Eryn Gormsson, una leyenda para los amantes de la historia, una heroína para aquellos que les encantaba la guerra y un orgullo para las mujeres guerreras.
Solo iría a Forks para ser testigo de los Cullen, pero terminó encontrando a dos compañeros, s...
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Eryn recuerda el dolor que sintió cuando la espada atravesó su armadura. Pero aquel dolor ni siquiera fue comparado a lo que sintió lo que pensó fue una eternidad.
Antes de que aquel dolor comenzara, recuerda haber visto un par de ojos tan rojos como la sangre que salía de su cuerpo gracias a la herida de espada, su sonrisa malévola la hizo sentir escalofríos, sabía que él era el culpable de su dolor.
Sentía como su sangre ardía, deseaba que el dolor finalmente se terminara, no podía soportar ese inmenso dolor, prefería estar finalmente muerta a estar pasando por aquello que no sabía.
Suplicaba por ayuda, pero nada salía de su boca más que gritos de agonía, suplicando que la ayudaran a aliviar el dolor.
Cuando el dolor finalmente se detuvo, pudo relajar su cuerpo tenso. Sus ojos se abrieron de golpe, frunciendo el ceño al ver un techo elegante que jamás había sido capaz de ver. Eryn siempre tuvo una buena visión, pero era consciente de que de alguna forma había mejorado, podía ver las partículas y lograba escuchar voces diferentes que estaba segura no se encontraban detrás de la puerta.
―Es agradable ver que ha despertado, la mía principessa. ―una voz joven y seductora llamó su atención. Giró, no tendría más de veinte años, tenía cabello castaño y casi rozando sus hombros, sus ojos eran rojos, no se tomó más de tres segundos recordar su hermoso rostro, había sido el causante de su tortura.
―Usted es el responsable de causar ese insoportable dolor. ―lo miró, frunciendo el ceño el cuál se profundizó al escucharlo reír, tenía una risa delicada y melodiosa.
―Pido disculpas por eso. ―dio unos pasos al frente con las manos detrás de su espalda, tenía un brillo en sus ojos que Eryn no logró identificar. ―Deje que me presente. Me llamo Félix Vulturi... y a partir de ahora, usted es mía.
Eryn frunció el ceño disgustada por sus palabras. Ella sólo quería irse de ahí.
Sin saber que eso no sería posible, y que su estancia sería una pesadilla durante los próximos cien años.
