Hacía ya tiempo que Leo no sentía ese sentimiento. Miedo. Un miedo que le paralizaba de pies a cabeza y que no le dejaba pensar con claridad. Pero allí estaba él, de vuelta con sus amigos en el mismo sitio de dónde se había largado sin dar explicaciones tan solo unos minutos antes. Ninguno de los tres le preguntó por qué se había marchado de repente. Percibían, sin que les tuvieran que decir una sola palabra, que él no tenía intención de hablar del tema.
Y fue en ese momento, en el que el temor por lo que podía pasar le inundaba completamente, cuando Leo se fijó en un detalle que días atrás le habría parecido insignificante, pero que ahora veía de manera más alarmante. En el brazo derecho Juan tenía un corte que parecía haber sido hecho hace un día o dos. Puede que fuese un detalle sin importancia, pero en ese momento Leo era capaz de exagerar hasta el más mínimo detalle.
-Juan-este le miró con la misma expresión que había mantenido durante toda la mañana-,¿qué te ha pasado en el brazo?
Juan se tapó el pequeño corte con la mano izquierda instintivamente, pero no respondió.
Unai y Gabriel giraron la cabeza hacia él.
-¿Estás bien?-le interrogó Leo.
No hubo respuesta.
Entonces decidió dejar el tema. Al menos por ese momento.
Cuando salió de su última clase se sorprendió al darse cuenta de que la tutora aún seguía en el edificio. Había tenido clase con 1° B-su hermana estaba en A-a última hora y ahora estaba cerrando el aula con llave. Leo desvió la mirada cuando vio que se daba la vuelta en dirección a las escaleras. Una vez abajo desenganchó la bicicleta sin perder de vista a la profesora, que estaba arrancando su Seat León negro y se marchaba con toda naturalidad del sitio. Leo trató de seguirla sin que le viera, pero en la segunda curva ya la había perdido de vista. Entonces empezó a pedalear más y más rápido. Y al pasar por su casa se paró de repente. Había un Seat León de color negro parado frente a ella. Miró dentro. El coche estaba vacío y el corazón le empezó a latir con fuerza, haciéndole incluso daño en el pecho. Leo entró y aparcó la bicicleta contra el muro que separaba su patio del del vecino. Instintivamente abrió el bolsillo grande de su mochila y sacó la escopeta monotiro. Se dirigió con ella a la parte trasera de su casa. Y allí estaba. Esa cosa se encontraba en su verdadera forma. Era tremendamente fea. Tenía los ojos iluminados, como los había tenido ese recreo en su forma de profesora. Le vio al instante y sus ojos se dejaron de iluminar. Leo le apuntó con el cañón de la escopeta y avanzó un par de pasos, pero el ser no se movió y Leo se quedó quieto. Los brazos le temblaban. La verdad era que no había disparado en su vida, solo había visto un par de veces disparar a su padre a latas vacías que disponía a unos metros de él. Y, cuando esa cosa se movió hacia la izquierda ágilmente, Leo disparó en vano. Cogió de su mochila la caja de las balas, pero el ser ya se disponía a alcanzarle y Leo soltó las balas y la escopeta y salió corriendo con el bolsillo de la mochila aún abierto hacia la puerta delantera de la casa. La alcanzó con éxito y le cerró las puertas en las narices al ser. Luego fechó con llave. Su madre estaba en la cocina haciendo la comida. Sus padres se turnaban para hacerla y esa semana le tocaba a ella. Al verle entrar le saludó.
-Hola Leo. Hoy viniste temprano-dijo sin mirarle.
No obtuvo respuesta.
Leo pegó la oreja a la puerta para intentar escuchar lo que estaba haciendo esa cosa. Pero no escuchó ningún ruido. Probablemente se estuviese marchando. Suspiró mientras se dirigía a las escaleras. Y cuando entró en su cuarto se paró de repente. Esa cosa estaba ahí, delante de la ventana, que se encontraba abatida. Y ahora ya no tenía la escopeta. El corazón le empezó a latir todavía más fuerte cuando el ser empezó a aproximarse a él corriendo. En un primer impulso, Leo agarró una de las mancuernas de ocho kilos que tenía al lado de la cama. Entonces el ser se abalanzó sobre él. Leo cerró los ojos y le golpeó en la cabeza con todas sus fuerzas. Un golpe fuerte y seco. Cuando abrió los ojos, descubrió al ser tirado en el suelo, con la boca entreabierta y la lengua de fuera. De ahí a unos pocos segundos Leo escuchó unos pasos acercarse y, al girarse, vio a Laura. Los ojos de ella se quedaron como platos y la boca entreabierta como el ser que descansaba en el suelo del cuarto.
-¿Qué... Qué es eso?-preguntó la niña señalando a la criatura.
-Luego te lo explicaré todo con más detalle. Ahora ayúdame a llevarlo al sótano.
-¿Al sótano?-preguntó ella con indecisión.
-Sí. Cógelo por las piernas. Yo lo cogeré por la cabeza-y fue agarrándole por la cabeza mientras decía esto último.
-No pienso tocar a esa cosa.
-¡Laura!
-Ni de coña.
-Por favor. Necesito tu ayuda.
-Está bien, está bien. Pero me debes una-y diciendo esto vaciló un poco, pero después le agarro con reparo de las dos piernas.
-Vale-comenzó Leo-. A la de tres. Una... Dos... ¡Y tres!
Los dos levantaron el cuerpo al unísono y lo llevaron escaleras abajo. Leo le sujetó la cabeza mientras Laura abría la puerta que daba al sótano.
-¡Chicos, a comer!-gritó su madre cuando estos se disponían a bajar.
-¡Espera un momento!-respondió Leo, y se giró hacia Laura-Vamos, deprisa-añadió en un susurro.
Bajaron torpemente, pero sin tropezar ni chocar en ningún momento.
-¿Y ahora qué?-preguntó Laura una vez que el ser descansaba ya en el suelo del sótano.
Leo pensó durante un momento con el corazón aún martilleandole en el pecho.
-En la cocina hay dos sillas de sobra por si hay invitados. Coge una y tráela.
-¿Por?
-Tu tráela.
-¿Y si me pregunta?
-No sé. Invéntate algo-dijo agitando la mano nerviosamente, indicándole que se fuese-.Pero vete ya.
Laura subió escaleras arriba corriendo. Mientras tanto, Leo se dirigió hacia una montaña descuidadamente apilada de cajas y empezó a quitarlas hasta que dió con una que ponía "luces de Navidad". Escuchó la voz de su madre mientras la cogía.
-¿Qué haces?
Laura no respondió. La madre suspiró.
-¡Cuando termines con ella la traes, me oyes!
-Sí, mamá.
Leo ya estaba desenredando las luces cuando Laura llegó.
-¿Qué vas a haces?-le preguntó con un susurro.
-Ya verás-dijo señalando a la criatura-siéntalo.
Laura iba a quejarse, pero obedeció.
Leo tardó un poco en terminar de desenrollar todo el cableado. Cuando por fin lo hubo hecho empezó a enrollar las luces alrededor del ser.
-Ayudame-le pidió a Laura.
Entonces ella lo entendió. Cogió por el otro extremo y empezó a inmovilizarle las piernas. Cuando por fin terminaron, Leo fue a dejar su mochila que, sin que el se diera cuenta, seguía agarrada a su espalda y con el bolsillo grande abierto y, después, se fueron a comer.
Nunca veían la televisión mientras comían. Tampoco nadie hablaba. Si a alguien le gustaba de verdad la tranquilidad, esa era su casa ideal. Pero a Leo no le gustaba, aunque ya sabía por experiencia que intentar sacar un tema de conversación era prácticamente inútil. En un momento dado, cuando ya iban por el postre, se escuchó un ruido proveniente del sótano. Un ruido de madera chocando contra el suelo. Esa cosa se había despertado y luchaba por escapar. Leo y Laura se intercambiaron una mirada de preocupación. El ruido volvió a sonar, esta vez con más fuerza. El padre se levantó.
-Voy a ver qué pasa.
-No te preocupes, ya voy yo-dijo Leo levantándose también.
-No. Tu siéntate y termina el postre-y diciendo esto se marchó.
Leo le siguió por detrás.
-Voy yo.
Su padre se giró.
-Vete a terminar el postre.
Leo siguió insistiendo sin éxito. El padre abrió la puerta del sótano y bajó a ver. Leo le siguió por la espalda y, cuando llegó abajo, se dió cuenta de que el ser había desaparecido. La silla seguía ahí y las luces seguían enroscadas alrededor de esta. Pero la criatura ya no estaba.
-¿Qué estabais haciendo aquí?-le interrogó su padre.
Leo no respondió. Su padre le dedicó una mirada seria y luego volvió arriba. Leo siguió mirando la silla vacía. Al llegar arriba, su padre se volteó hacia él.
-Ven a acabar el postre. Ya seguirás jugando luego.
Leo obedeció y, al llegar a la mesa, le dirigió una mirada preocupada a Laura, que ya había acabado de terminar su postre-una rodaja de sandia-y se estaba levantando para tirar el borde a la basura. Cuando los dos ya estuvieron listos, Leo le pidió a Laura que fuese con él. Salieron fuera y Leo recogió la escopeta monotiro y la caja de balas. Algunas de estas estaban desperdigadas por la hierba y las recogió, metiendo todas en la caja, excepto una, que utilizó para recargar la escopeta.
-¿La llevaste al instituto?-preguntó Laura impresionada.
-Sí.
-¿Y no te pillaron?
-Si me hubieran pillado te habrías enterado.
Volvieron a entrar y Leo escondió la escopeta tras su espalda mientras pasaba en frente de la cocina, donde sus padres se encontraban tomando un café. Él bajó primero, y ella le siguió casi pegada a él. Al doblar la esquina Leo vio al ser de pie, cara a cara con él. La parte de la cabeza en la que le había golpeado con la mancuerna estaba más hinchada que antes. Al verle, Leo se asustó y Laura estuvo a punto de lanzar un grito, pero logró ahogarlo. Leo apuntó con el cañón de la escopeta a la cabeza de la criatura, pero los brazos le volvieron a temblar. Agarró la escopeta con más fuerza.
-¿Dónde te escondistes antes?-le interrogó él.
El ser volvió a la forma de la tutora y apuntó con el dedo índice a la niña.
-Tú eres Laura, ¿no?
Ella se quedó de piedra. Leo le disparó en el hombro y el ser volvió a su forma original con un gemido agudo.
-¿Dónde te habías metido antes?-insistió Leo, pero la criatura no contestó-¡Responde!
El ser se agarraba el hombro herido con la mano izquierda. Del lugar del disparo le empezó a brotar un líquido azul, pero ni Leo ni Laura le dieron importancia.
-¡Que respondas!
El ser emitió un sonido que Leo no pudo identificar. Entonces empezó a comprender lo que pasaba. Esa cosa necesitaba adquirir el cuerpo de una persona para hablar, pero al dispararle en el traje había perdido la capacidad de transformarse.
-No puedes hablar en tu forma real, ¿no?-preguntó Leo.
El ser movió la cabeza negativamente. Al parecer, conservaba los conocimientos que había adquirido al transformarse en una persona. Leo se dió cuenta enseguida y se le ocurrió una idea.
-Vigílale. Vuelvo ahora-dijo Leo pasándole la escopeta a Laura y corriendo escaleras arriba.
Laura iba a quejarse, pero no tuvo tiempo. Recargó la escopeta a toda prisa, mientras la criatura la miraba indiferente. Cuando terminó le apuntó con el cañón y le dijo "quieto" con voz temblorosa. No estaba Leo, y le daba miedo quedarse a solas con esa criatura.
Leo abrió la puerta de su cuarto y entró sin cerrar. Abrió el bolsillo mediano de su mochila y cogió su estuche y una libreta. Los colocó encima del escritorio. Abrió su estuche y agarró un lápiz. Luego abrió la libreta por una hoja aleatoria y la arrancó. Alzó la vista cuando una luz que provenía desde el patio de su casa y que se colaban por su ventana invadió su campo de visión. Se quedó atónito cuando vio descender hasta el suelo a unas figuras antropomórficas. Unas figuras con un traje gris y la cabeza repleta de ojos azules. Entonces soltó el lápiz y la hoja inconscientemente y bajó corriendo escaleras abajo. Apareció en el sótano con las manos vacías.
-¿Qué...?-intentó interrogar Laura, pero Leo la interrumpió.
-Están aquí.
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Desde lejos de la Tierra
Ciencia FicciónCuando un pequeño concello gallego es atacado por una amenaza que proviene de fuera de la Tierra, un grupo de niños tendrá que descubrir qué es lo que está pasando. Pero ellos no son los únicos que son conscientes de la situación. Un chico de su cla...