Unos años antes.
La pérdida viene de la mano con la soledad, pero muchas veces llega sin la primera, a veces solamente nos visita y jamás se vuelve a ir. Tal vez puedas experimentarla de diferentes maneras y en sus diversas formas, como por ejemplo pasar tu cumpleaños sola, nos hace pensar en que no le importamos a nadie lo suficiente para acordarse de nuestro cumpleaños. Pasar las fiestas decembrinas solos hace que anhelemos estar entre la familia, la misma que critica cada parte de nuestro cuerpo y nuestras decisiones.
A veces solo llega sin avisar a la mitad de la madrugada, provocando lágrimas o pensamientos obsesivos. Pero no la podemos evitar, la soledad siempre nos acompaña, es un compañero silencioso, con él que debemos aprender a estar, porque al final de todo, nacemos y morimos solos.
Tenía nueve años la primera vez que sentí a la soledad como lo que era, una compañía que nunca se iría y no eso que sucedía una tarde en mi habitación. No era navidad, no era año nuevo, tampoco mi cumpleaños, no fue a las tres de la mañana o durante una ducha larga. Paso durante el día, en la jornada escolar.
Había terminado la clase educación física por la lluvia, nos habíamos mojado mientras jugábamos volleyball, el profesor dijo que mientras no lloviera más fuerte o el piso se pusiera resbaloso podíamos seguir jugando; pero rápidamente pasó, la lluvia cayó con más fuerza y todos tuvimos que regresar al salón.
La mayoría había subido entre risas y juegos, pero yo me había quedado en las escaleras del edificio, no sabía qué ocurría, pero sentí como si algo estuviera sobre mi pecho, como cuando el perrito de Mía se acostaba encima de mí evitando que respirara adecuadamente, había algo extraño en mi garganta y no sabía porque quería llorar, pero había estado aguantandome desde la mitad de la última jugada cuando me desconecte del mundo.
No sentía la lluvia, las risas las escuchaba como por abajo del agua y lo mejor que pude hacer fue sentarme en las escaleras esperando que se olvidarán de mi existencia.
Miraba como el patio se llenaba lentamente de agua, charcos en un lado y en otro, pero mi mente estaba en blanco, una sensación que un niño de nueve años no debería de estar pasando, que ni siquiera debería sentir. Mi mente imagino situaciones donde yo no existía, no haría ninguna diferencia, al final de todo, seguía abajo y nadie lo había notado, al menos eso era lo que la voz en mi cabeza decía, nadie me extrañaría, solo hay que saltar.
—¿Qué haces ahí? Toca artes y tú amas artes —dijo Mia sentándose a lado de mi, su cabello estaba mojado, las coletas que había llevado todo el día ya no estaban y parte de su uniforme seguía mojado.
—Veía los charcos, la lluvia es bonita, me gusta — mientras ella me miraba atónita.
—Igual que la clase de arte, ven, vamos —me agarro de la mano y me llevó de regreso al salón, su solo tacto me regreso a la realidad, la lluvia sonaba fuerte y clara, mi uniforme mojado comenzaba a provocar frío en todo mi cuerpo y por primera vez tenía miedo de soltar su mano.
Ese día al salir, Mía me llevaba de la mano hasta su camioneta, los choferes se dividían la semana para ver quién nos recogía de la escuela y luego a qué casa iríamos a comer, hacer las tareas y jugar. Pero pidió de la mejor manera que nos llevarán por un helado, por lo que luego de un rato ya hacía con un cono de helado de vainilla a un parque que había por ahí, hizo de todo para hacerme reír y creo que fue ahí donde la empecé a ver diferente.
Los años pasaron, la entrada a la secundaria llegó antes de lo planeado y nuestro círculo de amigos se iba haciendo cada vez más grande, iban y venían nuevos chicos y chicas, tuvo que regalar a su perro por problemas de alergias de su padre.
Me obligo a estar como bailarina en sus xv años, algo que acepte sin dudar, hacia todo por verla feliz, ensaye cada semana para que el día, su día, todo fuera perfecto, la cuide de muchos chicos que solo jugaban con ella e intente mantenerme feliz cuando nuevas chicas se incluyen en los planes, fingiendo que no me dolia cuando las pijamadas dejaron de ser solo nuestras. Aun con todas las personas que iban y venían, nosotras dos no nos separabamos, incluso luego del golpe que acabó conmigo, ella nunca se fue, tan solo me cuidaba mientras ambas notamos mi decadencia mental.
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Cuando la muerte me sonrió (Terminada)
Fiksi RemajaMe siento tonta haciendo esto, incluso más usando la palabra "tonta", suena infantil, no suena a mí pero ella insistió en qué debía ser lo más educada posible contigo, dice que puedes ayudarme pero yo no quiero ayuda, yo no quiero que te sientas y m...