Cuando Anne abrió la puerta se encontró con el par de orbes avellana, que expresaban tantas emociones juntas que ella no podía descifrar. Por su rostro no tardó en aparecer una sonrisa. Lo había extrañado en esos días que había estado ausente, y estuvo a punto de ir a buscarlo.Cuando él propuso dar un paseo, no dudó en aceptar. Deseaba hablarle. Contarle muchas cosas que había estado pensando durante días y se había guardado, creyendo que no tenía la misma emoción decirlas por mensaje.
De manera inesperada, terminaron frente al mar, en un gran acantilado que los separaba de aquella bahía azul que llevaba a cualquier parte. Era otoño, por lo que hacía frío, y el aire helado chocaba contra el rostro de ambos, sintiéndose frescos. Anne no pasaba desapercibido lo callado que estaba, y podía notar como jugueteaba con sus manos, acción que realizaba al estar nervioso. Sentía curiosidad, y no dudó en preguntarle, pues le preocupaba.
—¿Que te aterra, Gilbert? Estas asustado. —murmuró con voz suave, causando un escalofrío en él.
No sabía que responder, ahora mismo podía declararse o podría inventar una excusa. En realidad, podía hacer cualquier cosa y ella de igual manera le creería, porqué así era, inocente y pura. Jamás esperaría que él le mintiera, y él nunca lo haría.
—Tengo miedo de perder el tiempo. —susurró, deseando que aquello no llegara a sus oídos jamás y se perdiera entre el viento.
Pero cuando suspiró, supo que si lo había hecho.
—El miedo, nuestro peor enemigo. Gilbert, temes a perder el tiempo, ¿Por qué no lo aprovechas entonces? —cuestionó algo obvia, pero sin malas intenciones. El azabache agachó la mirada.
—No sé como hacerlo, y creo que eso es lo que más me preocupa. —Se veía triste, apagado, como si no hubiese dormido aquella noche.
Y Anne se sentía mal; pues le amaba tanto que verlo de esa forma le daban ganas de llorar. De sorpresa, tomó sus manos entre las suyas. Había una gran diferencia, las de ella estaban cálidas, como si destilaran calor, al diferencia de las de él, que se encontraban congeladas. Aquello para Gilbert fue reconfortante, como si la vida le volviera al cuerpo y algo se descongelara junto a sus manos. Ella le dedicó una sonrisa, que llenó poco a poco ese espacio vacío desde hace días en su corazón.
—Somos instantes, hay que vivir. Aprovechar las oportunidades, a pesar de tener miedo, es algo muy importante. Alguien alguna vez me dijo que hiciera las cosas con miedo, pero que jamás dejara de intentarlas. No dejes que eso te desaliente. Recuerda, somos como una huella en la arena que pronto será borrada por el mar, así que tenemos que aprovechar para ser alguien alguna vez —su cabello volaba con el viento, y sus ojos tenían un brillo inigualable que cautivaba a Gilbert—. Vamos a llorar, vamos a reír, nos vamos a enojar; pero lo más importante, Gil, es que tenemos que vivir. Recuerda esto por siempre, y sal adelante. Siempre sintiéndote vivo y opacando al miedo.
Aquellas palabras se habían fundido en la mente de Gilbert como el hierro. Ella siempre tenía algo que decir, sin importar el tema. Todo lo que le había dicho solo le daba aliento, y adoraba como hablaba de ambos, como se incluía en ello. Eso, lo volvía loco.
No pudo evitarlo, cuando ya se encontraba acariciando su mejilla y con el rostro tan cerca del suyo. Gilbert no pensaba con claridad, pero sabía que eso quería. Solo necesitaba consentimiento. Miró a aquellos orbes azules en busca de algo, una respuesta que lo hiciera dar el siguiente paso, y cuando las puntas de sus narices se rozaron. Lo supo. Y sintió como todo su cuerpo de llenaba de energía de pronto, y sin dudarlo, la besó.
Lo estaba haciendo, estaba besando aquellos labios color cereza que tanto deseaba. Y no iba a negarlo, era como el maldito cielo, y se sentía exquisito.
Perder el miedo era algo conflictivo, pero aprender a hacer las cosas con miedo era distinto. Podría acostumbrarse, si eso se trataba de probar sus labios una vez más.
Cuando se separaron, sus miradas se encontraron. Millones de incógnitas los inundaban, pero había una cosas que ambos reconocían, y era el amor. Gilbert no podía sentirse más dichoso, y sin pensarlo, dijo:
—Besarte se siente como un huracán en el estómago, Anne. Y estoy dispuesto a repetirlo.
Y así se besaron de nuevo, ahora mucho más seguros.
Sin dudas Gilbert había descubierto un nuevo vicio, y Anne había cerrado una etapa de su vida en la que besar a otra persona ya jo resultaba repugnante.
Definitivamente, un beso que cambió muchas cosas.
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𝐖𝐄 𝐀𝐑𝐄 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐒 ;; Shirbert
Fanfiction𝘚𝘰𝘮𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴, 𝘩𝘢𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳. Dijo una vez la pelirroja con sabor a café. La chica que hacía que Gilbert sintiera temblores en los pies y bofetadas de energía. Ella, la que le enseñó a amar. Una historia corta y llena de...