Capítulo quince - No es tu culpa

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Alexandra corrió, corrió tanto como sus pies le permitieron, más rápido de lo que alguna vez lo había hecho. Mientras escapaba de la policía, o mejor dicho Control de Daños, pensaba y analizaba todo lo sucedido en el restaurante minutos atrás. Todo había pasado tan de repente, que recién ahora se daba cuenta de lo que realmente había ocurrido.

Flashbacks venían a su mente sin parar, con el sonido de las sirenas casi pisándole los talones. Los gritos de las personas asustadas, los tipos armados, los disparos, el fuego propagándose, Aidan, Bruno y... los maletines... ¿Los maletines? ¡Eso era!

Al mismo tiempo que cortaba camino por callejones oscuros, cayó en cuenta de la razón de todo lo ocurrido. Los malditos maletines, ¡eso era lo que los malos buscaban! Recordó entonces, como los mismos habían sido consumidos por el fuego poco antes de salir del lugar junto a Bruno.

Llegó a su destino: la vieja estación de servicio donde le había ensañado su super fuerza al castaño. Oía las sirenas lejos, así que aprovechó en esconderse en aquel lugar, comenzando a llorar involuntariamente por la acumulación de adrenalina y nervios del momento. Sintiendo un gran corte en su brazo derecho, se abrazó a sí misma en la oscuridad. La idea de saber que probablemente había matado a aquellas personas que la atacaron la hacían sentirse el peor ser humano del mundo. Un nudo en la garganta se le formó. Y aunque intentaba excusarse y convencerse con que había sido en defensa propia y de las demás personas inocentes, no quería cargar con el peso de haber matado a alguien.

También pensaba en Bruno y en Aidan. Probablemente, estarían siendo interrogados por algún detective o agente de la ley. Estaba segura que el castaño no la delataría... sin embargo, el chico de cabello azul probablemente le diría a todo el mundo que ella los había salvado.

Luego de que pasaran las patrullas sin sospechar que ella estaba allí, el cansancio comenzó a apoderarse de Alexandra, que hacía un gran esfuerzo intentando no quedarse dormida.

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Después de que los enfermeros vendaran su mano y curaran un pequeño corte que tenía sobre la ceja, a Bruno lo interrogaron por casi dos horas, haciéndole preguntas tontas sobre su vida y relaciones sociales, además de si tenía contacto con alguno de los involucrados en el incendio. Aidan se había dado a la fuga antes de que la policía llegara, por lo que negó a esa pregunta y al hecho de conocer a la chica misteriosa que había ocasionado tal caos.

Tardaron una hora más en liberarlo y cuando lo hicieron se dirigió a la casa de Alexandra. Tocó el timbre y esperó impacientemente a que le abrieran la puerta. Verónica se sorprendió al verlo allí de madrugada.

–¡Son las tres de la madrugada!... ¿qué diablos haces aquí? –intentó no gritarle la chica. El castaño la ignoró por completo y entró a la casa sin permiso–. ¡Hey! ¿Qué haces? –lo siguió con la intención de detenerlo. Alison se levantó del sillón inmediatamente yendo detrás de ellos.

El chico corrió escaleras arriba hasta la habitación de su amiga, esperando encontrarla allí. Al abrir la puerta, el lugar estaba algo desordenado como ya era costumbre, y no había rastro de Alexandra. Su respiración se aceleró, pensando a dónde podría haber ido la castaña. Las otras dos chicas estaban paradas detrás de él, observando también el interior del cuarto notando como el castaño comenzaba a hiperventilar.

–Bruno, ¿estás bien? –preguntó preocupada Alison, colocando una mano en su hombro– ¿Dónde está Alexandra?

–Ella... –musitó él con la mirada fija en el suelo de madera de la habitación, antes de que el recuerdo de un lugar llegara a su mente–. Eso es –susurró para sí mismo. Alison y Verónica se miraron sin comprender nada. Bruno se giró para mirarlas–. ¡Ya sé dónde está! –exclamó.

Comenzó a bajar las escaleras. La rubia y la pelirroja se miraron todavía más confundidas, para luego seguir al chico. No lo alcanzaron, simplemente vieron como se subía a su auto y se marchaba.

–¿Qué acaba de ocurrir? –quiso saber Alison, observando a su amiga que le daba la espalda con la mirada perdida en dirección a donde el auto se había ido.

–No lo sé... solo espero que ella esté bien.

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Diez minutos después, el castaño estacionó su auto casi enfrente a la vieja estación de servicio. Inhaló profundo, casi aguantando la respiración antes de entrar. Soltó todo el aire al encontrar a Alexandra, durmiendo profundamente en el frío suelo del establecimiento. Se acercó, quedando en cuclillas la tocó con cuidado. La chica abrió los ojos acostumbrando su visión a la poca luz del lugar. Al ver a Bruno, lo abrazó con fuerzas.

–¿Estás bien? –preguntó muy preocupada al ver el corte en su cara y la mano vendada.

–¿Qué? ¿Esto? –mostró la mano lastimada, luego elevó los hombros–. No es la primera vez... ¿Tú cómo estás? –preguntó ayudándola a levantarse.

–Asustada, con frío, hambre... preocupada por el desastre que ocasioné –ella intentó bromear, pero eso solo hizo que volviera a llorar involuntariamente. Abrazó al castaño por sobre los hombros, quien intentaba calmarla acariciando su espalda–. ¿E-ellos están muertos? –preguntó intentando calmar su respiración.

–No es tu culpa... nada lo es –Bruno evadió la pregunta, para evitar que la chica se sintiera peor. Se separaron un poco. Él colocó sus manos en los hombros de la castaña y la miró seriamente–. Tú no causaste el problema ¿si?, esos, esos idiotas lo hicieron... Lo que tú hiciste fue genial... eres genial –la animó con sinceridad. Ella mantenía la mirada en él, aún con los ojos llorosos, solo que ahora tenía una media sonrisa tras las palabras del chico–. Bien... ahora debemos irnos de aquí... hay que curarte... –señaló haciendo un círculo los pequeños cortes en la cara de Alexandra– eso.

Antes de salir, el adolescente le colocó su campera a la chica que estaba temblando de frío. Se dirigieron al auto del chico que encendió la calefacción. Ella agradeció aquello. Ahora, irían a comer hamburguesas para intentar sentirse un poco mejor tras tan alocada noche.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora