Capítulo 5

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La comida se le hizo larga. Prácticamente no habló más que para decir "que aproveche"-lo cual no obtuvo más respuesta que la de Laura-. Estaba absorto en sus pensamientos. En cómo explicarle a Laura lo que había ocurrido. Finalmente, terminó de comer y, sin pronunciar palabra, se levantó; enjuagó su plato, vaso y cubiertos, y los metió en el lavavajillas. Ese día comió poco. Tampoco tenía mucha hambre después de ver a esa cosa. Cuando Laura también terminó de comer-fue la segunda en acabar-y de lavarse los dientes Leo la guió hasta su cuarto y se sentó en un extremo de la cama. Le indico con el dedo que se sentara a su lado. Ella obedeció desconcertada.
-Y bien. ¿Qué era lo que me tenías que contar?
-Verás-suspiro y continuó-. Nadie me venía persiguiendo.
-Es decir, me mentiste.
-Sí. Pero lo que sí es verdad es que se me había olvidado la chaqueta en el aula y fui a buscarla.
-Pero no la traías contigo. ¿El aula estaba cerrada?
-No. La puerta estaba entreabierta y me asomé a mirar-volvió a suspirar-, y lo que vi no era de este mundo.
Laura se sorprendió. Eso era lo último que esperaba que dijese su hermano. Pero pensó que sólo sería una exageración -no sería raro viniendo de su hermano-.
-Vi una figura extraña. Llevaba un traje gris que le cubría todo el cuerpo, excepto la cabeza. Tenía la cabeza repleta de ojos azules... Pero lo peor era una especie de boca que le cortaba la cara en vertical. Y cuando la abrió...
Leo dejó de hablar al recordar la desagradable situación.
-Joder, no sabía que tuvieras tanta imaginación-dijo entre risillas.
Leo giró la cabeza bruscamente hacia ella.
-No me lo he imaginado-dijo con impaciencia-. Nunca te he mentido. ¿Por qué lo iba a hacer ahora?
-No lo sé. Tu sabrás. Quizás sea una bromita que planeaste con tus amigos para asustarme. Ahora que lo pienso este recreo te vi hablando en bajo con Gabriel...
-Laura. Nada de esto lo he planeado. Ni yo estoy seguro de lo que he visto.
-Pues parecías muy seguro cuando lo describías.
-¿Quieres pruebas?
-¿Va en serio?-preguntó ella un poco asombrada.
-Laura, estoy tan desconcertado como tú o más. Y si necesitas una prueba para creerme, te la daré.
-Pues vale. Pero no intentes asustarme con una bromita pesada.
-Ya te he dicho que no es una broma.
Laura levantó las dos manos al aire.
-Disculpe usted-dijo sarcásticamente.
Y entonces fue cuando Leo se puso a pensar en cómo demostrarle a Laura que lo que había visto era real. Aunque, si no fuese real... Si solo fuese una broma estúpida que le habían hecho a él... Pero no. Él lo había visto. Estaba seguro. Había visto a esa cosa abrir esa supuesta boca de forma amenazante. Había visto las dos hileras de dientes paralelas en vertical. Había visto su larga y musculosa lengua. Lo había visto, y no cabía duda. Y aunque no lo hubiera visto, ¿por qué le iban a hacer una broma tan estúpida a él? Y entonces se le ocurrió una idea. Una idea muy arriesgada, pero una idea. Iba a atrapar a esa cosa.
Cuando llegó a casa y su padre le vió, él también le pregunto por las gafas, y Félix volvió a contestar la mentira de las lentillas. Sólo que su padre no le hizo ninguna pregunta. Simplemente se limitó a arrugar la cara en una expresión de incertidumbre. Pero Félix ya estaba acostumbrado. Su padre tenía muy mala memoria y no solía contradecir hechos del pasado. Principalmente porque le fallaba bastante la memoria, pero también porque no le gustaban las discusiones. Nunca le habían gustado. Al menos que él supiera.
Ese día Félix se negó a pasar otra tarde sólo en su habitación. Ni de coña. Había pasado algo y ya era hora de averiguarlo. En cuanto terminó la ficha de matemáticas que le habían mandado de deberes-lengua no era la única asignatura en la que habían comenzado con el libro, a pesar de que casi nadie lo tenía aún-llamó sus amigos con el teléfono fijo que había en su casa-a pesar de que ya era relativamente mayor para tener teléfono propio, aún no lo tenía. Por suerte se sabía el número de cada uno de memoria. En cuanto le contestaban, Félix les cortaba con la misma pregunta: "¿Puedes estar en el descampado en media hora?". Los tres parecieron comprender de que se trataba sin que Félix tuviese que decir nada y, como ese día no había casi nada que hacer y el descampado se encontraba a poca distancia-al menos en general-,la respuesta de todos fue, como Félix ya intuía, afirmativa.
A la media hora ya estaban todos en el descampado. Todos excepto Daniel. Llegó algo más de diez minutos tarde. En ese momento la calle que se encontraba en frente del descampado estaba totalmente desierta, salvo por un par de personas que se encontraban paseando por allí. Esto les daba la suficiente intimidad para hablar sobre el cristal. En cuanto Félix vió a Daniel acercándose salió corriendo en su dirección.
-¡Aleluya!
-Pero si no llego tan tarde-se quejó Daniel-. Sólo me retrasé un poco con la ficha de mates.
-Pero si era facilísima.
-Ya, pero era un poco larga.
-Sí, sí. Quejica.
-Bueno. ¿Para qué me quer...?
Un sonido fuerte interrumpió a Daniel. Cuando ambos giraron la cabeza se quedaron congelados al ver a un camión disminuyendo la velocidad yendo contra ellos. La calle hacía una curva a pocos metros del descampado y quizás esa fuese la razón por la que no lo habían visto antes. Pero, aunque iba disminuyendo la velocidad, no paraba y se acercaba cada vez más y más. Quizás tuviera los neumáticos muy gastados-además, el suelo de esa calle era muy resbaladizo-. O puede que tuviera otro problema. Quién sabe. Félix extendió una mano en un alto reflejo y cerró los ojos. Esperó por el atropello. Y esperó. Notó que el camión impactaba contra su palma bien extendida. Pero solo eso. Abrió los ojos lentamente y se quedó atónito. El camión había chocado, sí. Pero no le había atropellado. En su lugar había parado en cuanto se produjo el impacto. Entonces se percató de algo más. Se quedó parado viendo su brazo extendido en el aire. Un aura del mismo azul que brilló tan solo dos días atrás en ese cristal lo recubría por completo. Y no solo el brazo. Le recubría todo el cuerpo. Se quedó paralizado durante unos segundos hasta que ese aura desapareció de su cuerpo. El conductor salió del camión con grandes dificultades. Por suerte, el airbag le había librado de una buena lesión. Bajó el escalón tambaleándose y, antes de que le pudiera mirar a la cara, los cuatro ya habían salido corriendo, siguiendo a Félix. Llegaron corriendo hasta casa de Félix. En el trayecto algunas personas que pasaban por allí se les habían quedado mirando, pero nadie era siquiera consciente de lo que había pasado. Probablemente el camionero había llamado a la grúa para que le llevaran su camión a un taller.
Cuando los cuatro llegaron a la casa de Félix tenían la respiración muy agitada. En parte por el susto, pero en mayor medida por la carrera que habían hecho. En su casa solo estaban su madre y su hermano pequeño. Su hermano estaba en el salón jugando a la consola y parecía no haberse dado cuenta de que habían entrado. Su madre estaba escribiendo-se ganaba la vida como escritora, para poder pasar todo el tiempo posible en casa con sus hijos-y en cuanto oyó la puerta cerrarse de un portazo los teclados constantes de su portátil frenaron repentinamente.
-¿Félix?
-Sí, mamá. Ya he vuelto.
-¿Tan rápido?
-Sí. También han venido mis amigos. ¿Pueden quedarse un rato?
-Vale. Luego merienda.
-Ya.
Félix se giró hacia sus amigos.
-Vamos a hablar arriba-susurró.
-¿No nos oirán?-preguntó Aitor.
-Mi madre está escribiendo y mi hermano jugando a la consola. Además, ellos están en la planta baja y nosotros vamos arriba. Si susurramos no sabrán ni que estamos hablando.
En efecto. Su cuarto y el de su hermano estaban en el piso de arriba, junto a un pequeño cuarto de baño que separaba las dos habitaciones. Y ahora mismo su hermano estaba en el salón. El cuarto de su madre-en el que en ese momento se encontraba escribiendo-se encontraba en la planta baja.
Cuando entraron en el cuarto, Félix se sentó en la silla de su escritorio, mientras el resto se acomodaban en su cama. Félix arrimo la silla a ellos para poder susurrar sin que nadie más les escuchara.
-Bien-comenzó Félix-. Ya veis lo que acaba de pasar. Y creo que es posible que Daniel tuviese razón. ¿Y si el cristal venía directamente del espacio? ¿Y si no tuviese que haberlo cogido?
-¿Estás de coña?-intervino Daniel-Sea lo que sea esa cosa te ha dado superpoderes. Es genial.
-Daniel. Esto no es Marvel ni DC. ¿Y si la nueva tutora tiene algo que ver con el cristal? ¿Y si nos hemos metido donde no debíamos?
Los tres se quedaron pensando en lo que su amigo acababa de decir.
-¿Y qué vamos a hacer?-preguntó Aitor.
-No lo sé. Pero yo en un rato tendría que volver a casa. Le dije a mi padre que no iba a estar mucho tiempo fuera-dijo Daniel.
-Y yo-coincidió Estela.
-No digo ahora-aclaró Aitor.
-Lo primero que deberíamos hacer es descubrir qué más puede hacer ese cristal-argumentó Félix.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora