Capítulo 4

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Félix asintió levemente mientras se bajaba la manga de la camiseta.
Aitor y Estela se quedaron mirando a Eloy con cara de asco. Daniel aún seguía mirando a Félix con preocupación.
Entonces, Daniel echó una ojeada rápida al suelo, y su cara se tornó en una expresión de confusión.
-¿Qué pasa?-le preguntó Félix.
-Eh... ¿Y tus gafas?
Aitor y Estela se giraron hacia ellos. No habían caído en ello hasta que Daniel preguntó.
-Llevo lentillas-volvió a mentir.
Daniel pareció aceptar esta respuesta. Estela también. Pero Aitor sintió la sensación de que algo raro ocurría.
Cuando llegó el autobús, Aitor se acercó a Félix por la espalda.
-Es el cristal, ¿verdad?-le susurró al oído.
Félix asintió.
-Os lo contaré todo al llegar al instituto. Pero en privado-respondió en un hilo de voz.
Al pasar por el lado de Eloy en el autobús, este le agarró por el hombro.
-Que no se te olvide.
Félix se soltó bruscamente y siguió andando. El viaje discurrió sin que ninguno de los cuatro pronunciara palabra. Félix aún parecía afectado por lo ocurrido hacía un rato. A simple vista parecía una tontería. Una simple y pequeña cicatriz que tenía un niño en el brazo, y que podría haber sido hecha de cualquier manera. Pero para Félix no lo era. Cada vez que la veía se acordaba de ese momento. Y lo que era peor, se acordaba de ella. Y eso le dejaba un rato afectado.
Cuando por fin llegaron a su destino, Félix guió al resto hacia un lugar separado de los demás niños, entre dos bloques de taquillas-las más cercanas a su aula, pero donde nadie entendería lo que estaban diciendo, por el barullo que había en el edificio-.
Félix se quedó callado un momento para pensar en lo que iba a decir, mientras los otros tres le miraban atentamente.
-Desde que cogí ese cristal, siento que algo ha cambiado. Siento que tengo más energía de lo habitual. Y hoy, cuando me desperté y me puse las gafas para ver la hora, me di cuenta de que miraba  borroso a través de ellas. Cuando me las quité miraba a la perfección.
-¿Dormiste con las lentillas puestas?-interrumpió Daniel.
El timbre sonó, pero no le hicieron caso.
-Daniel, no tengo lentillas. Mi miopía ha desaparecido. Y si sumamos esa sensación que tengo con la nueva tutora... No sé. Creo que todo esto es cosa del cristal.
Los cuatro escucharon el sonido de la puerta de su aula abrirse y comprobaron que la profesora ya había llegado. Era jueves y lo que tocaba a primera hora era gallego. El aula tenía las paredes pintadas de blanco. Sin embargo, esta era muy parecida a la de lengua, salvo porque los clásicos de la literatura habían sido sustituidos por varios libros de poemas de autores importantes, como Rosalía de Castro o Eduardo Pondal.
A última hora de ese día tocaba lengua castellana. Félix volvió a sentir esa sensación que ya conocía. Pero hizo todo lo posible por comportarse de manera normal-no quería llamar su atención-.
Aunque aún estaban a segundo día de clases, comenzaron a dar el tema uno. No hicieron gran cosa-en parte porque la mayoría de los niños aún no se habían mentalizado, en parte porque acababan de empezar el tema-.
Leo odiaba lengua, pero trató se seguir un poco el hilo de la clase-eso sí, con la capucha puesta-para que la profesora no le cogiera manía ya de primeras. Aunque la verdad era que esa señora le daba escalofríos. Parecía como si se interesase por ellos más de lo normal. La primera cosa que pensó es que quizás fuese una profesora muy preocupada por sus alumnos. Pero no. Eso no cuadraba del todo. Era un tanto rara. Aunque bien podía ser que fuese la primera vez que daba clases. Al fin y al cabo era nueva y parecía muy joven.
Entretanto, el resto de la clase no había reparado en ello. La profesora era un poco rara, ya. Pero profesores los hay de todo tipo.
La clase se hizo larga y aburrida, y Leo se sobresaltó al oír el sonido el timbre. Aunque Félix se asustó bastante más. Se había concentrado tanto en parecer normal que se le había olvidado hasta el tiempo. La mayoría de los niños no tardaron apenas un segundo en salir por la puerta, incluido Leo. Félix y sus amigos salieron de últimos.
-¿Volviste a tener esa sensación con la...?
-Calla-le susurró Félix-¿qué pasaría si se entera de lo que estamos hablando?
Daniel se encogió de hombros.
-Que tengas una mala sensación con la nueva tutora no dice nada de ella. Esto es todo por el cristal.
-Ya. ¿Y por qué solo la tengo con ella?
Estaban ya saliendo del edificio, cuando vieron que Leo volvía a entrar corriendo. Los cuatro pararon un momento y se le quedaron mirando, pero nadie le dirigió una sola palabra. En realidad, tampoco era nada importante. Tan solo se le había olvidado la chaqueta en la silla. Era una chaqueta de cuero y sin mangas y, aunque aún hacia calor, le quedaba bien por encima de la camiseta de manga corta. Con sus pensamientos puestos en la extraña manera de su tutora de comportarse se le había olvidado en la silla. Corrió sigilosamente escaleras arriba. La puerta se encontraba entreabierta, y Leo asomó la cabeza. Entonces se quedó totalmente paralizado. Miró a esa cosa durante un par de segundos, tiempo suficiente para que ese ser volteara la cabeza. Leo no fue quién de emitir ningún sonido. El miedo le invadía. El ser abrió lo que él supuso que era su boca, y en ese momento Leo no aguanto más. Salió corriendo por el mismo lugar por el que había venido. Sin mirar atrás. Sin acordarse de su chaqueta de cuero sin mangas. Sin pensar en nada que no fuera el aspecto de esa cosa.
Félix y sus amigos iban totalmente callados en el bus. No podían hablar del cristal con tanta gente a su alrededor. Probablemente no les creerían, pero a lo que tenían miedo no era a si les creían o no. Tenían miedo a que utilizasen eso para burlarse de ellos durante el resto del curso, y probablemente hasta que acabasen la ESO.
Leo siempre iba andando hasta casa-le quedaba bastante cerca del instituto-, pero esta vez simplemente corrió-exceptuando un par de veces en las que se paró a descansar con el corazón en un puño y sin dejar de mirar atrás-por miedo a que lo que había visto antes lo estuviera persiguiendo. Cuando por fin llegó a casa cerró la puerta con llave y, con las manos apolladas en la rodillas, tomó aire profundamente.
La comida ya estaba lista y vio a Laura-una de sus dos hermanas pequeñas, en concreto, la mayor-bajar las escaleras para ir al comedor. Cuando le vio exhausto y vio la llave volteada una sensación de preocupación la invadió.
-¿Estás bien?-dijo acercándose a él.
-Sí, ¿por?
-Pues porque llegas tarde, has venido corriendo y has fechado la puerta al entrar.
Leo volvió la cabeza hacia la puerta mientras pensaba qué decir.
-Es que unos tipos del insti que van en 3° me venían persiguiendo y como venía solo decidí empezar a correr.
-O sea, viniste corriendo, pero llegas tarde-Laura arrugó la cara en una expresión de incertidumbre.
-Es que se me había olvidado la chaqueta de cuero y volví a buscarla-era cierto.
-Pero si no la traes.
Mierda. Era verdad. La dichosa chaqueta seguía en el aula. ¿Que iba a decir ahora? Por suerte, se le ocurrió algo rápido. Hizo como que buscaba a su alrededor, y luego dijo:
-Mierda. Creo que se me cayó mientras corría.
-¿No la llevabas puesta?
-Joder, mira que haces preguntas-Laura le miró con una expresión de extrañeza-. Está bien, está bien. Te lo contaré. Pero después de comer.
Entonces la esquivó, y subió a su cuarto a dejar la mochila.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora