❝ eres el cielo

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Los días transcurrían y ya era muy común ver a Gilbert frecuentar a la casa de cierta chica pelirroja que amaba. Pasaban horas juntos, riendo, hablando, sanando. Eran sus momentos favoritos del día, cuando la tenía frente a él, con su cabello alborotado y sus ojos grandes y brillantes, que se achinaban por sonreír. Le encantaban. Era como estar en el cielo.

Cuando Anne se acercaba mucho o sin querer rozaban sus manos. Eso era estar en el cielo para él. Fuera de todo el tema de las religiones, para Gilbert, Anne era el cielo. El paraíso. No podía detenerse a pensarlo o negarlo, así lo era, y no había dudas. Cuando acariciaba sus cabellos, cuando ella recostaba su cabeza en el hombro de él. Era como volar, y sentía cosquillitas en los pies.

Él conocía sus sentimientos por ella, la amaba, deseaba que todo lo siguiente que ocurriese en su vida fuera con ella. Pero desconocía lo que Anne realmente sentía, y le aterraba. Ambos son adultos, ambos deberían estar claros que eso no es una simple amistad. Pero, el ser adultos no es una respuesta a sus dudas, mucho menos una clara demostración de los posibles sentimientos de la pelirroja, y a pesar de ella ser como un libro abierto, no podía negar que con ese tema era muy discreta o él demasiado desorientado. Anne solía ser una persona romántica todo el tiempo, y el expresar sus sentimientos no le costaba nada, entonces, ¿Por qué a Gilbert le resultaba complica descifrar lo que ella sentía por él?

Un movimiento lo sacó de sus pensamientos. Esa chica, ella, la que lo tenía tan ensimismado descansaba sobre su pecho. En paz. Su respiración era calmada y lenta, y su rostro angelical estaba tranquilo. Gilbert se preguntaba si así se veían Los Ángeles, y se sentía dichoso de tenerla con él. Podía jurar que con solo volver a verla su corazón se disparó, y es que tenerla tan cerca le hacía tan mal que sentía como todo su ser se derretía. Quería besarla. Juraría que al hacerlo, se sentiría magnifico, como cuando ella le da leves caricias al dorso de su mano, o como ocurre ahora, se recuesta sobre su pecho a descansar. Era demasiado bueno como para no sentirse así, y con ella todo se volvía más emocionante.

Estar con Anne Shirley era definitivamente como estar en el cielo mismo.

La adoraba, y adoraba como le hacía sentir.

Soltó un suspiro y regresó su mirada a ella. Sintió curiosidad otra vez por aquella cicatriz en su mejilla izquierda. Quería tocarla. Jamás había tenido la oportunidad, sería muy atrevido de su parte si lo hubiera hecho antes, y aún más cuando aún no conocía su historia. Pero ahora, todo era distinto. Muy distinto. Se sentía atraído, y no se dió cuenta en que momento las yemas de sus dedos estaban posadas delicadamente sobre esta.

Mierda.

Si era como creía. Aquella zona era más aterciopelada que el resto de su piel, y brillaba. Su mano viajó por su mejilla, hasta cubrirla completamente, y comenzó a dar caricias con su dedo pulgar. Siempre había querido hacer eso. Quería tocar sus pecas. Quería besarlas. Quería sentirlas. Quería perderse en ella. La quería a ella.

Sin darse cuenta, el par de ojos verdes comenzaron a abrirse de manera delicada. Esos orbes que tanto admiraban brillaron al darse cuenta de donde estaba y con quien, la sintió removerse un poco y ella le sonrió. Él no pudo evitarlo, no pudo ocultar su sonrojo.

—Hola. —saludó, aún adormilada.

—Buenos días. —asumió nervioso. Pudo notar como ella frunció el ceño y buscó de alguna manera la hora.

6:32 pm

Rayos.

Anne soltó una carcajada que hizo brincar el corazón del menor de los Blythe. Que bonita se veía cuando sonreía.

—A veces eres un poco tonto —admitió ella, aún riendo—. Me gusta que seas así, te da algo de inocencia con la que todos deberíamos contar.

Aquellas palabras fueron involuntarias, pero eran ciertas. Anne adoraba ese pequeño toque de inocencia en la personalidad de Gilbert, le causaba tanta ternura que deseaba apretujarlo y jamás soltarle. Él la miró con cierto sonrojo y asintió, se había tensado un poco, pero comenzaba a relajarse de nuevo cuando ella volvió a apoyar la mejilla contra su pecho.

Otra vez. Ella podía escuchar su corazón latir. ¿Eso lo delataría? Pues iba tan acelerado. Anne no dijo nada, quizás no sea dio cuenta, aunque deseaba que si; sentir su respiración tranquila en su cuello; sus delicadas manos juguetear con su camisa; sus piernas casi entrelazadas; el olor de su cabello. Eso era el paraíso. Se sentía en el cielo y no podía negarlo, quería estar ahí por siempre.

Hundió su nariz en el pelo de la chica e inhaló su aroma, sintiendo paz. Y ella sintió que su estómago burbujeaba de emoción. Él no pudo cohibirse.

—Eres el cielo para mi, Anne. —susurro bajito, casi inaudible.

Solo las pequeñas hadas invisibles y ella podrían escucharlo. Pero solo Anne podía sentir su corazón acelerarse y como su respiración se descontrolaba, perdiéndose, sintiendo en como volvía a caer en él y que realmente no podía evitar amarle. Quería besarlo, pero temía. Quería confesarse, pero le asustaba. Quería hacer muchas cosas de las que se encontraba insegura. Y siguió dudando, hasta que lo olvidó todo y se concentró en el ahora.

Gilbert aún escondía su rostro entre su pelo, y sus manos aún la sostenían firmes. Quería inmortalizar este momento. Este momento en el que muchos sentimientos cantaban a su alrededor y en donde una frase rodeaba su cabeza:

Ella era su cielo.

𝐖𝐄 𝐀𝐑𝐄 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐒 ;; Shirbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora