Para Lalisa, el trato era sencillo; una chica más para tener solo sexo sin ningún tipo de relación, un nombre más para agregar a su pequeño libro.
Un trato en el cual Jennie solo tenía que cumplir dos reglas:
No negarse.
No enamorarse.
De lo contrar...
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Jennie.
— ¿Estos pantalones hacen que mi trasero luzca más gordo? — preguntó NaYeon. Ella se estaba volviendo en el espejo, intentando ver su espalda.
—No —le dije con aire ausente, mirando fuera de la tienda al resto del centro de Manhattan.
Mujeres envueltas en todo caro y llevando bolsos con perritos dentro, charlaban mientras caminaban por ahí.
El día de chicas con NaYeon era exactamente lo que necesitaba.
Cualquier cosa que sacara mi mente del lío loco en el que se estaba convirtiendo mi vida.
—Mierda. Creo que voy a conseguir un tamaño más pequeño.
Se desnudó sin preocuparse de quién la vería en tan sólo su ropa interior. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que había dicho.
—Espera. ¿Estás diciendo que quieres un par de vaqueros que hagan lucir gordo tu trasero? —le pregunté confundida.
—Sí. Mi trasero es plano. Necesito algo para levantarlo. —Se agachó, agarrando su trasero y lo levantó.
—Oh, Dios mío, NaYeon. Estás tan trastornada.
Once pares de pantalones vaqueros después, finalmente encontró un par con el que estaba contenta.
Luego, nos detuvimos en otra tienda de ropa, donde me senté por otra hora y la vi probarse ropa. Cualquier cosa era mejor que sentarse en el condominio viendo televisión todo el día.
—Oh, Dios mío, debes probarte esto —dijo NaYeon a mi lado—. Esto se vería increíble sobre ti con tu pelo rubio.
Miré por encima para encontrarla sosteniendo un top verde. Era precioso, con un escote redondo.
—No tengo el dinero para comprar ropa nueva en este momento. — Reí.
—Oh, vamos. Al menos tienes que probártelo. —Tirándolo en mis brazos, me empujó en el vestidor.
Suspiré con fuerza, antes de jalar mi camiseta por la cabeza y ponerme el top verde. La tela se sentía como mantequilla y se ajustaba perfectamente. Me volví en el espejo admirando lo bien que se veía en mí.
Agarrando la etiqueta que colgaba del brazo, miré lo caro que era el precio.
—Sal. Déjame ver cómo luces —me llamó NaYeon al otro lado de la puerta. Al abrir la puerta, salí y ajusté la camiseta. —¿Ves? Te dije que se vería increíble en ti. ¿Te gusta?
Sonreí e hice un pequeño giro. —Creo que sí.
Después de prometer a NaYeon que ahorraría y compraría la camiseta otro día, finalmente dejamos la tienda y nos dirigimos a la zona de restaurantes.
—Entonces, ¿qué sucedió en Clive? —preguntó, tomando de su taza de Starbucks.
La zona de restaurantes que nos rodeaba bullía de risas y voces. Me agaché y agarré una fritura de mi bandeja.