17. Montañas y espejos

52 11 0
                                    

Capítulo 17. Hamish

11 de julio de 1916

Ginebra

Pero ya era demasiado tarde para el general Fear. Días antes de que acusaciones se pusieran en vigor, Eliah y Hamish ya habían salido del país y llegaban a Suiza. Desde su pequeña base cerca del Somme habían andado toda la noche aprovechando la oscuridad hasta la estación, y se habían subido en el primer tren que los alejara de aquel lugar lo máximo número de kilómetros posible. Antes se deshicieron de las placas de identidad falsas, enterrándolas profundamente bajo tierra. Mientras los supuestos cuerpos de Hamish Farewell y Eliah Turin yacían hundidos en el agua del campo de batalla, para luego ser encontrados bajo las órdenes del general, los nombres de "Hugo Doyle" y "Alexander Brown" se dieron por desaparecidos.

Nadie se atrevió a dudar de las condecoraciones militares que Hamish llevaba en su ropa, que había conservado de su uniforme, o de sus heridas, ni tampoco de la palabra del profesional del cuerpo médico que le acompañaba, quien aseguraba que ambos habían obtenido un permiso para recuperarse en un hospital para oficiales en la capital. Eliah sólo tenía que mostrar por encima los documentos de identidad y los del proyecto británico del shell-shock, corroborado por la firma del general Fear, para reafirmar sus palabras y viajar sin problemas. Así, en el momento en el que sus ficticios cadáveres fueron devueltos a Londres y el general descubrió la traición, ellos ya habían viajado día y noche en ferrocarril atravesando Francia desde París hasta la mismísima frontera del país vecino, neutral en la guerra. Aunque ninguno de los dos había estado antes en aquellos lugares, notaban cómo el conflicto consumía la belleza de cada ciudad que veían pasar ante sus ojos.

Fue durante ese viaje cuando Eliah empezó a darse cuenta de la capacidad que tenía el hombre para crear cosas majestuosas y, al mismo tiempo, para destruirlas. Cada edificio, cada monumento, cada calle, cada valle y cada rincón parecían luchar por salir de una triste neblina gris que lo inundaba todo. Por un instante deseó volver en el futuro a aquellas ciudades cuando acabara la guerra, para admirarlas, para verlas resplandecer en su verdadero estado natural. Pero fue una esperanza fugaz. Era consciente de que no podría pisar el país nunca más. Ni tampoco el suyo propio. Se rompió algo dentro de él al darse cuenta de eso, y miró instintivamente a Hamish como para descubrir si este también lo habría pensado. Hamish, como siempre, tenía los ojos perdidos más allá del ventanal del vagón de tren, quizá queriendo olvidarse de todo lo que había vivido en tan poco tiempo.

«Mi país es quién le ha hecho tanto daño a Hamish, y a mí también.», sentenció repentinamente Eliah para sí. «Nos ha cuestionado, nos ha rechazado, nos ha enviado lejos a morir, y ahora estamos muertos para él.»

Eliah apartó la tristeza de su mente ocupando sus pensamientos en el objetivo principal de llegar con vida a Suiza sin ser descubiertos. Intentaba actuar con normalidad todo el tiempo, pero cada vez que hacían un trasbordo de tren o les pedían los documentos, el corazón le martilleaba el pecho y pedía internamente con todas sus fuerzas que les dejaran en paz.

Ninguno de los dos cabía en sí de emoción al pisar Ginebra. Hamish y Eliah recorrieron la estación, sintiendo los latidos del corazón en la garganta, andando con pasos largos para dejar atrás a cualquiera que pudiera sospechar de ellos, que descubriera qué estaban haciendo y pusiera fin a su viaje, viendo por el rabillo del ojo a la gente pasar a toda velocidad. Finalmente salieron al exterior. Respiraron aliviados después de muchos días de incertidumbre. Aun así no se detuvieron, no se miraron ni se dirigieron ni una palabra, sólo querían alejarse de allí, perderse de una vez por todas, abandonar por completo sus anteriores vidas.

Atravesaron las calles suizas sin ningún rumbo, ensimismados en seguir andando hacia delante y escabullirse entre ellas. Tan concentrados estaban en sus pasos que ni siquiera se concedieron un segundo para observar la ciudad. Sin embargo se pararon en seco al desembocar en una gran avenida y ver ante ellos el lago Lemán. Aquella imagen calmó de golpe las preocupaciones de ambos. De un color azul intenso, la inmensa extensión de agua reflejaba entre haces de luz las montañas con los tonos oscuros de la tarde. Las cumbres de éstas se camuflaban dentro de una hilera de espesas nubes blancas, las cuales también parecían flotar bajo el lago. Se creaba así una ilusión de colores azules, grises y naranjas, provenientes de los últimos rayos de luz, que confundían los límites del agua con el horizonte del cielo.

FAREWELL (NovelaTerminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora