La forma en la que matas a un monstruo dice mucho de la clase de personas eres, aunque lo creas un detalle insignificante. Hay quienes simplemente prefieren terminar rápido y largarse, o los que se ceban con los monstruos para así desatar toda su frustración. Otros sólo hacen trampas y se esconden, dejando que la propia criatura se muera por sí sola a causa del veneno u otra cosa que acabe con su vida.
Yo no fui ninguno de ellos.
La primera vez que maté a un monstruo tenía tanto miedo que, en cuanto vi tanta sangra salir de un cuerpo arácnido, terminé vomitando. Por aquel entonces yo no era hábil creando armas y todo lo que hacía era basura, así que tenía que atacar entre las sombras con un trozo de metal malformado parecido a un puñal. Atacaba a las venas del cuello, la garganta, o me arriesgaba a dañar sus ojos.
No estoy seguro si eso me dejaba como un cobarde o un tipo astuto, pero el hecho es que todo el sufrimiento y la experiencia hicieron un cambio de chip en mi cabeza. Tuve que aceptar que eran ellos o yo. Su vida o la mía.
Sin embargo, el yo de ahora no tiene una emoción tan primitiva y humana como lo es el miedo.
No es que tuviera miedo de que Toga muriera, ni tampoco el hecho de que ese efecto colateral en el contrato hiciera peligrar mi vida. No. Lo que verdaderamente sentía era rabia y enfado. Toga, aun estando semi-inconsciente, envía hacia a mí toda esa emoción de ira que circula por mi sangre como un torrente de fuego. Es como una explosión de sabores y olores que se instalan en tu cerebro mientras te mueves: ira, pánico, dolor, asco... Se cuelan entre el torrente sanguíneo, alterando mi psique para hacer una puja con mi espíritu y recordarme que yo soy débil frente a todo lo desconocido.
Pero esa sensación está equivocada conmigo. Sangre fría, aunque es una habilidad pasiva que no sirve para cometer ningún tipo de dolor, me hace guardar la calma en momentos críticos como estos.
No he salido del agua por miedo, como he dicho, sino por desear recuperar esa sensación de batalla que una vez perdí al abandonar el laberinto. Lo siento cuando saco la hoz modificada con apariencia de guadaña gracias a mis habilidades de herrería. Lo saboreo cada vez que las armas chocan contra las espadas oxidadas de los monstruos, donde cada borbotón de chispas golpea nuestra piel al estar en constante movimiento. La adrenalina brota, pateando cualquier otra emoción que no sea el éxtasis con la fuerza de una erupción volcánica en mi interior; el sentir la carne de los goblins partirse por la mitad como lo harías con el pan recién horneado, el crujir de los huesos en cada impacto, la sangre verdosa golpeando mi cara que mantiene una sonrisa maliciosa... Todo cuenta. Es un placer morboso y refulgente, recordándome constantemente todos esos libros que hablan sobre cómo los dragones son difíciles de motivar porque viven por demasiado tiempo y terminan aburridos.
La batalla. La información. La riqueza. La evolución del mundo. El poder.
Supongo que en mi caso es la batalla, el disfrutar observar cómo las cabezas vuelan por el aire como proyectiles hasta impactar entre sus compañeros. Patear sus cuerpos, robarles el arma y apuñalarlos con ella en el corazón, sin siquiera detenerme porque esto es una cacería y no una batalla de entrenamiento.
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𝕮𝚞𝚛𝚜𝚎𝚍 [Actualizándose sólo en Inkitt]
Fantasy[Los capítulos que tengan este icono: [*] son los que están editados] 𝙴𝚕 𝚌𝚊𝚘𝚜, 𝚛𝚎𝚜𝚐𝚞𝚊𝚛𝚍𝚊𝚍𝚘 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚙𝚛𝚘𝚖𝚎𝚜𝚊𝚜, 𝚟𝚊𝚝𝚒𝚌𝚒𝚗𝚊 𝚞𝚗 𝚌𝚊𝚝𝚊𝚌𝚕𝚒𝚜𝚖𝚘 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚜𝚝𝚒𝚌𝚒𝚊𝚜 𝚒𝚗𝚓𝚞𝚜𝚝𝚊𝚜. ...