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-¿Diga?.- La voz de mi hermano resonó a través de la línea y sollocé de inmediato.

-¡Alexander! ¡Tienes que ayudarme!.- Grité desesperada a través del teléfono que ella sostenía por mí.

Por mi intento de escape estaba atada de pies y manos a una silla de madera en un cuarto totalmente oscuro y vacío.

-¡Lena dónde estás?!.- Preguntó desesperado y la ojiazul dejó de sonreír para tomar la llamada.

-Sin preguntas de aquel tipo oficial. No creo que a ustedes les gusten las cosas fáciles, así que esto es lo que haremos.- Murmuró caminando en círculos a mi alrededor sin dejar de jugar con la navaja que siempre traía- Dejaran de joder nuestros malditos negocios y yo no le tocaré un sólo cabello a su preciosa hermana que por cierto está muy buena.

-¡No la toques! ¡Te sacaré de ahí Len!.- Escuché sus gritos y más lágrimas se derramaron por mis mejillas.

-Eso es todo por hoy. Ha sido un placer, hasta pronto.- Saludó con evidente ironía antes de finalizar la llamada dejando de lado las súplicas de Lex para hablar conmigo-Basta de llantos ¿Si?. Tengo algunas cosas que atender y los chicos estarán aquí está tarde.

-Él va a encontrarme.- Murmuré confiando ciegamente en mis palabras.

-¿Así? Pues suerte con eso preciosa.-Respondió antes de dejar el cuarto con un portazo.

-¡Demonios!.- Maldije frustrada intentando moverme pero casi imposible por los fuertes agarres ejercido en mis muñeca y pies.

Odiaba haber regresado tarde de la academia aquella noche. Odiaba a ver sido una maldita curiosa. Odiaba a la chica que me retenía aquí. Sólo quería salir de este lugar e imaginar que nada de esto había pasado para continuar con mi rutinaria vida lejos de cualquier peligro. De pronto, la imagen de mi padre vino a mi cabeza. Seguramente en este preciso momento el está refugiado muy lejos de aquí en algún lugar de los Estados Unidos. Cuando yo era una niña él solía ser igual de retorcido que éstas personas, metiéndose todo el dinero que le fuese posible en los bolsillos a base de contrabando. Pero entonces luego de que mi madre muriera sólo tomó sus cosas y se marchó de la casa dejándonos a Lex y a mí completamente solos. Lex debía trabajar duro para mantenernos y cuando logró entrar en la academia de policías todo comenzó a mejorar para nosotros.

No sé cuánto tiempo pasó exactamente pero luego de estar gritando por una media hora en busca de ayuda que claramente no llegaría caí rendida quedándome dormida. Mi cuello dolió en cuanto me incorporé abriendo los ojos y sentía mi boca pastosa a causa de la falta de hidratación. En cuanto estuve con los cinco sentidos completamente alertas me percaté de un zumbido de rebotaba en las paredes de la habitación y fruncí el ceño. Parecía ser música que provenía desde afuera. Luego de unos minutos la puerta crujió y me giré en dirección al sonido intentando ver algo en la oscuridad.

-¿Quién está ahí?.- Pregunté en cuanto la puerta se cerró. Una tenue luz se encendió justo sobre mí e iluminó la curvilínea silueta de la  chica Castaña a quien recordaba cómo Samantha.

-Soy yo tranquila. Me he escabullido de la fiesta qué hay afuera para traerte algo de agua.- Agitó una botella frente a mí y desenrosco la tapa acercándose a mi para ayudarme a beber.

-Gracias.- Susurré cerrando los ojos dejando que el líquido escurriese por mi garganta aliviando el ardor.

-Kara es una imbécil. De seguro hiciste algo que no le agradó y has terminado aquí.- Comentó frunciendo el ceño.

-Creo que ninguno de ustedes les hubiese gustado lidiar con mi fracasado intento de fuga.- Dije con amargura y ella asintió.

-Has jodido toda la compasión que ella pudo hacer sentido por ti.

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