IX

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Año 1410.

Durante los siguientes siglos, los Gormsson y sus protegidos tuvieron que aprender a huir de los Vulturis.

Iban de ciudad en ciudad, de país en país, e incluso de un continente a otro. Los Vulturis jamás pudieron atraparlos, vivían escapando del cazador, y Eryn detestaba ser la presa.

Ragnar había comenzado a controlar su don, y Hela finalmente había averiguado el suyo; la compulsión. Tenía la habilidad de controlar a cada vampiro o persona que quisiera, y solía ser una ventaja para ellos, ya que se metían a las casas ajenas gracias a Hela.

¿No cree que es mejor guardar las apariencias, Killian? ―Hela se dirigió a su protegido, cuya barbilla se encontraba cubierta de sangre gracias a la anciana muerta de la que se estaba alimentando.

Tranquila, amor. ―sonrió el vampiro. ―Nadie la extrañará.

Recuerde sus modales, Killian. ―le advirtió Dorcas a su hermano menor. ―Esa pobre mujer no merecía que descargara su lado sociópata.

¡No sea amargada, Dorcas! ―bufó Killian, alejándose finalmente de la anciana muerte. ―Prometo no volver hacerlo.

Ha dicho eso las últimas veces, corazón. ―le recordó Astrid a su hermano mayor, luego se giró a Eryn, quién  no dejaba de pasear en la pequeña cabaña. ―¿Sucede algo, Eryn?

No. ―respondió. ―O eso creo... siento una sensación extraña.

¿Y qué es, corazón?

No lo sé. ―reconoció. ―Pero me tiene angustiada.

No piense más en eso, corazón ―le aconsejó Astrid con una sonrisa encantadora, acercándose para acariciar suavemente su brazo, mirándola como una madre mira a su hija. ―¿Qué dice de conocer el pueblo?

𝙶𝚘𝚛𝚖𝚜𝚜𝚘𝚗² | 𝚃. 𝙳𝚎𝚗𝚊𝚕𝚒/𝙶𝚊𝚛𝚛𝚎𝚝𝚝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora