Reencuentro

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La misión había sido un desastre absoluto. La moral del grupo se encontraba tan baja como las sombras que se cernían sobre ellos, pero rendirse no era una opción. Se preparaban para el siguiente movimiento de Ahyma, y todo indicaba que utilizaría un evento de beneficencia como telón de fondo para asestar su golpe mortal. En medio de una reunión entre altos funcionarios del gobierno y el ejército, Josef se encontró con un rostro que creía perdido en el abismo del pasado.

Sagara. Su amigo de batalla, alguien con quien había atravesado los horrores de un infierno que había reducido la antigua capital de Japón a cenizas. Josef lo miró, asombrado, su corazón latiendo con fuerza mientras la incredulidad se apoderaba de él.

—Parece que has visto un fantasma —dijo Sagara, su voz sonando serena, casi burlona.

Josef tomó asiento, paralizado por la sorpresa de reencontrarse con su antiguo compañero.

—Ha pasado mucho tiempo desde que te vi. Nate y yo pensábamos que habías muerto.

—Oh, no, claro que no —replicó Sagara, con una sonrisa enigmática—. He estado viajando por el mundo, ampliando mis horizontes. Mis andanzas han dado frutos, mi estimado Josef.

—¿De qué hablas? —preguntó Josef, su voz cargada de desconfianza.

En ese instante, el primer ministro Satoru entró en la sala, acompañado del alcalde Kazuo y su secretaria. La presencia del líder político hizo que Josef se tensara.

—Me alegra que estén charlando en su reencuentro, señor Josef —dijo Satoru, como si la tensión en el aire no le importara—. Le presento al nuevo general de defensa del país.

—¿Es cierto lo que dicen, Sagara? —interrogó Josef, su voz un susurro tenso.

—Así es. Tanto Satoru como Kazuo vieron mis habilidades estratégicas y no dudaron en nombrarme general —respondió Sagara con una mezcla de arrogancia y desprecio.

Satoru desvió la conversación hacia la devastación del barrio de Gonzu, sus ojos llenos de acusación.

—Los soldados reportaron haber visto a tus chicas en el lugar. ¿A qué fueron a un área restringida? Dudo que para repartir galletas para la caridad.

Kazuo se cruzó de brazos, su mirada dura.

—La reconstrucción del lugar llevará años. Eso no fue parte del trato que establecimos para que ustedes operaran en Japón.

—Lo sentimos de verdad —dijo Josef, sintiendo cómo el veneno de la culpa se asentaba en su pecho—. Pero la situación es de vida o muerte. Sabes que nuestros objetivos son demasiado peligrosos.

—¡Peligrosos o no! —Satoru interrumpió, su voz resonando con furia—. No es excusa para causar tanto caos y muerte. ¿Sabes con quién estás tratando? Esas criaturas nacen con instinto asesino y ven a sus propios padres como juguetes antes de matarlos de formas atroces. Así creamos a Saseba Lebensborn y Zohar. No es cuestión de comprensión, es cuestión de erradicación.

—¡Difiero de lo que dices! —protestó Josef, sus palabras salpicadas de indignación—. Sé que los Diclonius pueden ser hostiles, pero nosotros también hemos contribuido a su agresión. No tenemos derecho a tratarlos peor que a animales.

Kazuo le lanzó una mirada de desprecio.

—Tu altruismo me enferma. Ya sabes lo que son capaces de hacer si pierden el control. ¿Quién fue la responsable de todo este desastre? Debes decirnos, ya sea por las buenas o las malas.

—Tienen videos, no tienen que sacar información de mí —replicó Josef, sintiendo cómo la impotencia comenzaba a consumirlo.

Sagara, con una sonrisa cínica, se encendió un cigarro, disfrutando del espectáculo mientras esperaba el veredicto del primer ministro.

Elfen Lied Beyond Kamakura's Fall: Arco Mafia WarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora