Capítulo 16.

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Daniela descansaba sobre el pesado cojín, apoyada en la pierna de su esposa y, sobre su cabeza, en el escritorio, el teclado sonaba mientras María José escribía.

No se parecía en nada a como pensaba que sería su luna de miel.

¿Caminar desnuda, posar para su esposa y dejar que la llevara con un collar y una cadena como a una mascota? Acurrucada en un cojín a sus pies y dormitando todo el día. Por la noche dormía con una cadena que la ataba a la cama. No iba a atreverse a quejarse en caso de que ella decidiera atarla de nuevo.

Ni siquiera sabía qué día era. ¿Tal vez cinco días desde la boda? ¿Seis?

Varias veces al día, a veces después de una comida y a veces de repente, la empujaba al suelo o la levantaba sobre la mesa de su oficina o comedor, o sobre el suelo. Y luego jugaba con ella, la lamía y la torturaba… hasta que se encontraba al borde del orgasmo.

Y luego se detenía y, como si nada, volvía a lo que fuera que estuviese haciendo, siempre con la amenaza de volver a atarla a la cama si se atrevía a tocarse para terminar lo que ella había empezado. Estaba tan loca, excitada y al borde que a veces se preguntaba si valdría la pena. Solo por una vez. Dios. Si tan solo pudiera correrse una vez más.

No sabía cómo María José lo había hecho. El sexo no era algo que hubiera estado en su radar hasta que llegó ella. Pero desde que sintió sus manos en su cuerpo y experimentó el tipo de placer que podía causarle… era como esas drogas de las que se decían que solo había que probarlas una o dos veces para volverse adicto.

Bueno, ahora se sentía adicta al sexo… ¡Y seguía siendo virgen! Joder. ¿Cómo sería si ellas finalmente…?

Tragó con fuerza y levantó la mirada a María José. Peor aún, tenía la horrible sospecha de que su adicción solamente era María José.

Por encima de su cabeza, los dedos de María José se movían de prisa sobre el teclado. Quería a Daniela a su lado, arrodillada sobre el cojín mientras trabajaba y acurrucada a sus pies como si fuera una mascota.

El segundo día la encadenó a su escritorio y ella se hizo oír.

—¿Cuánto tiempo vas a seguir con esto? No puedes encadenarme como a un perro a todos lados a los que vayas. Soy una persona, María José.

No hubo respuesta.

—Oye, te estoy hablando —ella le había empujado las piernas debajo de la mesa.

Entonces ella respondió. La amordazó y le esposó las manos a la espalda y así fue como pasó todo el segundo día hasta la hora de ir a la cama. Aparte de las tres veces en que la llevó al borde del orgasmo y se apartó en el último segundo posible, dejándola tan necesitada que se alegraba por la mordaza, pues en ese momento le habría rogado, implorado y prometido cualquier cosa si tan solo, terminará lo que había empezado.

Afortunadamente, Daniela se controló cuando la liberó de la mordaza antes de acostarse, y todo lo que quería hacer era gritarle en la cara. Gritar, patear, golpear y gritar todavía más. Pero se mordió el maldito labio porque después de un día en que se volvía loca de aburrimiento y los devastadores episodios de placer se detuvieron a nada del orgasmo, estaba empezando a entender la situación.

Esto era por motivos de poder.

Y María José haciéndole saber que ella no poseía ninguno.

El tercer día fluyó mejor. Daniela habló un par de veces.

—¿Puedo al menos tener un libro para leer? ¿Papel para dibujar? —No era una artista en absoluto, pero incluso garabatear se sentiría como una profunda estimulación intelectual.

inocencia (Adaptación Caché) G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora