Capítulo veintisiete - Secuestro

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La mañana siguiente transcurrió normal, quitando a los agentes que caminaban y se metían en todos lados, junto al hecho de que Bruno y Aidan no habían asistido a clases. Eso llamó la atención de Alexandra, poniéndola un tanto intranquila sintiendo que algo no estaba del todo bien.

El castaño y ella habían acordado que debían seguir distanciados e ignorándose para que Aidan no sospechara nada, y que se encontrarían luego de clases en la estación de servicio ese día. El objetivo era planear qué hacer con el compañero de Bruno, e investigar más sobre la vida de la chica. Toda aquella locura de que él joven de cabello azul estaba obsesionado con el castaño, al punto de amenazarlo, a Alexandra le parecía totalmente descabellado e ilógico. Lo que más le molestaba de aquello, era el hecho de que Aidan hubiera tenido el descaro de acercarse a ella y fingir ser su amigo... había perdido la cabeza.

Las horas de clase pasaron muy lento, más de lo habitual. La adolescente se sentía perseguida al estar cerca de algún agente, y cuidaba cada movimiento tanto propio como ajeno. Sus compañeros parecían juzgarla. La estaban vigilando. Para Control de Daños, no era casualidad que el día después de interrogar a Bruno sobre todo el asunto del incendio y la chica misteriosa, el adolescente no hubiera asistido a clases.

Al salir, por fin ya en su casa, se sirvió de lo que había sobrado el día anterior. Se sentó en la sala a mirar algo en la televisión. Lo más interesante que encontró, fue un documental sobre ballenas y tiburones. Así se entretuvo durante casi media hora, hasta que Alison y Verónica entraron a la casa.

Se saludaron como era costumbre y guardaron lo que habían comprado. Antes de irse cada una a hacer sus cosas, la chica de cabello verde llamó a Verónica. La pelirroja se detuvo a los pies de la escalera, siendo abrasada inesperadamente por la menor. Confundida palmeó la espalda de Alexandra.

–Solo quiero agradecerte –dijo la más baja al separarse. La mayor frunció el ceño sin comprender.

–¿Y por qué exactamente? –cuestionó confundida y con una mueca de desagrado.

–Por ser mi amiga... y ser tal como eres –contestó Alexandra elevando los hombros–. Detrás de esa carcasa dura de romper, hay una chica con un corazón enorme, que es capaz de hacer cualquier cosa por las personas que quiere... gracias por ser tú –agregó suavemente y sonrió.

A Verónica se le llenaron los ojos de lágrimas. No sabía porqué la menor le decía todo aquello de la nada, pero estaba agradecida de que así fuera. Aquellas palabras fueron como un mimo al alma para la más alta y, a la vez, una puñalada directa en su corazón. Si tan solo la chica de cabello verde supiera los verdaderos sentimientos de Verónica por ella. La abrazó nuevamente con fuerza y sentimiento durante casi tres minutos, mientras intentaba no largarse a llorar. Era lo más bonito que le habían dicho desde, al menos, los quince años. Agradecía tener a Alexandra a su lado, aunque no fuera exactamente como le gustaría, no se imaginaba su vida sin su amistad.

–Bueno, ya fue suficiente muestra de afecto por un día, ¿no crees? –dijo al separarse limpiando sus ojos–. Gracias.

Alexandra sonrió y acarició uno de los hombros de la contraria, dedicándole una sonrisa. Ahora si, luego de abrir un poco sus corazones, se dirigieron cada una a su habitación, a hacer lo que se supone debían hacer.

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Era la hora de encontrarse con Bruno. Alexandra llagaba a la estación de servicio, esperando ansiosa a ver al castaño. Los minutos pasaban y la chica comenzaba a preocuparse. Buscaba entre los sonidos a su alrededor el auto del chico, pero no había nada. Salió resignada del viejo establecimiento, pero antes de dirigirse a su casa, su nuevo celular sonó. Tenía una llamada entrante de Bruno.

–¿Dónde diablos estás? Estoy hace quince minutos en...

–Oh, Alexandra. Que gusto escuchar tu voz nuevamente –la interrumpió con ironía alguien que no era su amigo. Ella reconoció la voz de aquella persona de inmediato, y sintió como su corazón se aceleraba y su mandíbula se tensaba mientras un escalofrío recorría su espalda.

–Aidan –susurró para sí misma, sabiendo que el contrario la había escuchado–. ¿Do-dónde está Bruno? –preguntó con algo de dificultad. El aire parecía comenzar a faltarle.

–¡Bruno!, si él... él está excelente –respondió el chico de cabello azul con un toque de ironía. Aunque la joven no pudiera verlo, sabía que tenía una gran sonrisa en el rostro–. ¿No es así, Bruno? –cuestionó con el mismo tono de voz alejando el teléfono. La castaña se erizó al escuchar a alguien forcejear e intentar hablar sin tener éxito. Parecía que el castaño estaba atado y tenía la boca vendada o algo  así–. ¿Vez? No debes de preocuparte –sonrió con malicia del otro lado de la línea–. Si quieres venir a visitarnos, te enviaré la dirección en unos minutos... ambos te estaremos esperando con ansias –dijo con toda la ironía del mundo, antes de colgar la llamada.

–Hijo de perra –murmuró Alexandra con odio.

La rabia se apoderó de ella rápidamente. Golpeó la pared de la estación de servicio, haciendo un gran boquete. Agradeció que nadie pasara por allí en ese momento. Observó su mano apenas lastimada mientras se curaba en cuestión de segundos.

Se preguntó por qué el adolescente estaba haciendo aquello. ¿Qué quería lograr lastimando a la persona que supuestamente amaba? Para Alexandra nada tenía sentido, sentía que ella debería ser quien estuviera atada en contra de su voluntad y no su amigo... aunque era raro llamarlo de aquella manera luego de besarse dos veces.

Aparentando los dientes, recibió un mensaje con la ubicación. Probablemente aquello era una trampa, pero no dejaría que el desgraciado de Aidan se saliera con la suya.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora