Capítulo catorce - Armas y fuego

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Mientras comían, Aidan y Alexandra hablaban animadamente sobre temas superficiales. La chica se la estaba pasando bastante bien, aunque evitaba a toda costa hablar sobre su vida privada cuando su cita le preguntaba. El muchacho era bastante arrogante, pero también interesante y hasta cortés; a pesar de esto, el sexto sentido de la joven, le decía que no estaba siendo sincero y que no era de confiar.

Entonces, Johnson –habló ella llamándolo por su apellido–. Tengo curiosidad en saber... por qué quisiste salir conmigo –dijo intrigada apoyando los codos sobre la mesa mientras unía sus mano y apoyaba su mentón, mirándolo con los ojos entrecerrados, como si intentara leer su mente.

–Hum... si eso –pasó su mano por su nunca evitando el contacto visual–. No lo sé. Eres una chica atractiva, inteligente, misteriosa –confesó con una sonrisa–. Eso, y el hecho de que Bruno siempre habla de lo genial que eres –la miró y bebió un poco de su bebida. Esas palabras tomaron a la adolescente por sorpresa.

–¿De verdad? –quiso saber Alexandra sintiendo el calor en sus mejillas. Tomó un poco de gaseosa para disimular.

Antes de que Aidan pudiera responder, un grito se escuchó en todo el lugar alarmando a todos. Cinco hombres armados con cascos y aparentemente trajes antibalas entraban por la puerta principal, gritando que nadie se moviera. Las luces se apagaron, siendo ahora iluminados solo por las velas y las linternas de los intrusos.

Bruno, que se había despertado de su pequeña siesta debido al escándalo, no tardó en llamar a la policía. Todos los presentes del local comenzaron a gritar alarmados, siendo amenazados y empujados por los atracadores, mientras obedecían aterrados con las manos en alto. Alexandra y Aidan se pararon con rapidez y quedaron estáticos, observando cómo los "asaltantes" se acercaban a los hombres vestidos de traje que estaban en una mesa apartada.

–¡Rápido! ¡Los maletines! –gritó uno de ellos–.¡Revisa la caja registradora! –le indicó a otro, quien obedeció rápidamente sacando un montón de billetes mientras apuntaba a los meseros con su metralleta.

«Alison y Verónica tienen razón. Si es por suerte, yo tengo la peor», se quejó mentalmente Alexandra. Tragó con fuerza, comenzando a moverse muy lento hacia Aidan que estaba pálido por el miedo. Localizó a dos de los hombres con armas parados en la entrada del lugar bloqueando su única salida, uno en la caja registradora y los otros dos con los maletines, obligando a los dueños de los mismos a ponerse contra la pared de espaldas.

–¡¿Qué diablos haces?! –cuestionó Aidan en voz baja con los nervios a flor de piel cuando notó a la chica quedar detrás de él. Ella, guió su mano al pantalón del muchacho, donde tenía atado un pañuelo de color violeta.

Entonces, uno de los tipos armados, golpeó en la pantorrilla al cajero haciéndolo caer al suelo. Otro de ellos, apuntó con su arma en la cabeza a uno de los dueños de los maletines.

–Ultimas palabras, doctor.

Al ver y escuchar eso, la joven tensó su mandíbula entre enojada y asustada, apretando el pañuelo que ahora tenía en manos.

–¡Al suelo! –gritó e inmediatamente los disparos se dirigieron a ella.

Todos sin pensarlo le hicieron caso a la chica, qué rodando por el suelo hasta una mesa cerca del mostrador, se colocó el pañuelo tapando su boca y nariz, escudándose en la misma mesa. El sonido de las balas y las personas gritando le pusieron los pelos de punta. Agachada, comenzó a acercarse al hombre que estaba en la caja registradora, evitando ser herida gracias a las mesas que iba tirado en el camino y bandejas doradas en las que las balas rebotaban.

Respiró profundo unos segundos, antes de abalanzarse sobre el hombre que estaba más cerca de ella, rompiendo su arma antes de que pudiera dispararle. El mismo sin poder reaccionar, recibió un fuerte golpe en la cabeza por parte de Alexandra, quedando inconsciente. Se agachó cubriéndose con el mostrador, encontrándose con el cajero y una de las parejas que había visto antes junto a su hijo, que la miraban aterrados recostados al mueble.

–¡No se preocupen! ¡Todo estará bien! –indicó, aunque sus caras no cambiaron para nada–. Lo prometo –observó al pequeño que abrazaba a su madre con lágrimas en los ojos.

La chica le quitó el casco roto al tipo desmayado. Lo observó unos segundos, antes de colocárselo. «De algo servirá», pensó. Sabiendo que posiblemente se dirigía a su muerte, salió de detrás del mueble de la misma manera en la que llegó, en dirección ahora a los dos tipos que no dejaban de dispararle ni por un segundo que estaban con los maletines.

Logró acercarse a uno de ellos, rompiendo su arma. Cuando su compañero intentó dispararle, de un rápido movimiento la chica se colocó detrás del que ahora estaba indefenso, usándolo de escudo. Lo tomó con ambas manos (como si de un objeto se tratase) y lo arrojó en el aire hacia su ahora atacante. Ambos cayeron lejos de ella, chocando con una de las mesas que tenía velas encendidas. El fuego no tardó en extenderse.

–¡Ay, mierda! –exclamó preocupada y asustada al ver el fuego– ¡¿A quien se le ocurre poner velas?!

Lo bueno, era que solo quedaban dos de esos tipos. Lo malo, es que estaban parados justamente en la salida y el lugar comenzaba a quemarse y llenarse de humo. Para su suerte -o no-, ambos tipos comenzaron a avanzar hacia ella, liberando la puerta.

–¡Todo el mundo! ¡Fuera! –gritó mientras se cubría de las balas con una bandeja dorada, que no tardó en romperse.

Las personas comenzaron a salir corriendo. Las sirenas de la policía comenzaban a escucharse, lo que tranquilizó por un momento a la chica. Utilizó la misma bandeja, al lanzarla intentando darle a alguno de los atacantes, cosa que no funcionó. Regresó a cubrirse con una mesa, siendo ahora rodeada por los hombres que ya no disparaban.

–¡No tienes salida! –le gritó uno de ellos. La adolescente intentó asomar la cabeza, recibiendo un disparo en el caso, cosa que terminó de romperlo. Respirar se le comenzaba a dificultar.

Entonces escuchó como un bate parecía golpear el duro platico de un casco, y luego como alguien era arrojado en el aire. Asomó nuevamente la cabeza, sintiendo su corazón acelerase mientras retumbaba fuertemente en sus oídos.

Bruno había intentado atacarlos, y ahora, se encontraba en el suelo intentando levantarse mientras los dos tipos armados lo apuntaban. La adrenalina y enojo del momento se apoderaron de Alexandra. Casi sin pensarlo, se levantó y corrió hasta uno de ellos. Golpeó su estómago con tanta fuerza, que el hombre salió volando rompiendo una ventana terminando fuera del restaurante. El otro apuntó para disparar, pero las balas nunca llegaron a ella, ya que con solo una mano destrozó el arma.

La chica miró al hombre con los ojos entrecerrados, impotente, antes de golpearlo exactamente igual que al otro, terminando también fuera del restaurante. Reguló su respiración y se acercó a Bruno.

–Dios mío, ¡¿estás bien?! –preguntó ella preocupada, colocando una mano en su hombro.

–Si, si... solo...–el castaño respiró profundo sintiendo el humo entrar en sus plumones y un fuerte dolor en el pecho debido al golpe–. Creo que, tuve un deja vu –sonrió nostálgico.

–Eres un idiota, ¿lo sabías? –dijo molesta la chica– ¡Pudiste haber muerto! –lo ayudó a levantarse, colocando una mano en su espalda mientras el rodeaba sus hombros con un brazo. Ambos comenzaron a toser debido al humo. Salieron rápidamente de allí.

–Debes irte –le informó Bruno con dificultad, quitando su brazo de su alrededor – Control de daños... no deben encontrarte.

–¿Qué? Bruno, no te voy a dejar así –sentenció aún cerca de él.

–Yo estaré bien, no te preocupes –La policía comenzó a llegar–. Alexandra, debes irte – la miró seriamente– ¡Ahora!

Ella miró rápidamente a su alrededor. Abrazó al chico, antes de caminar marcha atrás manteniendo el contacto visual, para luego darse vuelta y salir corriendo.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora