Los niños entraron en la habitación de Daniel y Aitor cerró la puerta tras ellos. Esta vez el padre sí que se extrañó al ver a los chicos de regreso tan pronto, pero no preguntó. No era una persona cotilla, y esa-por lo menos según Félix-era su mejor cualidad. Y no lo pensaba porque no tuviese más cualidades buenas, sino porque es una cualidad que muy pocos padres poseen. El niño se dirigió hacia un baúl de madera pintado de rojo que había contra la pared derecha de su cuarto y lo abrió con un leve chirrido. Sus amigos le miraban atentamente. El niño les había dicho que guardaba su máscara de monstruo que había utilizado en Halloween hace tres años. A decir verdad, Félix intuía que le iba a quedar pequeña, pero era la opción más razonable. Daniel estuvo un rato buscándola en el baúl, donde guardaba más disfraces y, al fondo, juegos de mesa en sus respectivas cajas. Entre los diversos juegos se encontraban un cluedo y un monopoly al que le faltaba el dado y un par de casas que el padre del niño encontraría unas semanas después debajo del sofá y se preguntaría como habían llegado ahí. En cuanto al dado... Bueno, eso ya era una historia muy diferente. Cuando por fin dió con lo que buscaba, el niño se irguió y le tendió la máscara a su amigo. Este se la probó, seguro de que le iba a apretujar la cabeza, pero se sorprendió al descubrir que le quedaba bien. Muy justa, pero bien. La máscara era de color verde y enseñaba unos enormes dientes en una sonrisa macabra. Los agujeros para los ojos eran grandes, pero a Félix le pareció que le serviría, pues le cubría toda la cabeza y los únicos pelos que dejaba a la vista eran los de la nuca.
-¿Qué tal estoy?
-No te reconocerá nadie-le tranquilizó Daniel.
-¿Estás seguro? ¿Y si...?
-No te van a reconocer-le cortó Estela-, tranquilo.
El niño parecía preocupado, pero intentó confiar en sus amigos y dejar de pensar en ello. A pesar de todo, una parte de su mente le daba vueltas una y otra vez inconscientemente.
-¿Y ahora qué?-preguntó Daniel.
Félix miró a su amigo interrogativamente.
-¿Cómo que ahora qué?
-¿Cómo piensas llevar a cabo el plan si todavía no controlas tus poderes?
El niño no había pensado en ello. Ni él, ni Estela, ni Aitor. Daniel había sido el único de los cuatro que había caído en ese inconveniente.
-Mierda. Es verdad-dijo Félix con tono de irritación-. Pues supongo que no podremos hacerlo. Al menos de momento.
-Lo vamos a hacer-dijo Daniel en tono confiado y firme para la sorpresa del resto de amigos-. ¿Acaso te piensas quedar quieto, sin hacer nada, esperando, mientras esas cosas van tachando a gente de la lista?
-¿Y qué otra opción tengo?-el muchacho estaba confuso.
-Yo te diré lo que vamos a hacer. Vamos a volver al descampado y vamos a forzarte a usar tus poderes hasta que seas capaz de manejarlos sin problemas.
-Genial, ¿y cómo lo tienes pensado hacer?
La sonrisa del niño se ensanchó de tal manera que un poderoso escalofrío recorrió el cuerpo de Félix de los pies a la cabeza. Aunque Daniel era su mejor amigo, a veces le daba un poco de miedo y otras, como se trataba de aquel caso, le provocaba una sensación de profundo terror, tal y como si tuviese delante de un loco recién fugado de un psiquiátrico.
-Esperadme aquí-dijo Daniel mientras salía por la puerta.
Félix tenía miedo de la idea que se le podría haber ocurrido a su amigo. Una parte de si esperaba que volviese con algo razonable, pero otra parte que él trataba dificultosamente de ignorar temía que volviese con un hacha o con un cuchillo y que le empezase a perseguir como un pirado. "La verdad es que el hacha le pega mucho", pensó con un humor tenebroso y se estremeció cuando fue consciente de lo que acababa de pensar. Pero, para su sorpresa, el niño no tardó en estar de vuelta con una caja de cartón. Probablemente una caja de zapatos a la que se le había dado un nuevo uso tras retirar su contenido. Félix tuvo la idea de preguntar, pero su mente la rechazó violentamente. Lo más probable era que Daniel no le dijese nada hasta que llegase el momento, y así fue. El niño les informó de que tenían que regresar al descampado para llevar a cabo su idea. Esta vez el padre preguntó con curiosidad a qué se debía tanto ir y venir. Su hijo le contestó apresuradamente que se les había olvidado una cosa cuando fueron al descampado y que habían vuelto para cogerla. El padre iba a preguntar lo que, pero antes de que pudiese abrir la boca, su hijo se le adelantó levantando la misteriosa-al menos para Félix-caja de cartón. La mentira coló exitosamente y los niños llegaron al descampado sin ningún problema.
-¿Preparado, colega?-el miedo de Félix había disminuido durante el trayecto, pero en cuanto Daniel formuló esta pregunta, el niño volvió a sentir aquella sensación de zozobra, ahora más aguda que antes.
Félix asintió con inseguridad y su amigo abrió lentamente la tapa de la caja. Proseguidamente metió la mano, agarró algo y la sacó. Félix se encontraba a una cuidadosa distancia de un par de metros de su amigo, pero en cuanto vio como sacaba de la caja una araña patona no pudo evitar dar un enérgico bote hacia atrás. Estela y Aitor también se apartaron de Daniel ágilmente.
-Daniel, para, por favor-le imploró el muchacho.
Pero Daniel hizo caso omiso a la petición de su amigo y alargó el brazo peligrosamente hacia delante. Entonces Félix sintió el impulso de echar a correr, pero lo reprimió. El niño se lanzó a correr hacia Félix y este decidió hacer caso a su impulso y salió corriendo, tratando de que Daniel no le alcanzase. Félix era más rápido que su amigo, pero pronto se empezó a sentir agotado. En un momento dado echó la vista atrás y vió como el chaval seguía corriendo, aunque considerablemente más despacio, al tiempo que el cansancio le iba venciendo, con la araña retorciéndose ávilmente agarrada por tan solo una pata. Por unos instantes, el niño conservó la esperanza de que la pata del bicho se le desprendiese del cuerpo y este cayese a la hierba liberado. Pero no fue así. El insecto seguía atrapado por Daniel y él y su amigo seguían corriendo en círculo como dos niños pequeños jugando a la pita. Daniel no pudo resistir más y se paró para descansar. Félix lo aprovechó y él también se paró. Aitor y Estela también detestaban a las arañas. Pero la diferencia entre ellos y Félix era que ellos sencillamente sentían asco y repulsión hacia ellas-tan solo la idea de que uno de esos insectos de patas largas y cuerpo diminuto les tocasen les daba un asco tremendo-, mientras que Félix, a parte de asco y repulsión, también sentía puro pánico-aracnofobia-hacia ellas. Pero Daniel era un caso a parte. A él nunca le había molestado lo más mínimo la presencia de esos insectos. Entonces, viendo que el plan de Daniel no estaba saliendo especialmente bien, Aitor se acercó a su amigo y, superando su repulsión por aquellos insectos, le arrebató la araña de las manos. Los párpados de Félix se abrieron completamente como si fuesen cortinas y Aitor empezó a correr hacia él. El muchacho, infinitamente agotado, se forzó a hacer un último esfuerzo y se echó a la carrera sin mucha decisión. Por su cabeza rondaba la seguridad de que si se paraba a descansar, su amigo no llegaría a tocarle con ese bicho, pero no pensaba arriesgarse. De eso ni hablar. Mientras huía de Aitor, Félix volvió a sentir esa sensación. La sensación de que algo que se había mantenido la mayor parte del tiempo dentro de él salía al exterior. La sensación de que una energía extraña le percorría por todo el cuerpo. Y entonces ocurrió. Las piernas del niño se empezaron a mover cada vez más rápido. Pero esta vez era diferente. El niño no sentía que algo se apoderaba de él, no. Sino que ese algo, fuera lo que fuese, estaba siendo controlado por él. Aitor paró en seco en cuanto empezó. El aura azul del muchacho le envolvía por completo, como ya lo había hecho otras dos veces no mucho tiempo atrás. Y esta vez él era consciente de todo.
"Esa persona a la que buscamos es diferente a las demás".
Era consciente de la velocidad que estaba alcanzando.
"Ese cristal le ha dado algo especial".
Era consciente del aura que envolvía todo su cuerpo.
"Algo especial y que puede resultar peligroso si no os andáis con ojo".
Y esta vez no se había caído. No. Ni lo haría más adelante. Porque ahora era él quien los controlaba, y no ellos a él. El niño paró de repente y se volvió para mirar a sus amigos. Sus ojos azules observaron a Aitor, que seguía sujetando a la araña. En esos momentos ningún insecto le daba miedo. El chico caminó con paso tranquilo hasta su amigo, le arrebató el bicho de la mano casi sin que este se diera cuenta y lo lanzó hacia un lado. Y fue entonces cuando el aura desapareció de repente, sin que él lo decidiera. Como si se le escurrirse de las manos. Estaba tan cerca... Estaba tan cerca de haber logrado manejarlo del todo... "Tan cerca..." Le repetía su mente una y otra vez con tristeza, pero con una pizca de esperanza que se acomodaba en el fondo de sus pensamientos.
Sus amigos tardaron un buen rato en reaccionar. En parte por el tiempo que le dedicaron a asimilar lo que acababa de ocurrir, y por otra parte porque ya estaban pensando en lo próximo que iban a hacer... O al menos eso último Daniel.
-Mierda-musitó Félix mientras se miraba las manos, comprobando que el aura había desaparecido por completo.
-Hay que seguir-sentenció Daniel con decisión.
-¿Tienes alguna idea?
El niño se encogió de hombros. Tenía las manos metidas en los bolsillos como si estuviesen en pleno invierno, a pesar de que hacía una temperatura de por lo menos unos 28 grados. Los amigos dedicaron largo rato a pensar. Félix se sentó en la hierba. Al poco de apagarse el aura, el muchacho volvió a sentir el cansancio que había adquirido mientras corría con todos sus esfuerzos delante de sus amigos, y ahora estaba verdaderamente reventado.
-Claro-dijo Estela para si y sus amigos se giraron curiosos hacia ella-. Creo que tengo una idea. Una buena idea. Pero tenemos que ir a mi casa.
Félix suspiró profundamente.
-Se nos va a pasar la mañana entre ir y venir. Y yo ya estoy hecho polvo. ¿No hay nada que podamos hacer por aquí?
Estela meditó con impaciencia y revisó las posibles opciones rápidamente. No, ninguna de las casas de los amigos estaba a tan solo unos pasos del descampado. No, el parque no les servía. Tampoco cualquiera otro de los lugares que había en los alrededores. Y no porque no fuese a funcionar. En esos lugares había gente, y les verían. Verían a Félix utilizar sus poderes. Y no iban a repetir el experimento de la araña otra vez. Principalmente porque tratar de encontrarla equivaldría a buscar una aguja en un pajar. Y probablemente tardarían menos en llegar hasta su casa que en encontrar una aguja en un pajar. "Con que no, no hay nada que podamos hacer por aquí, Félix". La niña negó con la cabeza al cabo de un corto rato.
Félix se tumbó desvergonzadamente sobre la hierba y dirigió la mirada distraídamente hacia el cielo azul, que ese día a penas contaba con nubes, pero las pocas que surcaban aquel manto aparentemente infinito contaban con formas divertidas que conseguían atraer la atención del niño. Félix se preguntó y no por primera vez si el Universo sería verdaderamente infinito.
-Vale, pero al menos dejadme descansar un rato. De verdad que estoy molido.
Cuando el muchacho ya hubo recuperado las fuerzas, se levantó repentinamente, como si fuese un muerto que acabase de despertar de un largo y aburrido descanso. Entonces los amigos se encaminaron hacia la casa de la niña. Una vez allí ella misma llamó lentamente a la puerta. Tres golpes en total. No hubo respuesta. Al poco tiempo la puerta se abrió y la cara de su padre apareció al otro lado.
-Hola, ¿a qué venís?
Estela no había pensado en qué decirle a su padre cuando llegasen. Ni había pensado tampoco en cómo llevar a cabo su plan sin que él les descubriese. Por suerte, Aitor la sacó del apuro.
-Venimos a hacer un trabajo para el colegio. Su hija guardó lo que llevábamos hecho y tenemos que entregarlo mañana.
-¿Un trabajo a principios de curso?
-Sí. Es de repaso del curso anterior. No tardaremos mucho, ya nos queda poco. Pero se nos había olvidado por completo.
El señor les miró con seriedad y por el cuerpo de los niños corrió un miedo estúpido. Por fin, el hombre se echó a un lado y los amigos pasaron apresuradamente. Después de entrar en el cuarto de la niña, Daniel cerró la puerta tras él.
-Joder, Estela. Tu padre da mal royo-susurró Aitor.
La muchacha río sin humor y asintió.
-Vale, ¿qué tenías pensado?-le interrogó Félix.
-En realidad no lo pensé muy bien-admitió ella.
-¿Cómo que no lo has pensado muy bien? ¿Y entonces qué hacemos aquí?-el niño ya empezaba a estresarse.
-A ver. Había pensado en qué hacer, pero no había contado con mi padre-la chica se centró y empezó a organizar el plan-. De acuerdo. Lo primero, necesitamos el sótano. Pero él tiene que pensar que estamos aquí, haciendo el supuesto trabajo. Si entra en el sótano y nos pilla, estamos jodidos. La parte buena es que mi padre solo lo utiliza o bien para coger algo que necesita de allí, lo que casi nunca ocurre, o para hacer levantamientos de pesas-entonces Félix adivinó lo que su amiga tenía pensado, pero calló y la dejó hablar hasta el final-, y sé que ahora no los va a hacer. Por lo que lo más probable es que no entre. Tampoco suele entrar en mi habitación si no es necesario, pero necesito que vosotros dos-dijo paseando la mirada entre Daniel y Aitor-os quedéis por si llama o entra. Si llama, responded vosotros e inventos una mentira creíble, pero si entra o me pregunta algo a mi, decid que estoy en el baño. En cuanto salga de la habitación, me mandáis un mensaje y yo salgo del sótano y hago como que vuelvo arriba. Lleváis el móvil encima, ¿no?-los niños asintieron y la muchacha hizo una pequeña pausa para coger el suyo del bolsillo pequeño de su mochila y metérselo en el bolsillo del pantalón-. Si pregunta por Félix, él se empezó a marear y se fue afuera para tomar el aire. ¿Entendido?
Los niños asintieron de nuevo con la cabeza a rebosar de información.
-Pues al lío-la niña abrió la puerta del cuarto intentando hacer el menor ruido posible e hizo una seña a su amigo para que le siguiese.
Cerró la puerta tras ellos e hizo otra seña al niño para que se quedase quieto. Ella bajó silenciosamente escaleras abajo y al llegar a la última escalera se inclinó hacia delante y miró a ambos lados. Despejado. Se escuchaba el ruido del televisor. Estaba puesto en 24h. Perfecto. Su padre tenía que estar en el salón viendo las noticias. Era lo que hacía siempre después de hacer las tareas de la casa-pasar el aspirador y la fregona, sacar el polvo... La cama la solía hacer la mujer, puesto que siempre era la última en levantarse-. La muchacha volvió silenciosamente escaleras arriba e indicó al niño que fuese tras ella. Llegaron al sótano sin problemas y bajaron, cerrando la puerta a sus espaldas, tras activar el interruptor de la luz. Allí abajo habían varios estantes dispersos contra las paredes de la estancia. Una buena parte de las cosas que habían sobre ellos estaba organizada por cajas, pero también habían cosas sueltas, como una maqueta del sistema solar que había hecho la niña en primaria o un tocadiscos envuelto en una fina capa de polvo, como si fuese un envoltorio de un regalo de Navidad. En medio del sótano había un banco de levantamientos de pesas de color negro y con soporte. La niña se colocó al lado y le dijo a Félix que se tumbase. El muchacho obedeció sin poner pegas y entonces la niña le tendió la barra, cuyo peso había sido considerablemente reducido por ella a una anilla de cinco kilos a cada lado. Es decir, unos diez quilos en total. Él la agarró con fuerza y su amiga notó al momento que los brazos del niño temblaban peligrosamente. Pensó en decirle que se relajase, pero le pareció inútil.
-Estela, no creo que esto vaya a funcionar. Si esto me pesa demasiado y no soy capaz de levantarlo, lo tiraré a un lado.
Estela pareció no escuchar al niño y este se llevó la barra al pecho lentamente. Luego la levantó con un leve gruñido. Cuando ya la estaba volviendo a bajar, la muchacha cogió otras dos anillas de cinco kilos y las colocó ágilmente. Entonces los enclenques brazos de Félix, cuyo tambaleó ya empezaba a cesar, bajaron rápidamente y el muchacho logró pararlos justo a tiempo con un gruñido más sonoro que el anterior. Levantó la barra con mucho esfuerzo y se quedó con ella en el aire y los brazos extendidos del todo.
-No puedo con tanto. Quítale los diez quilos que le acabas de añadir.
Entonces la niña cogió otras dos anillas y las colocó ante las súplicas de su amigo de que no lo hiciese. El niño aguantó el peso, como quien aguanta una operación muy dolorosa, pero no se atrevió a bajarlo. Y fue mientras el muchacho luchaba por soportar ese peso cuando la puerta principal de la casa se abrió y la voz de la madre de Estela sonó diciendo "Martín, ya he vuelto". La niña se quedó congelada.
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Desde lejos de la Tierra
Science FictionCuando un pequeño concello gallego es atacado por una amenaza que proviene de fuera de la Tierra, un grupo de niños tendrá que descubrir qué es lo que está pasando. Pero ellos no son los únicos que son conscientes de la situación. Un chico de su cla...