Para Lalisa, el trato era sencillo; una chica más para tener solo sexo sin ningún tipo de relación, un nombre más para agregar a su pequeño libro.
Un trato en el cual Jennie solo tenía que cumplir dos reglas:
No negarse.
No enamorarse.
De lo contrar...
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Jennie
No sabía en qué me metía. Entré a su oficina absolutamente segura de mí misma, sabiendo que necesitaba conseguir dinero. Claro, besé a un chico antes. Jeffery Middleton prácticamente había empujado su lengua hasta mi garganta en el undécimo grado; sin embargo no fue nada; nada, como el beso que Lisa me estaba dando.
En el momento en que me levantó de la silla y devoró mi boca, olvidé cualquier tipo de ansiedad. Envolví los brazos alrededor de su cuello y trabajó sus caderas contra las mías de una manera que nunca había experimentado.
Y así como si nada, se apartó, dejándome jadeando como un animal salvaje.
—Eso fue suficiente por hoy. —Me sonrió. Su sonrisa era de las que rompían corazones. Las novelas románticas eróticas no podían competir contra esos labios. Di un paso atrás con las rodillas temblorosas y contuve la respiración mientras arreglaba mi cabello por detrás de las orejas.
—Un auto te espera abajo, y he enviado un teléfono a tu hotel. Contéstalo siempre que llame. Te veo pronto, gatita. —Bajó su rostro y dejó un suave beso en la esquina de mi boca.
—Está bien —susurré.
Cuando salí de la oficina de Lisa, YeonJun me esperaba abajo con Eunha. Corrí hasta él y lo sostuve con fuerza, segura de que le estaba haciendo daño. Verlo me evitó tener que pensar sobre qué demonios ocurrió en la oficina.
—Lo siento tanto. En verdad, lo siento —dije a través de las lágrimas.
Me sostuvo y sonrió. —Está todo bien, Jen. No fue malo.
Eunha aclaró su garganta, recordándome que mi gran despliegue de emociones era visto por alguien que probablemente nunca lloró ni un solo día de su vida.
—¿Qué es este coche? —susurró, dándole miradas furtivas a Eunha.
—Es... de mi jefa —mentí—. Es lo suficientemente amable para prestárnoslo.
No quería que YeonJun hiciera más preguntas, por lo que nos hice entrar en la parte trasera del coche y evité la mirada conocedora de Eunha.
Tan pronto como cerré la puerta, el chofer se alejó del club. No le había dado indicaciones, pero conducía como si supiera dónde nos dirigíamos.
—Disculpe —dije alzando la voz para llamar su atención.
Unos ojos marrones y una amistosa sonrisa me encontraron a través del espejo retrovisor. El cabello gris se asomaba por su sombrero de chofer, y finas arrugas envolvían sus ojos y labios. — ¿Sí, señora?
—¿Adónde nos llevas?
—Al Hilton, señora.
—¿El Hilton?
—Sí, señora. Solo lo mejor para... —Sus ojos se movieron rápidamente a YeonJun y luego a mí—... para los empleados de la señora Manoban.
Sabía lo que estuvo a punto de decir, pero no quería corregirlo. No tenía ningún argumento para decirle que no era nada de la señora Manoban, aún. En especial, frente a YeonJun.