—¿Anne, recuerdas que alguna vez me preguntaste sobre mi tinta amarilla? —interrumpió Gilbert en medio de la noche.—Si... —murmuró la pelirroja, algo adormilada. Su novio rozó su mejilla con delicadeza.
—Nunca te conté sobre ella —esas palabras hicieron que la chica despertara un poco y se acomodara en su sitio, frenando las caricias en el cabello de parte de él—. Sé que dirás que lo haga cuando me sienta preparado, pero Anne, teníamos pocos meses de conocernos cuando tú me hablaste sobre la tuya, y yo...
—Gil, te hablé sobre mi tinta amarilla porque estaba segura de poder compartirla con alguien. Sé que son teas delicados, y muy nuestros, pero cuando te sientes segura con una persona no encuentras un límite. No digo que esté mal que no me lo hayas contado, al contrario, me gustó que te tomaras tu tiempo. —sus ojos brillaban bajo la luz de la luna que se colaba por la ventana de la sala.
El sofá de Anne se había convertido en su sitio favorito.
Él suspiró.
—Quiero hablarte sobre la mía, Anne. Voy a hacerlo.
Ella asintió y escondió su rostro en su pecho, esperando. Gilbert se tomó su tiempo para hablar, hasta que se sintió muy preparado.
—Digamos que nunca jamás fui el hijo favorito de mi madre. Vengo de una familia grande, conformada por cuatro niños y tres niñas, todos mayores que yo. Al ser el último, te podrías esperar que fuese el que más atención recibía, pero no, todos me veían como «el error» ese ser indeseado que llega sin aviso y para volver todo más gris. Así me veían todos, hasta mis hermanas, quienes a medida que fui creciendo no dudaron en utilizarme como carnada para salir al parque a verse con sus novios, o para mis hermanos, de los cuales fui víctima de sus bromas pesadas más de una vez —tomó una pausa y suspiró—. Pero esa no era mi verdadera tinta amarilla, porque en realidad era la relación que llevaba con ellos, en especial con mi madre. Me aferraba a la idea de que si hacía las cosas bien me podrían querer. Pero que equivocado estaba. Solo recibía comentarios como «es tu obligación», o «enhorabuena» pero ninguno jamás fue sincero. Sus palabras eran tan vacías como un pozo sin fondo. Y yo aún las añoraba, pues era lo único que tenía. Cuando tenía ocho años mi madre descubrió que yo mismo me hacía daño, tomaba una vara y me golpeaba on fuerza hasta sangrar. Creo que fue la única vez que me prestó atención de verdad, pero no para bien. Esa tarde me golpeó tanto que podría jurar que estuve a punto de morir. Sus golpes fueron sin piedad, demostrando todo el odio que sentía hacia mi, pues porque ella siempre dijo que por mi culpa papá nos abandonó. Y aún así, yo la seguía queriendo, y deseaba su cariño —las palabras de vez en cuando se atascaban, pero podían seguir—. Cuando cumplí doce años uno de mis hermanos mayores falleció, el segundo mayor, el favorito de mamá. Él tenía diecinueve, era joven, pero murió tras una sobredosis. Ese día mamá volvió a descargar su furia conmigo, se había vuelto algo habitual, y yo ya no era el mismo. Ya no la quería. Esa fue la última vez que me golpeó, pues desde entonces me convertí en un fantasma. Uno solitario. Salía y entraba a la hora que fuera y nadie se quejaba, mucho menos se percataban de eso. A los diecisiete abandoné mi hogar y empecé a vivir en cualquier sitio con los ahorros que tenia, y a los veinte terminé acá, en avonlea, estudiante y siendo realmente feliz.
Todo se mantuvo en silencio durante un rato largo. La respiración de ambos era calmada, y sus cuerpos seguían juntos. Anne pegó aún más la mejilla del
Pecho de Gilbert y suspiró. Él la miró con ternura.—Mi tinta amarilla fue mi familia. Creí que no podía ir a ninguna parte sin ellos, pues todo lo que había vivido fue gracias a mis hermanos y hermanas. Pensé que jamás sería nadie. Pensé que nunca saldría de ese infierno. Y lo logre, y ahora soy feliz contigo. —concluyó, y sus últimas palabras llegaron a Anne como una caricia suave y cálida.
Ella sonrió.
—Tu corazón es tan fuerte, Gilbert, que puedo escucharlo latir desde muy lejos, y sé que tú eres igual de fuerte que él. Lo as demostrado, siempre, y por eso te amo.
Gilbert tomó las manos de Anne y plantó un beso en ellas, un gesto que hacía el corazón de su chica acelerarse de forma descontrolada.
—Yo te amo muchísimo más, Anne. Mi Anne con una e.
Fin
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𝐖𝐄 𝐀𝐑𝐄 𝐌𝐎𝐌𝐄𝐍𝐓𝐒 ;; Shirbert
Fanfiction𝘚𝘰𝘮𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴, 𝘩𝘢𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳. Dijo una vez la pelirroja con sabor a café. La chica que hacía que Gilbert sintiera temblores en los pies y bofetadas de energía. Ella, la que le enseñó a amar. Una historia corta y llena de...