seguía jugando con sus amigos en el descampado. Él era un niño bajito, de pelo negro y corto, ojos marrones y gafas rojas. Y puede que fuera un auténtico coñazo llevarlas, pero era mejor que aguantar un grado 2 de miopía en el ojo derecho y un 1,75 en el izquierdo. Era muy introvertido, pero sus únicos tres amigos eran buenos amigos de verdad. Daniel era su mejor amigo. Tenía el pelo rubio con corte de tazón y ojos castaños. Luego estaban Estela, que tenía el pelo rubio y rizado-normalmente recogido en una coleta alta-y unos enormes ojazos de color verde, y Aitor, que llevaba el pelo castaño y corto y era de ojos marrones. Ambos comenzarían a cursar 2⁰ de la ESO al día siguiente, pero eso no parecía importarles en absoluto. Simplemente querían disfrutar de esas últimas horas del día antes de que empezasen de nuevo las clases. Y, aunque en realidad no les gustaba el fútbol, pasaban un buen rato entre ellos. Félix era especialmente malo-no era muy fanático de los deportes, pero la diversión del momento lo compensaba-, aunque Daniel no se quedaba atrás. Ambos iban en el mismo equipo, e iban perdiendo por goleada, aunque habían conseguido marcar al menos un gol-más por qué les dejaron que porque ellos fueran capaces-. Aitor estaba a punto de marcar el 9⁰ gol para su equipo. Se acercó rápidamente a la portería y chutó con todas sus fuerzas, y sólo eran unos pocos centímetros los que separaban el balón de la portería cuando algo impactó a su lado y lo envió volando en dirección contraria. Ese objeto-sea lo que fuera-había dejado un pequeño boquete en el suelo, justo al lado del palo derecho de la portería. El primero en acercarse-con un paso lento y cuidadoso-fue Aitor, al que le siguieron Estela y Daniel. Félix se acercó el último. Y fue entonces cuando los cuatro pudieron ver cual era el objeto que había chocado en su pequeño e improvisado campo. Era un cristal. Un cristal con un brillo azul claro misterioso que parecía provenir de dentro de si mismo.
-¿Qué es esa cosa?-preguntó Daniel.
No hubo respuesta.
-Perece una piedra... Un momento, ¿es una piedra espacial?-insistió él.
Esta vez los tres se quedaron mirando hacia él con una expresión interrogante.
-¡Qué va! A saber de dónde sale-le contestó Aitor.
Félix se quedó mirando fijamente el cristal. Parecía estar hipnotizado por él y, en un impulso inconsciente, decidió cogerlo. Los cuatro observaron atentamente cada movimiento de su amigo, y sus ojos casi se les salieron de sus órbitas cuando el brillo azul del cristal fue desapareciendo poco a poco, hasta que este se volvió completamente transparente. Y, en ese momrnto, Félix lo solto, como si algo grave hubiera pasado.
Hubo un silencio interminable. Una vez que los tres espectadores asimilaron lo ocurrido se decidieron a hablar.
-¿Es... Estás bien?-tartamudeó Daniel.
No hubo respuesta.
Aitor le tocó el hombro con intención de zarandear un poco a su amigo, pero en el momento en que Félix sintió el contacto, reaccionó con un sobresalto. Aitor dio un saltito hacia atrás.
-¡Joder, que susto! ¿Estás bien?
-Creo... Creo que sí-se limitó a responder con un tono indeciso.
Félix caminó hacia el balón-a paso tranquilo, como si nada hubiese ocurrido-y lo cogió.
-¿Terminamos la partida?-preguntó tranquilamente.
Esta vez fueron ellos quienes tardaron en reaccionar.
-Pero... ¿Qué te ha pasado?-interrogó Estela.
-No lo sé. Habrá sido la sorpresa del momento.
-Me refiero a por qué el cristal perdió el brillo que tenía antes de que lo cogieras. ¿Deberíamos ir a la policía local a contárselo?
Félix la miró sorprendido.
-No creo que haga falta. Estoy bien. En serio. Si es algo de lo que nos debamos enterar, nos enteraremos. Mientras tanto es mejor cerrar la boca. Además, ya sabes cómo son nuestras madres. Se preocuparían demasiado. Hazme caso. Es mejor no decir nada.
Estela lanzó un suspiro prolongado.
-De acuerdo, de acuerdo.
Félix dejó el balón en el suelo y lo pisó con el pie derecho. Después hizo un gesto con la cabeza hacia la portería. Los demás parecieron entenderle, porque volvieron a sus puestos a paso apurado. Y así siguieron jugando hasta las 8, hora en que regresaron cada uno a sus respectivas casas y, tras una ducha para quitarse el sudor de encima, cenaron y se fueron a dormir más temprano de a lo que estaban habituados en esos largos y calurosos días de verano.
Aquella noche, cada uno en su respectiva cama, los cuatro le dieron vueltas una y otra vez a lo ocurrido. Tal vez deberían haberle contado a la policía local lo ocurrido, y que ellos decidieran qué hacer o a quién llamar. Tal vez... Tan solo tal vez. Estos pensamientos invadieron completamente el cerebro de los cuatro niños hasta que el sueño les venció. Y entonces dejaron de pensar en ello... por esa noche.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora