❝ existen noches para morir

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Era una fría noche otoñal. Anne y Gilbert observaban al vacío en silencio, ambos pensando. La azotea del hospital era un gran lugar para pensar. Anne creía que era ridículamente católica aquella idea, se imaginaba a las personas orando por sus familiares en ese lugar, o pidiendo perdón por sus pecados. No era católica, pero no lo juzgaba, quizás ella si estuviera en la misma situación también lo haría.

El único ruido era el de los compresores de los aires acondicionados del lugar, y el sonido de los cauchos patinando por la carretera empapada. Algo para nada romántico, pero que daba muchas ganas de pensar. Gilbert había estado tan callado, pero no sabía que decir, y por su mente solo rondaba la idea de lo que podría pasar próximamente, y en como los afectaría a todos. Mientras Anne, era difícil mantenerse quieta cuando estaba nerviosa.

La imaginación de la pelirroja volaba por doquier, queriendo ignorar lo que sea que estuviera pasando debajo de sus pies, queriendo creer que solo era otra de las historias de su imaginación. Aunque no. Millones de tonterías le rodeaban la cabeza, entre esas, una que llamó mucho su atención.

—Gilbert, ¿Desearías alguna noche en especial para morir? —su voz salió serena. Él brincó en su sitio, la miró extrañado.

—¿A que te refieres? No comprendo. —Anne sonrió con dulzura. No había sabido explicarse.

—Me refiero, a si te gustaría morir en algún día u hora en específico, con algún clima deseado o así. —él negó casi al instante, jamás lo había pensado.

—¿Y tú? —cuestionó él. Anne asintió.

—Yo sé que voy a morir en algún momento, pero cuando lo haga, desearía que fuera en una noche estrellada cómo esta, que gritan muerte por doquier. Sería dramático, y causaría mucho sentimiento, ¿no te parece? Una noche fría y melancólica, solo con las estrellas, daría tanto para pensar. —su voz salió como en un susurro, y Gilbert tembló.

A él le asustaba tan siquiera pensar en el día en que la pelirroja muera, fuese lejano o aproximado. No lo deseaba, jamás, y que ella lo hablara tan tranquila le causaba cierto enojo que hasta el mismo no comprendía. Él la amaba, aunque ella no lo supiera, y no quería perderla.

Sin avisar, terminó con la pequeña distancia entre ambos y la abrazó, con fuerza y lleno de sentimientos. Escondió su rostro en el cuello de la chica e inhaló un poco de su aroma a manzana y canela. Ella olía a hogar. No quería soltarla, nunca, y pudo sentir como pequeñas lágrimas que lo traicionaban escapaban de sus ojos. Pero dolía mucho solo imaginarlo, no quería vivirlo.

Anne no sabía realmente porqué hacía eso, pero tampoco pudo resistirse a soltar lágrimas saladas y sollozos internos, mientras reposaba su cabeza sobre la de él, y pensaba, percibiendo aquel olor a shampoo barato del chico. Era agradable, a pesar de todo, pero no quitaba la pesadez de su cuerpo cada vez que recordaba la realidad. Quería que ese abrazo durara para siempre y el tiempo se detuviera en ese instante. Deseaba desaparecer en sus brazos.

Aquella noche Ruby Gillies murió en el hospital gracias a una bacteria que fue atendida muy tarde. Una noticia que no era sorpresa para nadie, pero muy dolorosa para todos. Anne lo supo, siempre estuvo clara de que Ruby era la persona más romántica que jamás había visto, y que era esa la no he de muerte que merecía, porque sabía que ella ya no podía más.

Ahora, ella por fin podrá descansar, en un lugar donde todas las noches inspiran melancolía y tranquilidad. Donde el frío no hace daño y el viento crea canciones. Un lugar donde no hay dolor ni tristeza, mucho menos soledad.

𝐖𝐄 𝐀𝐑𝐄 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐒 ;; Shirbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora