Capítulo 11.

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No, no, no, no. Todo esto era un gran error. O se encontraba metida en un sueño. Sí, tenía que ser eso. Todavía era la noche previa a la boda y Daniela estaba teniendo una pesadilla. Se trataba de nervios prenupciales, y su mente estaba pensando en lo peor imaginado.

—Oye —María José llevó el roce de sus dedos por la cara interna de su muslo—. Quédate conmigo. Esto es importante. No querrás perder detalle —curvó los labios mientras se inclinaba sobre ella—. Respira. Tienes que recordar respirar.

Respiró, paralizada, mientras le miraba el rostro; su mandíbula y sus ojos café-verdosos. La bonita calidez que tanto amaba ya no estaba. Había sido reemplazada por una máscara. Aquella penetrante y amenazadora que le mostraba a todos los demás y que ahora usaba con ella.

—María José, detente —tiró con brusquedad de los pañuelos en sus muñecas y tobillos—. Me estás asustando.

—Bien —rugió y, por primera vez después de haberla atado, Daniela vio algo semejante a una emoción penetrar sus ojos. Su dedo se arrastró por su pierna desnuda, causándole una sacudida y recordándole que se encontraba atada y desnuda. No era como que Daniela necesitara que se lo recordaran—. Deberías estarlo.

Rodeó la cama para dejar su bebida en la mesita a un costado. Con las manos en los bolsillos la examinó. Su sombra seccionó el cuerpo de Daniela.

—Mi hermana estaba asustada cuando los matones de tu padre la secuestraron en la calle, la metieron en un cuarto sucio y la violaron.

Todo el oxígeno abandonó la habitación. Sus oídos retumbaron y su visión se enturbió, volviéndose diminuta ante el duro rostro de María José.

—¿Qué?

—La ataron… justo así. Era una buena chica. El alma más dulce sobre la faz de la Tierra. Amaba a todo el mundo. Nunca se comportó mal. Y la mató a sangre fría. Tu padre.

Daniela sacudió la cabeza y el cuerpo de un lado a otro.

—No. No, me has confundido con alguien más. Mi padre murió en un accidente de coche y mi madre…

—Tu madre te ocultó cuando tenías cuatro años para protegerte de mí. —La miró con desprecio—. Pero después de todos estos años, una chica que es el vivo retrato de Fernanda Soto regresa tan tranquila a mi ciudad, excepto que en vez de cabello rubio ahora tiene el color castaño de su papi. Quién lo diría.

Daniela se quedó boquiabierta. No. Lo que decía no podía ser verdad. Pero la mirada en sus ojos, una furia carente de afecto —odio—, ella ciertamente pensaba que era verdad. La mente de Daniela se aceleraba con todo lo que escuchaba salir de sus labios. ¿Acaso podría ser…?

¿Realmente su madre la ocultó durante todos esos años para protegerla de…?

Sus ojos se clavaron en María José, quien estaba sentada sobre ella con aire de suficiencia. Incluso si lo que estaba diciendo era verdad, Daniela no podía imaginarlo; aunque lo fuera.

—No te he hecho nada a ti o a tu hermana. Es la primera vez que escucho algo de esto.

María José sacudió la cabeza y cogió su bebida, tragándose los restos del fondo antes de devolverlo a su sitio con un sonido sordo.

—¿Te parece que me importa una mierda?

Daniela se sobresaltó. Nunca había usado ese lenguaje cerca de ella.

—Mi hermana tampoco hizo nada. Yo vivo de acuerdo a un código —bajó la mano para ahuecarle la mejilla. Daniela se retorció para alejarse de su toque y ella se lo permitió.

inocencia (Adaptación Caché) G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora