Capítulo 28 (final).

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Diez minutos antes

Todo estaba oscuro. Demasiado oscuro y frío. Daniela nunca se había sentido más fría en toda su vida, o más sola. Era como estar encerrada en el sótano, pero un millón de veces peor. Allí al menos había podido sentir el suelo bajo sus pies y había podido contar los pasos hasta la puerta; nueve para subir y nueve para bajar. Estaban las paredes de ladrillo. ¿Cuántas horas había pasado sintiendo los contornos de cada una, memorizándolas?

Pero aquí en el vacío no había nada. Trató de gritar, pero no salió ningún ruido. Intentó agitar los brazos, pero no se movieron. Ni siquiera podía sentirlos. Oyó voces, débiles, que provenían de muy lejos a través de la oscura niebla.

¡Estoy aquí! Aquí mismo. ¡Vengan y encuéntrenme!

Pero nadie jamás la escuchó. Nadie levantó una mano en la oscuridad.

Las voces se alejaron.

Pero luego volvieron. Más cerca. Daniela se concentró al máximo. Por favor, suplicó.

Y la escuchó. Tan claro como el sonido de una campana.

Su voz. Diciendo su nombre.

—Daniela.

Todo dentro de ella, toda su alma, la reconoció.

¡Sí, estoy aquí!

—Vuelve a mí, Daniela.

Estoy aquí. Estoy aquí, ¿no me ves?

Le ordenaba que se despertara y por primera vez después de vagar tanto tiempo en la oscuridad, en ese terrible, terrible vacío, sintió algo. Realmente lo sintió.

Las manos de María José en su cara.

Ella estaba de vuelta en su cuerpo. Podía sentir sus extremidades, sus brazos, piernas, cara, dedos y nariz.

Sus labios. Sus labios que María José estaba besando.

Pero luego ella se fue, alejándose justo cuando la sensación regresó a su cuerpo como olas haciendo impacto, que crecían a cada segundo. Y con ello vino una terrible pesadez. Estaba de vuelta en su cuerpo, pero se sentía como si hubiera ganado doscientos kilogramos. Trató de levantar una mano para hacerle una señal a María José, pero era peso muerto. No se movía.

Sus párpados se sentían igual, pero los levantó con determinación.

Una luz cegadora inundó la oscuridad y todo se derrumbó; el vacío, la luz y María José. Daniela quería llorar y quería que María José la abrazara de nuevo. Quería su mano en la suya. Recordaba eso, cómo ella a veces la tomaba de la mano.

¿Estaba María José todavía aquí?

Cerró sus ojos una vez más y escuchó.
Sí. Ahí estaba su voz. Y Sharo. Ambos estaban aquí.

Tenía que hacerles saber que estaba despierta. ¿Y si la dejaban porque no sabían que estaba aquí? No podía dejar que se fueran, no podía dejar que…

Así que, a pesar de que le costó todo lo que tenía, volvió a levantar los párpados, pero no estaba para nada preparada para la cegadora luz.

Se concentró en las voces para que le ayudaran a estabilizarse y forzó a sus ojos a abrirse más.

Y fue entonces cuando nuevamente escuchó su voz. Su preciosa voz.

Pero… las cosas que estaba diciendo…

Daniela fue una pieza de ajedrez... cumplió su propósito… misión cumplida… un buen polvo.

Daniela parpadeó. Una y otra vez. No. Alguien le estaba jugando una mala pasada. O su mente lo hacía. Después de todo, todavía no estaba despierta. Se trataba de una pesadilla porque su María José nunca diría cosas tan frías y crueles. Ella significaba algo para María José. ¿Cierto?

Mentirosa. ¿Cuántas mentiras se había dicho a sí misma para hacer que su situación fuera más agradable? Lo había hecho cuando vivía con su madre y volvió a repetirlo con María José. Se decía a sí misma que la amaban. Mil veces, incluso cuando todas las pruebas decían lo contrario.

Patético.

—Bella, estás despierta —al menos la emoción de Sharo al verla despierta sonaba sincera.

La luz seguía lastimando, pero Daniela arrastró sus cansados ojos hacia el gran hombre mientras se apresuraba hacia su cama. Su visión era un poco borrosa, pero no pasó por desapercibida a María José en el fondo, manteniendo su distancia.

Sharo cogió su mano y, concentrándose, Daniela consiguió darle un débil apretón.

Dejó que sus ojos se volvieran a cerrar.

Ahora sabía la verdad. María José y ella no eran unas desventuradas amantes ni ninguna de las tonterías que se había inventado en su cabeza.

Seguía siendo la marioneta y todos los demás seguían pensando que tiraban de los hilos.

—Te voy a llevar a casa —le dijo María José mientras se acercaba. Ella bajó la cabeza en señal de estar de acuerdo.

Pero una cosa era segura.

Jamás se dejaría volver a engañar por María José Garzón. Escaparía de New Olympus y de sus garras, así como de las de su madre. Encontraría un lugar en el que pudiera ser realmente libre.

Y mientras tanto, se imaginaba llevándose su puño de acero al pecho; sería libre donde más importaba… la parte de ella que ninguna de ellas podría tocar.


















Fin.








































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Estoy pensando en subir una segunda parte pero no se.

¿Quieren? ¿O lo dejo así? Comenten plis :)

inocencia (Adaptación Caché) G!pDonde viven las historias. Descúbrelo ahora