Capitulo Trece: Benedicto XXX

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Nos retiramos del hospital, por suerte han venido a recogernos unos soldados, nos llevan de regreso al castillo en un auto negro. En la sala de visitas se encuentra mi madre, vestida de color negro. Cuando me ve, me da un abrazo.

—¡Oh, cariño! Qué dicha es tenerte de nuevo en la casa. No pudimos ir a recogerte, porque estábamos arreglando el funeral de tu abuelo. Por eso le pedimos a tu amigo que fuese por ti. Tienes que prepararte, partimos en dos horas al cementerio real.

Joey me acompaña hasta mi cuarto, se queda mirando algunas cosas de mi habitación. Me dirijo al baño, donde retiro la venda de mi hombro, ahora no hay cicatriz, las pastillas que tomé funcionaron. Tomo una bata, me dirijo hacia el armario.

—Las doncellas dejaron trajes para nosotros —dice Joey.

Aprecio que las vestimentas no son nada llamativas, mi padre se tomó la molestia de seleccionar accesorios discretos, ya que es un funeral al final de cuentas. Mi madre nos está esperando en la sala de visitas. Nos dirigimos a la entrada, hay un auto negro disponible para llevarnos hasta el cementerio. Subimos al vehículo, me siento del lado de la ventana. Observo el hermoso paisaje que ofrece mi país, con todos aquellos árboles tan verdes, llenos de vida y esas aves que vuelan en grandes grupos. A lo lejos distingo una gran estructura gigante, seguro es la que mi abuelo mandó a construir para las Olimpiadas del Dolor. Transcurren cerca de quince minutos de trayecto, nadie habla. El auto se detiene enfrente de un campo con un edificio de color blanco en el centro.

Entramos al edificio blanco, hay en total como unas dos mil personas; desde amigos, familiares y conocidos de mi abuelo. En el centro hay una gran foto de él, debajo de una bandera Herza. En el fondo diviso el ataúd, es de color negro como nuestra bandera. Frente al ataúd se encuentran mis hermanos. Ardo parece no tener idea de lo que ocurre; lo cual es normal debido a su edad.

Entra un hombre vestido de blanco, con un báculo de oro entre sus manos, sin dudas es el papa Benedicto XXX. Comienza a hablar en latín, luego en inglés. Habla sobre la paz, el amor y la unidad del mundo. Después de un rato de oraciones, mi padre se levanta y prosigue a hablar:

—Mis queridos habitantes, es una pena el fallecimiento del gran emperador Bentlo. Sin duda él hubiese querido dirigir las Olimpiadas del Dolor. Por desgracia no pudo concretar su última voluntad, como es sabido en su testamento que leí hace unos días en mi ceremonia de ascenso al poder, seré yo quien continúe su legado.

Voy hacia el ataúd para ver por última vez a mi abuelo antes de que lo entierren. Tiene dibujado un ave fénix que lo representaba. Lo nombraban el emperador Fénix en los medios. Estaba muy orgulloso de su título. Sus canas son transparentes, su cabello es como la nieve; por eso mi padre eligió ese estilo para su capa. Ardo me jala la manga del traje y me pregunta:

—¿Cuándo se despertará el abuelo?

—Nunca —le digo—. Él se fue al desfile negro.

—Yo también quiero ir.

—Eres muy joven aún —le digo sonriendo. Es muy ingenuo todavía. Cree que existe el desfile negro, donde van todos los reyes y emperadores cuando mueren y tienen una fiesta eterna. Es un viejo cuento de Herza.

El funeral continúa durante toda la noche. 

Las Olimpiadas del Dolor (Distopia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora