Capítulo veintiocho - Presentarte a alguien

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Corriendo, entró en su casa, asustando a Alison y Verónica que miraban tranquilamente La Bella y la Bestia en la televisión junto al gato blanco de la chica de cabello verde. Alexandra subió a su habitación, cambió su ropa por algo muchísimo más cómodo y tomó cosas que creyó serían indispensables. Estaba dispuesta a golpear a Aidan o cualquiera que estuviera involucrado si fuese necesario. Se giró para irse, pero sus dos amigas obstruían su camino paradas en la puerta de su cuarto.

–¿Se puede saber que diablos está pasando? –cuestionó Verónica con los brazos cruzados.

–Debo irme –respondió la más joven, pasando por el medio de sus compañeras.

–Oh, no. No te irás –la pelirroja detuvo a su amiga en los pies de la escalera–. Se supone que somos tus amigas... ya dinos que diablos ocurre –exigió. Alexandra tragó grueso.

–¿Eres ella, verdad? –preguntó la rubia en voz baja, refiriéndose a la joven con habilidades.

La peli verde no dijo nada, simplemente observó a las mayores con los ojos vidriosos. Eso fue más que suficiente para confirmar las sospechas de sus amigas.

–Bruno, e-él...

–¿Bruno? –preguntó tensando la mandíbula Verónica–. Ese cretino me va a escuchar –sentenció con enojo caminando hasta el sillón y tomando su abrigo.

–No, Verónica, escúchame –la detuvo Alexandra, antes de que pudiera salir de la casa. Alison las miraba a ambas con preocupación desde la base de la escalera–. No es lo que crees... a él lo secuestraron.

–¿Qué? –dijeron la rubia y la pelirroja al unísono, con notable confusión.

–Es complicado, pe-pero debo ir a buscarlo... es mi culpa que esté en esta situación.

Las mayores se miraron entre confundidas y aterradas. Ambas asintieron, a pesar de no intercambiar palabras, estaba claro que pensaban en lo mismo: estaban decididas a ayudar a la más joven.

–Entonces iremos contigo –decretó Alison levantando un poco la barbilla, yendo en busca de su abrigo.

–¡¿Qué?! No, no. Ni siquiera lo sueñen –la chica de cabello verde detuvo a ambas amigas, antes de que salieran de la casa casi pasando sobre ella.

–No nos quedaremos aquí de brazos cruzados.

Bien, si quieren ayudar... deben quedarse aquí –colocó una mano en el hombro de cada una de ellas y suspiró–. Si no vuelvo en dos horas... –tomó su celular– llamarán a la policía y la enviarán a esta dirección –mostró el mensaje de Aidan. Las chicas se miraron desconfiadas–. Miren, lo último que quiero es que también les ocurra algo.

Verónica puso los ojos en blanco, antes de aceptar resignada la orden de la más joven. Antes de que Alexandra se marchara, las tres se abrazaron, como si fuera la última vez que se verían.

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Cuando cayó la noche y el cielo se cubrió por grandes nubes oscuras, Alexandra llegó al lugar de "encuentro", donde Aidan y Bruno estaban esperándola. La chica inhalaba y exhalaba con lentitud, intentando aguantar la respiración lo más que podía, cómo si aquello pudiera evitar que la escucharan entrar en aquel enorme y viejo galpón. Era un viejo almacén casi a las afueras de la ciudad, que actualmente no era utilizado debido a su vieja y peligrosa infraestructura. Pie por pie ingresó al lugar. Escuchaba a ambos chicos en el medio de aquella estructura que parecía querer caerse a pedazos.

El castaño estaba atado en una silla. Luego de forcejear varias veces e intentar convencer a Aidan de que lo que estaba haciendo era una completa locura y para nada necesario, se dió por vencido y prefirió quedarse quieto y en silencio. El contrario no perdía el tiempo para coquetear cínicamente con Bruno, quien estaba enojado con el chico de cabello azul y con él mismo. Lo único que había conseguido era meter a Alexandra en un gran problema, del que probablemente no podría escapar.

–¿Qué ocurre? ¿Por qué tan callado? –preguntó burlón el peli azul luego de vendar nuevamente la boca del castaño.

«Que hipócrita», pensó Bruno. Llevaba más de cinco horas allí. Tenía hambre, sueño y un dolor de espalda insoportable. Sus ojos se abrieron al ver a Alexandra parada justo frente a él... pero ella no estaba allí realmente. La chica se encontraba detrás de unas enormes cajas, escondida, pensando cuidadosamente que haría a partir de ese momento.

–Creí que tardarías más en llegar –habló Aidan en voz muy alta. A la chica se le pusieron los pelos de punta. Él sabía que ella estaba allí sin siquiera haberla visto u oído. Negó un poco resignada y se paró decidida. Caminó lentamente hasta donde estaban ambos chicos. El de cabello azul, le daba la espalda a ella mientras apoyaba sus manos en una mesa de metal. –Me alegra verte –se giró quedando cara a cara con Alexandra.

Él tenía una sonrisa burlona con los brazos cruzados, mientras ella se mantenía parada con los brazos a los costados un poco alejados del cuerpo y sus ojos clavados en los del contrario. Ella miró rápidamente a Bruno, quien parecía estar aliviado de verla allí y a la vez aterrado por lo que pudiera pasar.

–¿Qué quieres Aidan? –cuestionó la chica sin rodeos, abriendo un poco sus manos acompañando la pregunta.

Aunque intentara disimularlo, estaba realmente nerviosa. Escuchaba los latidos de su propio corazón en sus oídos, mientras su respiración se aceleraba de apoco al no recibir respuesta del peli azul. El chico caminó lentamente hasta ella con seriedad y la observó de pies a cabeza para luego sonreír arrogante nuevamente. Alexandra no se movió ni un milímetro.

Ella no tenía ni la más mínima idea de qué era lo que Aidan estaba tramando. No le tenía miedo, sabía que de un solo golpe podría mandarlo a dormir, pero a lo mejor ese era su plan. Tal vez, todo era una trampa para que ella utilizara sus poderes y la atraparan con las manos en la masa. Perecía no haber cámaras ni micrófonos en el lugar, y no escuchaba a nadie cerca. De igual manera no bajaría la guardia, su objetivo principal era convencer al chico de que liberara a Bruno, y resolver las cosas pacíficamente. Un pie en falso, y todo se iría al diablo, eso estaba claro. Bruno la observaba, pareciendo darse cuenta de lo que la adolescente pensaba.

–Me gustaría presentarte a alguien –comentó Aidan cerca de la peli verde sin darle mucha importancia.

El chico dió unos pasos hacia atrás. Alexandra se giró un poco al escuchar los marcados pasos de una persona acercarse. Por la derecha detrás de Bruno, de una pequeña puerta salió un joven encapuchado. Caminó hasta quedar frente a los tres adolescentes. La vista del castaño y la chica se plantaron con curiosidad sobre aquella persona. Cuando la luz iluminó parte de su rostro y se quitó la capucha, el corazón de la joven se detuvo por un segundo. Ella no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Sus manos y piernas dejaron de responder y sus ojos se cristalizaron. Antes de decir alguna palabra, su cabeza comenzó a dar vueltas, y luego, todo se volvió negro.

Súper fuerte | Bruno CarrelliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora