❝ sabes curar el dolor

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El dolor que Anne sentía emanaba de aquella triste perdida que había sufrido hace algunos días. Era sorprendente cómo podía afectarle, a pesar se haberlo sabido desde mucho antes y de haberse "mentalizado" para eso. Aunque claro, uno nunca está lo suficientemente preparado para perder a alguien.

Ruby Gillies fue más que su amiga, la llegó a considerar hasta su hermana menor, como a Diana, Jane o Tillie. Habían creado un vínculo extraordinario, donde no existían diferencias ni secretos, eran tan transparentes como el agua. Además, los detalles y pequeñas demostraciones de cariños eran momentos que guardaba en su corazón bajo llave, y sacarlos a luz era tan doloroso como pensar en su muerte.

Ruby era detallista, sentimental, romántica, cariñosa, inteligente y bastante graciosa. Así quería recordarla; pero cuanto la lastimaba.

Era un proceso lento y arduo, habían días en que asimilarlo no era tan complicado, mientras que en otros solo pensaba en que pudo hacer más. Muchos sentimientos encontrados que le causaban un dolor de estómago constante, y un par de bolsas color rojizo que colgaban bajo sus ojos que le sumaban unos diez años a su rostro angelical. Llorar la
Mantenía hinchada, y con congestión nasal. Y a pesar de que dolía, no quería cohibirse de sufrir por
su muerte, pues esa era la mejor manera de superarlo.

Había leído en internet una frase que quizás aplicaba para ese momento.

Al igual que la luna, atravesamos fases de vacío para llenarnos nuevamente.

Ella la había adaptado para su situación, y eral algo así como;

La luna tiene etapas similares a las del duelo, hay tiempos en los que te sientes lleno con esa persona, y al perderla, te vacías, pero vuelves a recuperarte, vuelves a brillar.

Había enviado ese te to a Gilbert durante la madrugada, ¿Lo que más le sorprendió? Fue que le respondiera.

«Quisiera verte.»

Ese sentimiento de mariposas volando en su estómago, hacía días que no lo experimentaba, y lo extrañaba. No había visto a Gilbert desde el funeral de Ruby hacía un mes y medio, y lo necesitaba. Lo necesitaba a él y a su olor; y necesitaba su voz y sus caricias.

Con manos algo temblorosas contestó, sintiendo como un pequeño fragmento de su corazón volvía a vivir en vez de solo existir. Eso causaba él.

Acordaron en verse un miércoles por la tarde en una cafetería del pueblo. Aquel día, Anne se sintió extrañamente bien, como si no hubiese llorado por semanas. Se colocó una ropa cómoda y presentable, arregló su cabello en dos despreocupadas trenzas y marchó, pensando muchas cosas durante el camino.

Y al llegar lo vió, tan simple, con los mismos pantalones de mezclilla de siempre y sus bufandas oscuras, sosteniendo el menú entre sus manos en las que Anne deseaba reposar su mejilla helada. Y lo sintió, volvió a sentir su corazón acelerarse, y no por miedo. Era exquisito y a la vez desesperante, pero lo deseaba. 

Se acercó hasta él con delicadeza y dejó caer su peso en la silla del frente. Y encontraron miradas. Los orbes avellana y verdes se encontraron por fin, demostrando millones de cosas que ambos no podían decir. Gilbert, inexplicablemente sonrió, y Anne volvió a sentir que sus pies se derretían. A pesar de ser una sonrisa triste, era suficiente para él.

Hablaron durante horas aquel día, hasta que la cafetería cerró y tuvieron que continuar por el parque y luego en la entrada de la casa de cierta pelirroja. No mencionaron el tema como Anne esperaba que ocurriera, pero lo agradecía, pues no quería sentirse triste.

Cuando Gilbert tuvo que irse, Anne volvió a sentir un vacío de tristeza en su alma, pero fue reparada por las palabras del chico frente a ella, que comprendía como se sentía y odiaba dejarla sola, odiaba sentirse
Lejos de ella.

—Anne, deseo volver a verte, mañana. —confesó con cierto temor, temiendo de que sus palabras fueran mal recibidas.

Que equivocado estaba al pensar que podían serlo.

—Me gustaría mucho. ¿Podrías venir? —Anne podría jurar que su rostro se iluminó y sus ojos brillaron.

Asintió sin dudar, causando gran felicidad en ella.

Aquella tarde le había hecho muy bien, y deseaba sentirse así por siempre. Gilbert fue como el medicamento para su enfermedad, y ahora no quería soltarlo. Cuando se unieron en un abrazo, fue como un bombardeo de recuerdos y sentimientos que la atacaron, y la hicieron querer llorar. Y su aroma era tan satisfactorio. Anne siempre había confiando en que los perfumes traían recuerdo, y el de Gilbert le recordaba todos esos sentimientos encontrados que sentía, y todas esas veces que realmente se sentía bien.

No quería soltarlo, pero tenía, y sintió frío al hacerlo.

Gilbert le ofreció una sonrisa sincera, que podría hacer que el corazón de cualquiera brincara. Y antes de que pudiera decir «Adiós» Anne dijo algo que lo hizo sentir como si una corriente de energía recorriera su cuerpo y quisiera brincar.

—Sabes curar el dolor, Gilbert Blythe. —y así se despidió, cruzando los dedos para que el mañana llegara lo más pronto posible.

𝐖𝐄 𝐀𝐑𝐄 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐒 ;; Shirbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora