Capítulo 22.

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Tres días después Daniela fue al refugio para perros. Hizo una pausa y luego corrió, lanzándose a los brazos de Marie, quien la estrujó cerca pero solo por un momento, para después apartarse y sujetar los hombros de Daniela.

—Deja que te vea —Marie había tenido una sonrisa puesta, pero se borró al ver a Daniela de arriba abajo—. Cariño, ¿estás bien?

El labio inferior de Daniela temblaba mientras luchaba por contener las lágrimas. Asintió y volvió a abrazar con fuerza a Marie.

—Oh, cariño —le frotó suavemente la espalda.

Daniela cerró los ojos y se hundió en su amiga. Dios. No se había dado cuenta de lo mucho que había necesitado una cara conocida. Las lágrimas se acumularon y cayeron por sus mejillas, pero no emitió sonido alguno. Se aferró a Marie por mucho tiempo. Cuando finalmente la soltó, secó las lágrimas y soltó una risa un tanto falsa.

—No sé qué me pasa. Han pasado tantas cosas desde que te vi —cogió las manos de Marie y les dio un apretón—. Siento no haberme puesto en contacto antes.

Marie le respondió con el mismo apretón de manos.

—No pasa nada, lo entiendo. Recuerdo lo que se sentía ser una recién casada —sus cejas se arrugaron—. Pero cariño, en serio, ¿estás bien?

Daniela tragó duro y asintió.

María José había dejado más que claro en el desayuno que no debía revelar ninguna verdad de la situación de ambas a su amiga, pero no había llegado al extremo como para amenazar el bienestar de Marie si Daniela no cumplía, aunque ella no estaba dispuesta a ponerla en esa posición. Incluso tal vez había sido egoísta volver aquí. María José era peligrosa. Poner a Marie en la mira de ella o en la de sus Sombras no la favorecería en lo absoluto.

Pero las cosas entre Daniela y María José se habían relajado aún más desde la gala. Todavía la dejaba moverse libremente por todo el apartamento, además de hablar sobre dejarla volver como voluntaria en el refugio de manera temporal, y una vez a la semana. Hoy iba a ser puesta a prueba.

Bueno, al decir hablar, Daniela se refería a que María José lo había decretado con una larga lista de condiciones, incluyendo que sus Sombras protegieran el frente y la parte trasera del edificio, y que Sharo la acompañara en todo momento.

María José trabajaba todo el día y a veces también las noches, pero comían juntas al menos una vez al día, aunque nunca hablaban mucho. Sin embargo, a veces ella le leía. Primero el periódico. Y luego sin discutir, cogía un libro de la estantería y empezaba a leerlo en voz alta. Se trataba de una novela de Thomas Hardy, muy bella y triste.

Y cada noche, sin falta, iba a su habitación. Se tomaba su tiempo con ella. A veces la cosa se ponía un poco accidentada pero nunca era algo rápido y, por mucho que Daniela odiara admitirlo, sus visitas nunca eran indeseables.

Había comenzado a esperar que María José volviera a casa con un entusiasmo que la inquietaba.

Ella era el enemigo. ¿No lo era?

Ella. Estaba. Muy. Confundida.

Y con todo esto dicho, a Daniela le vendría bien una amiga ahora más que nunca.

—Estoy bien —su sonrisa ya no temblaba tanto—. Lo digo en serio.

El timbre de la puerta sonó y el hombre de la gala entró, el reportero, esta vez no con esmoquin, sino con jeans y una atractiva camisa Henley gris. Sonrió tan pronto como vio a Daniela y ella le agitó la mano en un saludo.

—Marie, este es el reportero del que te hablé, el cual quiere hacer un reportaje sobre el refugio.

La mujer miró brevemente al hombre y luego sus ojos volvieron a Daniela.

—Hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? —La examinó y Daniela asintió con la cabeza.

—Definitivamente.

Daniela le mostró al reportero, Joe García, los alrededores del refugio y le explicó cómo funcionaban las cosas mientras iba de jaula en jaula alimentando a los perros.

inocencia (Adaptación Caché) G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora