Capítulo 10, Beso en la mesa

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Todos estábamos preparados para empezar a comer, pero de momento nadie había traído algo de comer, hasta que Ainhoa trajo un pollo recién horneado en el horno, aquel pollo no paraba de desprender humo y un olor demasiado delicioso para mis papilas gustativas.

-Oh tiene una pinta deliciosa y con solo olerla ya alimenta jajajaja- dijo mi padre amablemente

-Ainhoa déjame que te ayude anda-

Mi madre agarró un tenedor y unas tijeras y empezó a cortar el pollo, recuerdo que a mí me tocó un muslo de pollo y a Ana le toco la pechuga, empecé a comer, mientras comía no podía evitar no ver a Ana, su mirada era como si me buscara, cada ve que la miraba ella apartaba su mirada de mí cuando la empezaba a mirar y cuando la dejaba de mirarla, podía notar como sus ojos se impregnaban de mí haciéndola crear una sonrisa.

Después de terminar de comer, todos se pusieron a hablar de cualquier cosa y como siempre Ana y yo nos quedábamos solo en aquella situación tan normal, pero en un ambiente diferente, dirigí mi mirada al frente, donde se encontraba Ana mirando hacia sus muslos si dirigirme ni una sola mirada, pude notar como su mente estaba pensando en algo, pero no sabía en qué estaba pensado, hasta que de pronto ella apartó la mirada de sus muslos para dirigirla hacia mis ojos, lanzo una sonrisa sin despegar la mirada de mis ojos y de pronto se agachó y se metió debajo de la mesa, yo confundido alce mi cuerpo para poder observar mejor por debajo de su asiento, pero no vi nada, segundos después vi como se asomaba por debajo de la mesa para decirme con el dedo índice que me metiera por debajo de la mesa, así que discretamente baje hacia las tinieblas de debajo de la mesa, gire mi cabeza a ambos lados, solo podía ver piernas, desde piernas cruzadas, hasta piernas completamente separadas, deje de mirar hacia los lados para mirar a enfrente, enfrente mía tenía a los ojos de Ana haciendo contacto con mis ojos, desde aquella distancia podía admirar los detalles tanto de su mirada como de su rostro, noté como ella se sonrojaba, y al sonrojarse ella yo también me sonroje, pude notar como la temperatura debajo de la mesa subía cada vez más.

-Oye, ¿qué hacemos aquí debajo?- pregunté para romper con ese silencio

-Esto-

Ana puso una mano detrás de mi cabeza atrayéndola hacia su cabeza, y no paro de atraerla hasta que nuestros labios se volvieron a juntar, podía notar sus labios carnosos y blandos, aquella textura en mis labios era lo mejor, ella dejó de besarme abriendo sus ojos y mirando mis ojos.

Cuando aquel beso acabó volví a abrir los ojos, estaba completamente parado, mi cuerpo se había paralizado completamente, Ana sonrió y volvió a la superficie, dejándome solo ahí abajo, entre la muchedumbre.

-¿Verdad Eros?- dijo mi padre desde el exterior

Al escuchar eso volví a mi ser para intentar volver a la superficie con los demás.

-¿Eros?, ¿Dónde está Eros?- preguntó mi padre

-Aquí, es que se me había una cosa- dije como excusa

-Bueno, ¿a qué sí Eros?-

-Sí, sí- dije sin tener la más mínima idea de lo que hablaba.

Mire hacia Ana y vi como se estaba riendo y como intentaba esconder su risa con su mano, así que yo empecé a sonreír también, hubo un momento en el que nuestras miradas se volvieron a cruzar, pero esta vez de una manera más intensa, aquella mirada había llegado directamente a mi corazón como si hubieran clavado una flecha en él.

Pronto todos empezaron a recoger la mesa hasta no quedar ni una sola miga de pan, yo me levanté, me fui del comedor y me senté en el sofá de aquel gran salón.

Comencé a mirar alrededor del salón y me di cuenta de que el salón estaba decorado a un estilo rural, chimenea de piedra, sofás de piel cubiertos con manta de ganchillos de diferentes colores y una alfombra roja con estampados amarillo, negro y azul, encima de la alfombra había una mesa de madera oscura con un tapete de ganchillo de color blanco y un jarrón marrón y azul encima.

Mientras observaba la decoración del salón, Ana acercó su boca a mi oreja para al final darle un mordisco.

-¡AY! ¡¿POR QUÉ ME MUERDES?!-

-Deja de quejarte quejica, ¿Vienes conmigo al muelle?-

-¿Al muelle?-

-Sí, es un sitio donde aparcan los barcos para que la gente pueda desembarcar y eso-Dijo vacilándome.

-Ya, ya sé lo que es un muelle-

-Bueno, ¿vienes?-

-Vale-

Me levanté del sofá y automáticamente ella me agarro de la mano y nos fuimos corriendo de la casa.

-¡CUIDADO QUE ME CAIGO!- Dije bajando las escaleras mientras Ana me arrastraba.

Corrimos sobre la tierra seca y rodeamos los coches de nuestros padres para al fin poder ver el muelle, el muelle estaba construido con madera corroída por el paso del tiempo, parecía que en cualquier momento ese muelle iba a ser absorbido por el propio lago, pero aun así nos sentamos en el final del muelle dejándonos mojar las piernas dentro del lago.

En aquel lago solo podía ver mi reflejo junto a reflejo de Ana, después de unos segundos ambos dirigimos la mirada al reflejo del otro y ambos empezamos a sonreír, a Ana se le escaparon unas cuantas carcajadas y tengo que admitir que a mi también, pero en aquella situación era imposible aguantarse era una situación de vergüenza donde la risa tonta surge con demasiada facilidad, estaba completamente solo, con la mujer que más me volvía loco en este mundo, con un paisaje muy natural y relajante, de pronto nuestras manos se movían, cada vez nuestras manos estaban cada vez más cerca hasta que por fin empezaron a rozar y nuestros meniques se juntaron como muestra de cariño mutuo.

Con Amor, AdiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora