Capítulo diecisiete - Amenaza

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Bruno regresó a su casa, con una gran sonrisa en el rostro. Agradeció que no hubiera nadie esperándolo. Caminaba lento por la sala de estar, dando pequeños saltos rumbo a la habitación que compartía con Aidan y Eric. Balanceaba su campera mordiendo su labio, recordando lo que había ocurrido con Alexandra dos horas antes. Cualquiera que lo mirara de afuera, no tardaría ni un segundo en darse cuenta que estaba enamorado y había perdido por completo la cabeza.

Al entrar a la habitación, su sonrisa se esfumó en menos de un segundo. Tragó con dificultad. Aidan estaba sentado en la silla giratoria, recostado con las piernas un poco separadas mientras pasaba de una mano a otra una pelota de béisbol. Clavó su mirada inexpresiva en el castaño. Daba la impresión de que había estado esperando a Bruno por un largo rato.

–Aidan... ¿qué-qué haces aquí? –preguntó Bruno intentando actuar normal, sintiendo los nervios a flor de piel.

–Vivo aquí, y es mi habitación...–respondió el adolescente de cabello azul sin moverse. Su voz no reflejaba emoción alguna– ¿acaso lo olvidaste?

–N-no... claro que no –contestó con obviedad, evitando hacer contacto visual–. Me sorprende que estés aquí, un domingo, a esta hora... eso es todo.

–Sé que estuviste en el restaurante –comentó serio el más bajo luego de unos segundos mirando la pelota en sus manos. Bruno fingió confusión–. Estuviste allí, te vi con ella –afirmó levantando la vista. El castaño no dijo nada, ni siquiera se movió. El chico de cabello azul lo observaba con soberbia y una sonrisa arrogante–. La buscan, ¿sabias? –se levantó de la silla–. La policía quiere información y el departamento de Control de daños... dicen que es... peligrosa. La culpan por todos los daños y casi haber matado a cinco personas –se acercó al castaño, que lo miraba desconfiado. Aidan estaba actuando más raro que de costumbre, y estaba claro que las cosas no terminarían bien.

–Ellos son los malos... Alexandra hizo lo correcto –comentó Bruno casi aguantando la respiración al terminar de hablar.

Aidan lo miró de cerca, manteniendo su postura arrogante y un tanto amenazadora. Luego se giró y caminó lento hasta la ventana con las manos agarradas en su espalda.

–Solo nos puso en riesgo, a todos –el castaño tensó la mandíbula ante las palabras de Aidan–. Nada me impide ir y, decirle a todo el mundo lo que vi anoche –comentó tranquilo.

–Pero no lo harás –habló el más alto seguro de sus palabras dando un paso al frente.

Aidan dió una risilla y dijo: –No, no lo haré... si tú te alejas de ella –miró al castaño amenazante.

–¿Q-qué? –cuestionó totalmente desconcertado– ¿Es broma, verdad? –preguntó con una risa, intentando calmar sus nervios. El más bajo lo miró serio. Estaba claro que no era una broma–. Ella no querrá estar contigo de esta manera –afirmó tras unos segundos, cruzándose de brazos.

–¡Claro que no! –respondió el contrario como si fuera lo más obvio del mundo–. No es lo que busco... ni siquiera me interesa.

El castaño pestañeó varias veces. ¿Cuál era la razón para que él se tuviera que alejar de Alexandra entonces? Nada parecía tener sentido en su mente, pero estaba claro que Aidan hablaba muy en serio.

–¿Entonces por qué razón...? –Bruno se detuvo al darse cuenta del motivo. El adolescente de cabello azul sonrió ante esto–. No estás enamorado de ella... estás enamorado de mi –susurró con incomodidad y confusión–. Por eso sueles actuar extraño conmigo.

–¡Bingo! –exclamó Aidan chasqueando los dedos para luego apuntar al chico con el índice. Se apoyó con su actitud arrogante al lado de la ventana–. No te amenazaría con exponerla si tuviera sentimientos por ella, genio –rió con obviedad–. La verdad es... que ni siquiera quería tener esa tonta cita. Aunque de algo sirvió, supongo –miró hacia afuera.

–¿Y qué esperas con esto? –cuestionó Bruno frustrado, colocando sus manos en los bolsillos de su pantalón.

–No busco que, de la nada desarrolles sentimientos hacia mi –negó el más bajo con la cabeza y elevó un poco los hombros–. que no lo harás – afirmó viendo al castaño a los ojos.

–Entonces... ¿es algo así como "Si yo no lo tengo, nadie más lo puede tener"?

–¡Si! Lo entiendes –exclamó descaradamente Aidan. Parecía disfrutar la situación. Dejó la pelota sobre la silla–. Digo... claro que lo haces, eres la persona más inteligente que conozco –sonrió. Se acercó al más alto–. Sé que la quieres... Supongo que –elevó los hombros y frunció los labios–, te alejarás de ella. Por su propio bien –amenazó con una sonrisa cínica. Bruno tragó grueso, sintiendo al chico a pocos centímetros de su rostro–. Saldré con unos amigos –cambió de tema radicalmente y palmeó la espalda del castaño–. No me esperes despierto –le guiñó un ojo.

Bruno escuchó como el chico de cabello azul se alejaba. Luego la puerta abrirse y cerrarse. Pasó ambas manos por su cara abrumado por la situación. Arrojó su campera a la cama con enojo y sintió como dolía su mandíbula por la tensión acumulada. No comprendía como de un momento a otro, su compañero había desarrollado sentimientos hacia él, pasando de ser un chico raro e introvertido a actuar tan confiado y de manera cínica.

Y aunque era una locura, estaba decidido: se alejaría de Alexandra, aunque le doliera en el alma. Sabía de lo que era capaz Control de Daños y no dejaría que el demente de Aidan entregase a la castaña, aunque para eso tuviera que reprimir sus propios sentimientos.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora