IX

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—¿Cómo es posible que te alejaras tanto del pueblo?—Preguntó con incredulidad—Menos mal que te encontramos a tiempo. Si no, habrías perecido en el suelo abandonado—Comentó Auron.

—Os lo agradezco mucho—Dijo con calma y una sonrisa irónica.

—No hay problema... —Contestó el de ojos violetas con cierta inquietud en su mente.

—No te preocupes, Willy—Añadió el de orejas de oso.

—Ya está—Anunció Auron al acabar de colocar el vendaje—Si quieres puedo avisar a los demás—Propuso el médico.

—No, yo... Prefiero estar solo un rato—Declinó el albino.

—Está bien—Asintió—Venga, señoritas fuera—Mandó el doctor.

Willy suspiró pesadamente, miró sus vendajes algo confundido, con suavidad tocó su brazo, sintiendo la raspante textura de la venda. Se sentía extraño, diferente... Recordaba su voz como el viento moviendo las hojas de los árboles. Abrazó su cuerpo al pensar en esas palabras, su mente imaginaba aquella voz en tantas palabras que ni siquiera podía saber que era cierto. Sus manos viajaban en sus brazos contrarios con delicadeza, "Cierra tus ojos", lentamente sus ojos se perdieron es su imaginación y sentir, "Deja que la oscuridad te proteja", se observaba a sí mismo tan frágil en brazos del ahora dueño de su mente, anhelaba sentir el tacto del mayor, un tacto tan delicado qué pudiese verse como sí fuera hecho de la porcelana más fina, sentía como su piel se erizaba con cada segundo que pasaba.

Willy se quedó mirando sus vendajes con una mezcla de desconcierto y curiosidad. ¿Qué le había pasado? ¿Por qué se sentía tan distinto? Su memoria le traía ecos distintos a la voz que hace un momento recordaba del mayor, una voz dulce y melodiosa, que le hablaba con ternura y le hacía sentir cosas que nunca había experimentado. Se abrazó a sí mismo, intentando recrear el calor de esa voz en su pecho. Sus dedos acariciaban suavemente sus brazos, como si quisieran borrar las heridas que los cubrían. "Cierra tus ojos", le susurraba la voz en su mente, "Deja que la oscuridad te proteja". Willy obedecía, dejándose llevar por la fantasía de estar en los brazos de aquel ser misterioso, que le trataba con una delicadeza casi sobrenatural. Sentía un escalofrío recorrer su cuerpo, mientras ansiaba el contacto real del castaño, el tacto de esa piel que imaginaba suave y cálida.

De un momento a otro sus manos se reconocieron, su calidez se volvió helada, su mente avivó la realidad como un vacío de colores grises, sus ojos se abrieron de golpe, sentía aquel lugar tan frívolo. Miró sus manos con melancolía, sentía su piel tan llena, como sí Fargan hubiera hecho su fantasía realidad. Dirigió su mirada hacia la ventana de la habitación del hospital, el ver aquel verde y frondoso bosque despertaba la necesitada de sentir la presencia del otro una vez más.

En un instante, sus manos se encontraron, su calor se convirtió en frío, su mente iluminó la realidad como un abismo de tonos grises, sus ojos se despertaron, percibía aquel lugar tan hostil. Observó sus manos con nostalgia, notaba su piel tan plena, como sí Fargan hubiera cumplido sus pensamientos. Fijó su vista en la ventana de la habitación del hospital, el contemplar aquel verde y espeso bosque despertaba el anhelo de sentir la cercanía del otro una vez más.

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La mirada pérdida del hombre era fija hacia la nada. Esperaba pacientemente su comodidad, pero su ser se percibía extraño, diferente...

—Oye... ¿Todo bien? Ya llevas varios minutos así—Mencionó.

—¿Creés que esté bien?—Preguntó con suavidad sin levantar la vista.

—No lo dudo. Seguro que sus compañeros ya lo metieron en un nosocomio o algo así—Al terminar sus palabras rió levemente, pero su dueño no reaccionó—Oye... Él seguro que está bien. Ni siquiera veo tanta importancia en él como para que le estés dando tanto pensamiento—Añadió con cierta molestia y celos. Un corto silencio apareció antes de Fargan hablara.

—Me siento... Extraño... Siento su piel... En mis manos—Explicó con lentitud mirando sus manos con confusión.

—¡Ugh! ¡Qué cursi!—El contrario levantó la mirada hacia su mascota con melancolía—Escucha—Ordenó el animal saltando sobre las manos ajenas—Él está con sus amigos, ellos lo mantendrán a salvo—Alentó con una sonrisa.

—Tal vez él vuelva, ¿no lo creés?—Preguntó con ilusión.

—No quiero desanimarte, pero él no sabe cómo volver aquí, y tú tampoco puedes acercarte al pueblo, la seguridad te detendría, sería tu final—Explicó con pesar.

—Quizás sólo necesite orientarlo—Propuso.

—Te aconsejo que lo dejes ir, así el dolor será menor. Además, me tienes a mí: tu mejor amiga desde que eras un niño, yo sí que soy valiosa, ¿no es cierto?—Afirmó poniendo una de sus patas en el pecho del otro.

—Por supuesto que sí, Tip, nunca valdrías menos que nada ni nadie—Contestó con una sonrisa, acariciando a su mascota.

—Eso es, esa es la actitud. Ahora vamos a comer, tengo hambre—Dijo saltando de las manos de su dueño.

El mayor suspiró con pesadez, sintiendo su mente más agobiada aún. Miró su brazo vendado, recordaba aquella mirada asustada del albino con remordimiento, se sentía culpable por haber empujado así al peliblanco. Por alguna razón sentía que el otro no estaba bien, que tal vez estaba sufriendo o algo peor. Observó sus manos con determinación, aquel pensamiento lo oprimía cada vez más y era algo que ya no toleraría más.

—Será lo último que haga—Se dijo.
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Le costaba mucho dormir por el intenso dolor que sentía en el brazo y la pierna, y por los arañazos que se había hecho en el túnel. Se revolvía en la cama sin parar, tratando de recrear aquella fantasía en su mente, pero el dolor era tan terrible que no podía ignorarlo. Cansado, se levantó de la cama y se arrastró hasta la cocina, saltando a veces sobre un pie por el dolor de sus heridas.

Con fatiga, cogió un vaso y lo llenó de agua, y se apoyó en el fregadero, bebiendo a sorbos. De repente, soltó el vaso de cristal al ver en el pequeño reflejo lo que parecía ser una persona.

Te Necesito-Willgan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora