Capítulo 8

5 1 0
                                    

Habían quedado a las 5 en el descampado, pero Félix ya estaba allí desde menos cuarto. Todavía no había hecho los deberes que habían mandado para ese fin de semana. Aún tenía el sábado y el domingo para hacerlos y, además, esto era más importante. Mucho más importante. El último en llegar fue, como no, Daniel. Félix les esperaba sentado en la hierba, bajo un árbol que se encontraba al fondo del descampado. Bajo dicho árbol merendaban juntos los días de verano en los que pasaban toda la tarde juntos-que solían ser la mayoría de ellos-. Cuando Félix vio llegar a Estela-ella había sido la segunda en aparecer por allí-se levantó con agilidad y fue hasta ella. Pero no fue hasta que ya estaban todos que empezaron a hablar sobre lo que tenían entre manos. Se sentaron los cuatro debajo del árbol para hablar más comodamente-aunque ya había acabado el verano aún seguía pegando bien el sol y se estaba mejor bajo la sombra del árbol-.
-Bueno-comenzó Félix mientras Daniel aún se estaba acomodando-. No sabemos qué más me ha dado ese cristal, o si me ha dado algo más. Pero no me apetece morir descubriéndolo-miró a Daniel de reojo-así que no hagáis locuras, por favor.
-Lo que si sabemos es que te ha dado superfuerza. O al menos eso parece-añadió Aitor.
-Ya, vale. Pero tiene que haber más. Es decir, si ese cristal ha caído del cielo justo en el lugar y en el momento en el que estaba él, quizás alguien quería que lo cogiese. Y si esto es tan grave como supones-Daniel dirigió la mirada hacia Félix-, no creo que se hayan limitado a darte superfuerza.
-No solo superfuerza-interrumpió Estela.
-Las gafas-concluyó Félix en casi un susurro.
-Exacto. Eso tiene que estar ligado a algo. Y creo que me hago una ligera idea. Súbete la manga de la camiseta-ordenó ella.
-¿La manga?
-Sí.
Félix estaba desconcertado.
-¿Cuál?
-La derecha, cuál va a ser.
Él obedeció con cierto reparo.
-Lo que suponía-dijo Estela con una sonrisa de satisfacción.
-No lo entiendo.
-¿En serio no lo ves? La cicatriz.
Félix miró hacia donde recordaba que se encontraba esta, y se dió cuenta de que ya no estaba.
-Ha desaparecido-dijo Félix sorprendido, más para si mismo que para los demás.
-Y eso nos lleva al superpoder número dos: autocuración-concluyó Estela.
Entonces Estela metió la mano en el bolsillo del mono vaquero que llevaba puesto ese día y sacó una pequeña navaja. Félix la miraba medio asustado por lo que fuese a hacer su amiga. Iba a preguntar, pero en ese momento no se le ocurrió nada que decir. Entonces, Estela desplegó el filo y, con un ágil movimiento, le hizo un pequeño corte en el brazo. Félix soltó un pequeño gemido y se agarró la zona del corte con la mano contraria.
-¿Qué haces?
-Si estoy en lo cierto, lo descubriremos muy pronto. ¿Me puedes enseñar el corte?
Estela pudo adivinar la confusión de su amigo por la expresión que se había dibujado en su cara. Pero, aún así, Félix soltó obediente la zona del corte y se la enseño a la niña. La mano con la que estaba agarrando la zona del corte estaba ligeramente manchada de sangre.
-Bien. No parece muy grande. Si sale como espero no tardará mucho. No te preocupes, no tendrás que aguantar mucho para verlo.
Estela se dispuso a esperar. Parecía tranquila y segura de lo que iba a pasar y, en verdad, lo estaba. Félix y Aitor se pusieron a charlar de los deberes que habían mandado para ese finde para matar el tiempo, y Daniel se puso de pie, pensativo.
Pasaron cinco minutos. Diez. Quince. Félix miraba el corte regularmente. La herida ya estaba cicatrizando a los cinco minutos. A los diez, el proceso de cicatrización ya había finalizado. Y, a los quince, ya no quedaba siquiera un pequeño rastro del corte.
Estela se levantó con satisfacción.
-¿Lo ves? ¿Qué te dije? Ya no queda rastro del corte.
Daniel se acercó a mirar el brazo de su amigo.
-Autocuración-murmuró para si.
-Sí.
-¿Crees que puedes volar?-le preguntó su amigo con una sonrisa de emoción de oreja a oreja pintada en la cara.
Félix enarcó una ceja.
-¿Y cómo lo tienes pensado comprobar si se puede saber?
Daniel se encogió de hombros.
-Supongo que lanzándote de un sitio alto.
-¿Y si no vuelo?
-Pues lánzate de un sitio no tan alto.
-Daniel. Dije que no hicieseis locuras...
-Yo creo que, en parte, Daniel tiene razón-interrumpió Estela.
-Me van a matar-murmuró Félix para si.
-Cuando ocurrió lo del camión-continuó ella haciendo caso omiso a sus murmullos-pensabas que te iban a atropellar. Y fue ahí la única vez hasta ahora en que te vi usar la superfuerza. Tenías miedo. Corrías peligro. Y fue justo en ese momento en el que surgió.
Félix suspiró.
-Tienes razón. Pero, ¿y si resulta que no vuelo?
-Félix, no hace falta que te lances desde lo alto de un edificio. Basta con hacerlo desde el tejado de una casa. Y, si no vuelas, no pasa nada. Recuerda, tienes autocuración.
-Es verdad-dijo él más tranquilo y seguro-hagámoslo.
- Mi padre no está en casa. Es seguro. Nuestros vecinos no son muy cotillas. Podemos hacerlo ahí-sugirió Daniel.
Miró a Félix esperando una repuesta. Este asintió y Daniel empezó a caminar en dirección a su casa.
-¿Ya?-preguntó Félix sorprendido, mientras le seguía.
-¿Por qué esperar?
Félix meditó durante unos instantes.
-Venga, vamos-le apuró Daniel antes de que este pudiese cambiar de opinión.
La casa de Daniel no era precisamente muy grande, pero el color blanco que predominaba en sus paredes le daba sensación de amplitud y tenía un buen patio trasero. Por dentro era una casa bastante humilde y simple, sin muchos lujos. Aún así, según pensaba Félix, estaba muy bien para estar mantenida solo por su padre que, además, tenía a un hijo que cuidar. Se había quedado solo con su hijo desde que su mujer había fallecido en un atraco hacía ya ocho años. Por aquel entonces ella trabajaba en una joyería de Vigo. Eran dos atracantes, y uno de ellos iba armado con un arma de fuego. El otro llevaba una bolsa para guardar el dinero. La mujer opuso resistencia y recibió un disparo mortal en la frente. Su padre había quedado devastado cuando recibió la noticia. Su hijo probablemente había sido la única razón por la que había expulsado de su cabeza la idea del suicidio. Pero eso sí, cambiaron de residencia en cuanto les fue posible. Su padre había conseguido seguir adelante gracias al trabajo que había conseguido en Sollada, pero eso no le libraba de las noches en las que aún recordaba el día en que le dieron la terrible noticia. Esas noches no pegaba ojo y a la mañana siguiente se encontraba destrozado. Cuando llegaron, Daniel abrió el portal con una copia de la llave que le había dado su padre para cuando-como en esa misma ocasión-él no estuviese en casa. Luego repitió el proceso con la puerta principal de la casa y los cuatro entraron dentro.
-El último que cierre la puerta.
-Descuida-contesto Estela, que iba de última en la fila que se había formado en la entrada.
Siguieron a Daniel escaleras arriba, hasta la habitación de este. La cama estaba empotrada contra la pared del fondo y, por encima de esta, había una ventana de las que se abren deslizándose. Daniel se dirigió directamente hacia esta y se colocó encima de la cama, que estaba deshecha y arrugada. Se disculpó a la vez que abría la ventana, diciendo "ya lo sé. Tengo que hacer la cama" y se volvió a bajar. Se puso a lado de Félix y le dio unas palmaditas en el hombro.
-Venga.
-¿Así, sin más?
Daniel enarcó una ceja confundido y arrugó la cara.
-Claro, ¿qué más quieres?
-No sé. Podrías poner algo donde voy a caer para que no me haga daño.
-¿Quieres que funcione? Porque si no hay riesgo lo más probable es que tus poderes no se activen.
Félix miró hacia la ventana y lanzó un suspiro. Cogió carrerilla e hizo un gesto para que los demás se apartasen. Entonces se echó a correr y saltó hacia la cama, pero se paró ahí.
-Lo siento. No soy capaz.
-Pues no cojas carrerilla. Sólo tírate.
Félix se asomó a la ventana y sacó la cabeza para ver dónde iba a caer. El miedo lo empezaba a invadir cuando sintió unas manos empujándolo por la espalda. Soltó un grito de terror al ver el suelo aproximarse. Daniel se asomó a mirar, pero no hacia falta ver lo que había pasado. El golpe se escuchó en el piso de arriba. Y, probablemente, también lo escuchase el vecino más cercano, pero no le daría importancia. "Niños". Los cuatro bajaron corriendo y se encontraron al muchacho boca abajo tirado en medio de la hierba, como una cucaracha aplastada. Daniel le dio la vuelta y lo zarandeó preocupado, pero Félix solo emitió un leve gruñido de dolor. Estela agarró a Daniel del brazo y tiro un poco para indicarle que se levantase y le dijo "espera. Tardará un rato en recuperarse". Los tres se quedaron a esperar y, cuando Félix se intentó levantar con un quejido, Daniel y Estela le ayudaron, uno por cada brazo.
-Daniel, creo que no vuelo.
-Ya-coincidió él con un hilo de voz-. ¿Estás bien?
-Sí, bueno. Me duele un poco. Dejadme reposar. Luego, si queréis, seguimos.
-Vale. Como tú decidas.
Al principio, Laura no sabía que responder. No sabía con certeza de qué hablaba Leo, pero se hacía una idea bastante ajustada. Por fin, cerró la boca y se dispuso a hablar.
-¿Qué?
-No hay tiempo. Dame la escopeta-dijo arrebatándosela de las manos-y ve a esconderte.
-¿Cuántos son?
Leo le lanzó una mirada de impaciencia
-Tres. Vete...
-Y una mierda-le interrumpió ella-. No te voy a dejar tirado. Tú sólo no puedes con tres. No quiero que te hagan daño.
Él lo meditó unos segundos.
-De acuerdo. Hay un par de mancuernas en mi habitación. Coge una y ven pitando.
Laura subió la escaleras a toda prisa y entró en la habitación de su hermano. Al entrar, su mirada se topó con las tres figuras antropomórficas de las que le había hablado Leo. Ahogó un grito y, sin pensarlo, cogió una de las mancuernas y golpeó al ser que ya estaba acercándose a ella. Marchó corriendo escaleras abajo con el corazón a mil y una de las mancuernas en la mano y se encontró con su hermano el sótano. No se había movido del sitio. Cuando Laura apareció agitada como nunca antes por allí, Leo también se alteró, aunque no sabía lo que estaba pasando.
-¿Qué ocurre?
-Están en tu cuarto.
Leo abrió los ojos todo lo que pudo. Entonces recordó el momento en el que se había encontrado con la criatura que ahora estaba en el sótano, junto a ellos, cuando había subido al cuarto. Unos pasos provenientes de las escaleras se empezaron a escuchar desde el sótano y Leo apuntó con la escopeta monotiro hacia la puerta. El mango de esta se movió lentamente y la puerta se abrió de repente. Leo estuvo a punto de apretar el gatillo, pero se paró a tiempo suficiente para darse cuenta de que quién había al otro lado era su padre. Este se sobresaltó. Sin embargo, apenas tardó unos segundos en recuperarse del susto.
-¿Qué haces con la escopeta?
-Perdona... Es que tenía pensado ir afuera a practicar tiro. Si no te importa, claro. Y estaba viendo cómo funciona-improvisó él automáticamente
-¿Y por qué apuntabas hacia la puerta?
-Pues... Es que...
-No importa-le interrumpió el señor-. Lo que venía a preguntarte es que quiénes son estos-se apartó de la puerta dejando ver a tres chavales de su instituto. Leo se quedó confuso al reconocer a Juan entre ellos-y qué hacían arriba.
-P-Pues-tartamudeó Leo-vinieron para echarme una mano con lo del tiro. Es que ellos tienen también escopetas en sus casas y se les dá bien, así que quedamos para que me enseñasen a disparar.
Su padre suspiró irritado.
-¿Vuestros padres saben que estáis aquí?-preguntó dirigiéndose hacia los chicos.
-Por supuesto-contestaron ellos con toda naturalidad.
El señor volvió a mirar a su hijo con una expresión de desconfianza y se marchó sin mediar más palabra. Entonces Leo se dió cuenta de algo. Algo que creyó importante. Muy importante. La figura que aparentaba ser Juan tenía el mismo corte que tenía el verdadero Juan en el brazo y era mucho más reciente. Leo pudo darse cuenta de que aún estaba sangrando, como si se lo acabasen de hacer hace un momento. Y no solo él, los otros dos tenían un corte similar, también sangrando y en el mismo sitio. Entre ellos dos también pudo distinguir a un niño de su clase, el mismo que había desaparecido esa mañana. El otro chaval-que juraría que estaba en 1° B-cerró la puerta y los tres seres se dirigieron hacia los hermanos. Mientras descendían lentamente por las escaleras volvieron a sus formas originales y Laura sintió un escalofrío. El terror empezó a apoderarse de Leo y él trató de controlarlo. El niño no pensó ni un momento cuando, apuntando a la criatura que se había hecho pasar por Juan momentos atrás, apretó el gatillo y una bala salió ruidosamente disparada hacia la zona del abdomen del ser. Un gruñido se escapó de su boca y los otros dos pararon en seco, junto con el herido. Uno de ellos se abalanzó sobre Laura y esta le golpeó con la mancuerna, la cual se le salió volando a causa del sudor que recorría sus manos y que las volvía peligrosamente resbaladizas, cayendo al suelo con un golpe seco. La criatura cayó al suelo con las manos apretando la zona del golpe. Laura se dió cuenta de que el ser que estaba al lado del que aparentó ser Juan tenía un bulto en la cabeza, y se dió cuenta de que era el mismo al que había golpeado con la mancuerna arriba. Entretanto, Leo ya había recargado la escopeta y estaba apuntando hacia el falso Juan.
-Vale-dijo lentamente-. ¿Alguien nos va a explicar lo que está pasando aquí, o os lo vamos a tener que sacar por la fuerza?
Las criaturas se miraron entre si. Entonces la puerta del sótano se abrió bruscamente y la figura del padre apareció tras ella. Se quedó completamente congelado y con los ojos como platos en cuanto vio la escena.
-Oh, mierda-logró decir Leo.

Desde lejos de la TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora