23. Polvo y vacío

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Capítulo 23. Hamish

1915

Florencia

Cuando Hamish contempló las pequeñas motas blancas que resplandecían en el cielo nocturno, una imagen borrosa apareció en su mente y le hizo desviar la mirada hacia el suelo. Allí habían esparcidos cientos de fragmentos de mármol provenientes de la caída de la catedral. Esa visión le resultó familiar.

Hamish caminaba agotado por la plaza del Duomo de camino a casa. Acababa de salir de una de las sesiones del tratamiento para su "enfermedad". Aun no tenía claro si podía llamarlo así. El caso es que cada vez se hacía más insoportable, someterse a todo tipo de pruebas y de interrogatorios que siempre terminaban en confusión, en provocarle daños físicos y mentales y hacerle pensar de sí mismo que estaba loco. Aquel día había sido horrible. El electroshock había prometido estimular su mente y aliviar los trastornos. Pero sólo sintió dolor, un dolor que incrementaba conforme la potencia de las descargas se hacía más fuerte. Perdía el conocimiento durante algunos segundos y luego el daño volvía a recorrerle todo el cuerpo. Por mucho que se intentó, los experimentos no hicieron otra cosa que aumentar el nerviosismo, el pánico y el bloqueo emocional de Hamish. Y había otro miedo oculto en su mente. Por lo que intuía y por el tiempo que ya llevaba de permiso, si ningún tratamiento más funcionaba con él le mandarían de vuelta al frente. La mayoría de los casos de shell-shock habían sido "curados" solo con un par de días lejos del combate, y luego regresaban a sus puestos. Además, los médicos alegarían que habían hecho todo lo posible para ayudarle y que su presencia en el campo de batalla era totalmente necesaria, ignorando el verdadero estado mental de Hamish. Ese miedo iba creciendo poco a poco, día tras día, cuando iba al hospital a someterse a una nueva terapia. Esperaba que en cualquier momento le dieran el alta y le enviaran de nuevo a luchar como si no hubiera pasado nada. El único consuelo que le quedaba era llegar a su casa, donde podía olvidarse de todo y que nadie le juzgara ni le torturara.

El eco lejano de los golpes de un martillo llamó su atención, como cada mínimo ruido amenazante que escuchaba desde que había salido del frente. El lateral de la catedral estaba siendo restaurado en ese momento. Cualquier otro día ni se habría fijado, pero su mente necesitaba desesperadamente distraerse de los problemas. Observó cómo de vez en cuando caían hileras de polvo blanco desde las alturas. Un hombre bajó de los andamios con un gran cubo lleno de guijarros blancos y verdes. Entonces Hamish oyó el leve impacto de algo en el suelo de piedra y lo vio rodar por los adoquines. Buscó con la mirada y se dio cuenta que unos de esos guijarros se había precipitado desde el andamiaje. Esperó a que el operario volviera a subir a la plataforma antes de acercarse. Permaneció unos segundos mirando aquellos fragmentos y luego volvió la vista a la catedral. Se agachó y cogió uno de los pedazos sin apartar la mirada, en un impulso interno nada propio de él. Miró su mano fugazmente y se lo guardó en el bolsillo del abrigo. Se marchó del lugar con paso decidido, procesando en el camino lo que acababa de hacer.

Ya a punto de doblar por una calle y salir de la plaza se paró en seco, abrió su bolsillo y sostuvo el pedazo de mármol en la palma de la mano para mirarlo. No pudo evitar sentir cierta emoción cuando vio aquel color blanco resplandeciente. Se dio cuenta entonces del valor incalculable que tenía lo que sujetaba entre los dedos. Una pequeña parte de uno de los edificios más hermosos del mundo. Con el corazón agitado, volvió a guardarlo y supo que era su obligación preservar ese tesoro de la mejor forma posible.

Atravesó la via de'Martelli, giró a la izquierda y llegó a la plaza de San Lorenzo, la ruta que hacía cada día. Un grupo de músicos estaban tocando en la calle. Hamish abrió el portal, subió por las escaleras del vestíbulo y entró a su casa, dejando la puerta entreabierta. La casa tenía techos altos abovedados, con paredes gris claro surcadas de molduras y decoración clásica, tanto en los grandes arcos que conectaban las habitaciones como en las columnas adosadas. Hamish tenía en frente un ventanal también en forma de arco que dejaba ver afuera el exterior la Capilla de los Médici. Cualquier persona se habría sentido afortunada de vivir en ese lugar. A Hamish le habían concedido la oportunidad de recuperarse de sus lesiones en un sitio privilegiado gracias a las hazañas de toda su carrera militar. Pero a él le era imposible sentirse agradecido, sin poder recordar ninguno de esos logros que le atribuían y acarreando una tortura psicológica cuyo origen ni si quera llegaba a comprender. Y en caso de que se acordara de ellos, estaba seguro de que no estaría orgulloso. Se quitó el abrigo y se dejó caer en un sillón cualquiera.

FAREWELL (NovelaTerminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora