—¿Por qué me están haciendo esto? —preguntó llorando la niña.
—Porque lo mereces —le respondió una de las tres niñas brabuconas.
—Pero si yo no les he hecho nada —dijo la niña llorando.
La niña con sus pequeñas manos cubría su rostro mientras esas niñas le lanzaban su comida encima.
Las brabuconas no se sintieron conformes con solo haberle tirado sus meriendas encima a la niña, así que decidieron acercarse más y empezaron a empujarla hasta que ella cayó al suelo; recibía patadas en el estómago, y eran tan fuertes, que hicieron que la niña vomitara y hasta se orinara encima.
Esa indefensa niñita lloraba y lo hacía tan fuerte que yo pensaba que en cualquier momento sus lágrimas serían de sangre.
Yo solo gritaba que la dejaran en paz, una y otra y otra vez. Quería tirarme encima de la niña y protegerla como una coraza protege a un soldado, pero no podía. Por más que luchaba por moverme era imposible, no podía hacerlo. Era como estar paralizada.
—¡Déjenla! —grité levantándome de golpe con mi respiración agitada y mis ojos húmedos. La alarma de mi reloj de mesa sonaba marcando las cinco y media de la mañana.
No es la primera vez que tengo ese sueño, nunca se lo he comentado a nadie, ni siquiera a mi mejor amiga que prácticamente lo sabe todo sobre mí. A veces hay cosas que ni siquiera a las personas que más amamos podemos contárselas.
Tratando de olvidar el sueño que acababa de tener salí de la cama directamente al cuarto de baño a darme una ducha.
No podía dilatarme mucho tiempo, ya que por algún idiota llamado Mike no tengo bicicleta y me toca caminar hasta la heladería. Solo de recordarlo me enoja, no puede ser que tan de mañana me esté enojando, nunca en mi vida me había enojado tanto por el descaro de una persona.
Dejando eso de lado, podría pedirle a mamá que me llevara a la heladería, aunque... no creo que esté despierta, porque es domingo, todos duermen y, además, anoche tuvo una cena con los suegros de Dylan, por lo que seguro debe estar cansada al igual que papá. Creo que no tendré más opción que caminar hasta la heladería.
Salí de la ducha, tomé una toalla y me la puse; la cual ni siquiera me cubre completamente, porque cuando eres una chica de talla grande este tipo de cosas es inevitable.
Me acerqué a mi closet y abrí una de las puertas de este para decidir que ponerme. Como siempre tomé lo clásico: un pantalón y una camiseta grande. Sé que es inútil que use ropa grande para ocultar mis notables imperfecciones, pero de alguna manera me siento más cómoda y confiada.
Cuando terminé de vestirme y ponerme mis tenis tendí mi cama dejándola sin ninguna arruga como es de costumbre.
Miré el reloj en mi muñeca derecha; son las seis de la mañana. Tengo que apresurarme, no me gusta llegar tarde a mis compromisos.
Tomé mi celular que estaba encima de mi mesa de noche y me dirigí a la puerta para salir, pero el espejo que estaba a un lado de la puerta de alguna forma quería llamar mi atención, así que me pare frente al mismo y me observe de arriba hacia abajo. Nunca en mi vida he obviado la verdad de que soy una chica con sobrepeso, no hay días en los que no critique mi cuerpo, mi mente ni siquiera tiene segundos de descanso, porque yo siempre paso criticándome y la verdad es que no puedo evitarlo. Solo me pregunto: ¿Cuándo será el día en que pueda descansar de toda esta basura que inunda mi mente?
Respiré profundo y exhalé lentamente. —¡Hoy va a ser un buen día! —dije regalándome una sonrisa enorme frente al espejo.
Estiré mi mano hasta la manija de la puerta la cual giré para salir de mi habitación.
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Tú y yo probablemente nunca... ¿O tal vez sí? [EDITANDO]
RomanceAmada por su familia, incluyendo al histérico de su hermano. Amada inesperadamente por dos chicos totalmente distintos. El problema; ella no se ama así misma y ni siquiera de la manera en que ellos lo hacen. ¿Quieren saber porqué? Pues...