Capítulo 12

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Los niños entraron en el cuarto sin pensárselo dos veces. Encendieron la luz y fueron directamente hacia la ventana. Abrieron la persiana y la ventana y repasaron el cielo con la mirada rápidamente, sacando la cabeza al exterior. Estaba claro, allí no había nada. Pero Daniel regresaría en media hora. Tenía que regresar. A pesar de lo confusos que estaban los amigos en ese momento, eso lo sabían perfectamente. Estela cerró los ojos y se los frotó con los puños. Quería pensar que todo era un sueño. Quería pensar racionalmente, pero en aquel momento no podía. En el cuarto que estaba al final del pasillo de la segunda planta el padre de Daniel seguía roncando plácidamente, sin saber que su hijo había sido abducido hace tan sólo unos momentos.
-¿Has... Has visto lo mismo que yo?-preguntó Aitor con incredulidad.
-Hay que avisar a Félix-murmuró la niña.
-¿Ahora?
En esos momentos la muchacha no pensaba con sensatez. Le era imposible.
-Sí.
-Pero tendrá el teléfono apagado, digo yo. Son las dos y media de la mañana.
-Mierda. Claro. Pero intentémoslo de todas formas. Igual hay suerte.
El niño asió a su amiga por los hombros.
-Va a ser lo mismo que se lo contemos ahora a que se lo contemos por la mañana, Estela. Relájate. Va a volver.
La niña se desasió con las manos y se tranquilizó un poco.
-Vamos a repasar lo que acabamos de ver, ¿te parece?-Le propuso el muchacho a su amiga. Ella asintió en completo silencio-. Acertamos con lo que habíamos dicho esta tarde. Exactamente a las dos y media desapareció Daniel.
-Se lo llevaron. Esto tiene que ser un sueño. Esto tiene que ser un jodido sueño. Se lo llevó una nave alienígena.
-Vale. La pared se desintegró por unos segundos, mientras un rayo tractor le subía a la nave-Aitor se llevó mano derecha a la frente-. Joder, es cierto. Esto es una jodida locura.
Estela se autotranquilizó como pudo y respiró hondo, tratando de relajarse.
-Bien. Esto significa que ese cristal no sólo venía del espacio, sino que también hay seres de otro planeta que lo están buscando.
-¿Pero qué harán si lo encuentran?
-Si hay algo que sabemos de ese cristal es que es muy poderoso. Si los poderes de Félix caen en malas manos, estamos jodidos. Muy jodidos.
-¿Y cómo saben de su existencia?-aunque los niños estaban hablando en voz baja a ellos les daba la sensación de estar hablando a todo volumen.
-Creo que para saber eso primero hay que saber de dónde viene ese cristal.
Los amigos se miraron en silencio durante unos segundos. Unos largos segundos, a su parecer.
-Si la nave estaba ahí, ¿por qué no la vimos?
-Quizás ahí esté la respuesta a por qué nadie la ha visto hasta ahora. ¿Y si siguiese ahí fuera?
Tras decir esto, el niño se calló, absorto en sus pensamientos. Un par de segundos después se fue del cuarto susurrando le a la niña "espérame un momento". Bajó las escaleras ágilmente y sin apenas hacer ruido, exceptuando un par de veces en que estuvo a punto de caer por ir a oscuras. Para la sorpresa de la muchacha, Aitor regresó con un bote pequeño de pintura roja y una brocha gorda.
-Esto servirá.
-¿Qué vas a hacer?-preguntó Estela asombrada.
-Ya lo verás.
Aitor apoyó el bote de pintura encima del escritorio del niño, sobre la hoja que tenían de deberes para el día siguiente-y que, por supuesto, estaba hecha-. Entonces el muchacho abrió el bote, que estaba a medio vaciar y empapó bien la brocha dentro. La levantó a escasos centímetros, esperó a que dejara de gotear y la agitó hacia delante. Un generoso pegote de color rojo claro salió impulsado fuera del cuarto y se perdió en el patio de la casa. La muchacha miraba a su amigo con interés, sin saber que intentaba. El niño no desistió y volvió a hundir la brocha, que aún estaba manchada de pintura, en el interior del bote. La sacó y repitió el proceso, pero esta vez con más fuerza. Otro pegote de pintura salió disparado hacia el exterior... Pero esta vez no se perdió en el patio, sino que se plasmó contra algo. Algo invisible. La niña se llevó las manos a la boca. Aitor se quedó quieto, como si supiese que algo iba a pasar. Y entonces, como si el muchacho ya lo hubiese predicho, la pared se comenzó a desintegrar al mismo tiempo que la luz cegadora que los dos amigos habían visto momentos atrás les inundaba por completo. Sus cuerpos empezaron a levitar, a la vez que se movían hacia donde provenía la luz. Estela chilló y Aitor le imitó con todas sus fuerzas. Unos pasos veloces se escucharon por el pasillo de la casa. Los niños se agarraron al colchón de la cama de su amigo. Este se elevó también, separándose de la base de la cama. Entonces el padre de Daniel entró en la habitación de su hijo y dió un paso atrás instintivamente, mientras veía con los ojos entornados-a causa de la fuerte luz-, en tan sólo un par de segundos, como los niños desaparecían de la nada arrastrados por el rayo tractor y la luz se iba de repente, mientras la pared se volvía a integrar. El señor tardó un poco en reaccionar, el miedo le había paralizado todos los músculos del cuerpo. Corrió escaleras abajo, completamente a oscuras. Tropezó al bajar el último escalón, pero se levantó pesadamente y con las extremidades doloridas, y siguió corriendo hasta la cocina. Allí, pegado a la nevera, había un block de notas con un bolígrafo atado a un cordel negro. Cuando llegó, encendió la luz y apuntó lo siguiente en el block: "una nave alienígena ha abducido a mi hijo y a sus amigos". Entonces cogió el teléfono fijo y marcó el 091. Pero antes de poder darle al botón de llamar, la pared de la cocina se desintegró y el rayo tractor de la nave le abdujo.
Lo primero que vio el padre cuando sus ojos se acostumbraron al interior de la nave fue a los tres niños agarrados cada uno a una especie de camilla. De estas salían lo que al señor le parecieron brazaletes, los cuales les estaban inmovilizando las extremidades. Aitor luchaba inútilmente por escapar. Los otros dos parecían haber comprendido que lo que intentaba su amigo era imposible. Al cabo de unos segundos Aitor cesó de moverse y suspiró prolongadamente. Una de las criaturas de la sala de control se acercó al hombre. En el cocorote tenía grabado un círculo atravesado por una línea vertical. Cuando ya estuvo a escasos centímetros del hombre, el extraterrestre se transformó en Juan.
-No te preocupes-dijo colocándole la mano derecha sobre su mejilla izquierda-, no os vamos a hacer daño.
El hombre no respondió. Tenía demasiado miedo incluso para moverse y respiraba agitadamente. En un ágil movimiento el ser le asió por un brazo y le dijo "ven conmigo". El señor trató de desasirse, pero entonces el alienígena le agarró con más fuerza y le arrastró hacia el borra-memorias, mientras Daniel le exigía que soltase a su padre. Una vez llegado a la máquina, la criatura iluminó sus ojos, junto con los de otras dos. Una de ellas acudió al momento, y la otra salió de la sala y regresó en poco tiempo con una pastilla como las que le habían dado a los padres de Leo. La primera criatura le inmovilizó por detrás, rodeándole con los brazos y oprimiéndole los suyos contra el cuerpo. El señor trató de liberarse retorciéndose como una lombriz, acompañado por la voz de su hijo que repetía una y otra vez que le soltasen. El segundo ser le abrió la mandíbula y este gimió. Entonces, el alienígena del círculo le lanzó la pastilla contra la campanilla, obligando al padre a tragársela. El ser que le estaba abriendo la mandíbula le soltó, pero el otro le siguió inmovilizando, incluso cuando el hombre se quedó dormido. En ese momento, el ser del círculo le colocó el casco borra-memorias en la cabeza y lo programó. Cuando el zumbido cesó y la criatura le hubo retirado el aparato, el alienígena que le estaba agarrando le soltó y el padre cayó de bruces al suelo con un golpe seco.
Los ojos del ser del círculo se iluminaron de nuevo, acompañados por los de otros dos alienígenas, uno de ellos, el que había agarrado al señor, y el otro, uno del puesto de mandos. El del puesto de mandos abrió la escotilla y encendió el rayo tractor. El otro ser cogió al padre del niño a hombros y bajó con él luz abajo.
Cuando la media hora pasó y los extraterrestres ya estaban seguros de que ninguno de los niños tenía los poderes, el proceso por el que había pasado el padre de Daniel se repitió con ellos. Tiempo después, los tres niños descansaban plácidamente en el cuarto de Daniel. Daniel, por encima de su cama, y los otros dos, sobre sus sacos de dormir.
A la mañana siguiente la primera en levantarse fue Estela. En cuanto lo hizo, despertó también a Aitor, que descansaba a su lado. A ambos les extrañó despertar por encima de los sacos, pero no le dieron a penas importancia. No por el momento. Lo primero que hizo Aitor al despertar fue fijarse en el brazo de Daniel que, como ellos ya suponían, tenía un pequeño y reciente corte. Le balancearon levemente por el brazo derecho-el mismo brazo en el que tenía el corte-con intención de despertarle, pero el sueño del niño no se interrumpió. Estela le sacudió más enérgicamente y entonces su amigo despertó. Primero parpadeó repetidas veces, y luego se irguió con zozobra. Los niños le tranquilizaron y, proseguidamente, el muchacho les preguntó qué había pasado. Ellos pensaron durante un rato, sin poder recordar nada. Y fue en ese momento en el que Estela se dió cuenta del corte que tenía Aitor en el brazo.
-Mierda-musitó la niña mientras revisaba su propio brazo y encontraba un corte en él-. No puede ser.
Los niños la miraron con inquietud.
-¿Qué pasa?
-Creo que el plan no salió como teníamos pensado.
Entonces Aitor reparó en el corte de su amiga y se miró el brazo con temor a encontrar lo que él ya sabía que encontraría. Y sí, ahí estaba. Un pequeño corte reciente en su brazo derecho. Igual que el que tenía Estela. Igual que el que tenía Daniel. El muchacho volvió a mirar a su amiga, y la niña le devolvió la mirada.
-Me da que no nos vamos a acordar ni aunque queramos.
-Hay que contarle esto a Félix.
Estela miró su móvil. Eran las nueve y media.
-Le voy a llamar-anunció a la vez que entraba en contactos y buscaba el nombre de su amigo. Dió un tono, dos, tres... Pero no cogió. La niña insistió. Sonó el primer tono. Nada. El segundo. Tampoco.
-Joder-dijo la chica.
-No te va a coger. Venga, vamos a desayunar-le dijo Daniel.
Los niños bajaron las escaleras y entraron en la cocina. Cada uno cogió un tazón y Daniel se dispuso a abrir la nevera para coger un brick de leche, pero antes de poder siquiera tirar de la puerta, sus ojos se cruzaron con el block de notas que había pegado en la nevera. "Una nave alienígena ha abducido a mi hijo y a sus amigos". Estela miró el teléfono fijo. Estaba descolgado y colgaba del cable como un péndulo. La niña lo agarró y leyó para si misma el número que había marcado: el 091. Aitor se arrimó a ella y observó con perplejidad lo que los ojos de su amiga repasaban una y otra vez con incredulidad. Por un momento, la muchacha se planteó la idea de que todo aquello fuese tan solo un mal sueño muy vívido. Pero había una parte de si misma que sabía que todo aquello era real.
-Creo que aquí ha pasado algo-anunció la niña en voz alta.
-Y que lo digas-le respondió Daniel sin apartar la vista del block.
La niña colgó el teléfono y fue junto su amigo ágilmente, seguida de Aitor. Los dos se quedaron completamente congelados, de pies a cabeza, al leer lo que ponía en el block. Daniel dió el paso y arrancó la página con un ágil movimiento.
-Llamad a la casa de Félix con el teléfono fijo. Sabéis el número, ¿no?
La niña le echó una mirada interrogativa a su amigo. Este la miró a su vez y negó con la cabeza. Daniel suspiró.
-677 891 992-les informó como si fuese algo obvio.
Aitor fue a descolgar el teléfono.
-¿Puedes repetirlo?
Daniel cogió el bolígrafo que estaba colgado y apuntó el número en el block. Aitor se volvió hacia él e iba a repetirle la pregunta cuando se dió cuenta de que su amigo lo estaba escribiendo. Al terminar, el niño arrancó la hoja, se acercó a su invitado y se la tendió. Este la cogió sin rechistar y marcó el número. La madre de Félix cogió al cuarto tono.
-¿Diga?
-¿Eres la madre de Félix?
-¿Aitor? ¿Qué ocurre?
-Nada, pero tenemos que hablar con él. ¿Está por ahí?
-Espera un momento.
El niño escuchó por lo bajo como la mujer llamaba a su hijo con un grito y le anunciaba que Aitor quería hablar con él.
-Ya viene. Un momento.
A los pocos segundos, la voz del muchacho sonó por la otra línea.
-Aitor, ¿qué ha pasado? ¿Estáis bien?
-Oye, podrías haber cogido antes. Te llamamos dos veces.
Se hizo un corto silencio, mientras el niño trataba de recordar.
-Lo siento. Probablemente fue cuando me estaba duchando y no lo escucharía.
-Ya, ya. Da igual. ¿Cuándo es lo más pronto que puedes estar en el descampado? Es importante.
Félix le echó una ojeada al reloj de la cocina antes de contestar. Todavía eran las diez menos cuarto.
-Lo más pronto...-el niño hizo unas cuentas rápidas mentalmente- ¿A las once os viene bien?
-Espera un momento-Aitor se dió la vuelta y preguntó a sus amigos si les parecía bien esa hora. Ellos se mostraron conformes-. Perfecto. Allí nos vemos.
El niño colgó, cortando la despedida de su amigo, de la que tan solo llegó a escuchar "has...", y supuso que quería decir "hasta después".
El padre de Daniel se levantó a la media hora, y los niños ya habían terminado de desayunar. No le pareció muy extraño que se fuesen al descampado a esas horas. Al fin y al cabo, ese era su punto de reunión.
Félix estaba sentado contra el árbol del descampado cuando el resto llegó. El muchacho parecía impaciente y en cuanto vio llegar a sus amigos se irguió y echó a correr hacia ellos. Cuando estaba a tan solo unos centímetros de ellos se paró en seco y su expresión cambió por completo. Los niños notaron su sorpresa y temor sin que este tuviese que decir nada.
-¿Qué os ha pasado?
Daniel le tendió la hoja del block. Al leer las palabras que el padre del muchacho había escrito en aquella hoja, las manos de Félix empezaron a temblar un poco.
-La hemos encontrado esta mañana en la cocina. Además, alguien había marcado en el teléfono fijo el 091, pero no le había dado tiempo a llamar. Y lo peor de todo es que no nos acordamos de nada-le informó Aitor.
-¿Vosotros creéis que...?
-¿Que nos han abducido a los tres y luego nos han borrado la memoria para que no nos acordásemos?-la voz del niño tenía un ligero tono de preocupación- Sí.
-¿Y qué vamos a hacer?
La niña tenía una mochila en la espalda, en la que llevaba lo que le había hecho falta para dormir en la casa de Daniel. Hurgó en ella y sacó el mapa de Sollada que ella misma había hecho a mano.
-Yo ya lo tengo claro.
-Oye, no nos precipitemos. Aún hay tiempo...
-¿Tiempo de qué? Dime una cosa, ¿qué harás si te descubren? Ellos ya saben que nosotros no hemos sido. Y creo que hemos tenido mucha suerte de que no hayan averiguado nada. Porque seguro que podían haberlo hecho, pero no lo hicieron. ¿Y tú quieres esperar a que lo hagan? Yo lo tengo claro. Tenemos que averiguar quiénes son ellos. Y la única manera de hacerlo es ir a espiar al siguiente.
-¿Te recuerdo que mañana hay clase? No tenemos tiempo, Estela. Ojalá, pero no lo tenemos.
La niña musitó una palabrota y pensó durante unos segundos, pero Aitor se le adelantó.
-Cuando hicimos la prueba del Pit Bull dijistes que ibas embalado. ¿Crees que podrías llegar desde tu casa a la próxima que va a ser atacada en cuestión de segundos?
El niño meditó unos momentos, y luego se encogió de hombros.
-No lo sé. Puede. ¿Qué tienes pensado?
-Bueno, en realidad es muy simple. Pones el despertador para, pongamos, cinco minutos antes de la hora, sales de casa por la ventana de tu cuarto y vas hasta la siguiente casa. Entonces solo tienes que espiar y tratar de descubrir algo más. Algo que nos pueda ser de ayuda...
-¿Y luego cómo vuelvo a entrar en casa? Tendría que llamar a mi madre y entonces, ¿qué le digo? ¿Que me caí accidentalmente por la ventana y quiero volver a entrar?
-¿Cómo te vas a caer accidentalmente por la ventana? Eso es completamente imposible.
Félix miró a su amigo con paciencia.
-Lo sé, Daniel. Era ironía.
-¿La ventana de tu habitación no da a un árbol del exterior?-le preguntó Aitor.
Hubo silencio durante unos segundos.
-No-el niño movió el dedo índice negativamente-. Ni de coña.
-Si te caes no importa, tienes autocuración-apuntó Daniel.
-Oye, que tenga autocuración no significa que me pueda pegar todas las ostias que a vosotros se os antojen.
Sus amigos le miraron suplicantes durante unos momentos. Por fin, Félix accedió a regañadientes.
-Pero voy a necesitar una máscara por si alguien me ve, incluidos los extraterrestres.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora