6. Amapola

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Era una tarde lluviosa. Una tarde para quedarse en el interior de la estancia denominada "hogar", completamente rodeado de la calidez que desprende esa sensación de tranquilidad, de comodidad, de sentir cómo las preocupaciones ni siquiera se molestan en llamar a la puerta, porque no existen.

Lástima que para Eve la palabra hogar tampoco existe. Ella prefiere refugiarse bajo el frío pero acogedor abrazo de la lluvia, prefiere que su mente fluya como el agua y escoge enfrentar esas preocupaciones de las que muchos huyen sin resultado. Ella ama la lluvia, porque la lluvia hace que sus penurias se oculten sin quererlo, que sus lágrimas parezcan simples gotas de agua que recorren su rostro hasta volver a flotar en el aire y caer por fin al suelo. Ama la lluvia porque, al fin y al cabo, ella es la única que extiende sus brazos hacia la joven sin pensarlo.

La lluvia recorría cada centímetro de su cuerpo entumecido por el frío; su cabello rosado que normalmente se encontraba atado en dos hermosas trenzas ahora yacía suelto y húmedo; su ropa se ceñía a la figura de su cuerpo y a cada parte de su piel; su aliento se condensaba de golpe por el clima helado; sus mejillas y su nariz, completamente rojas debido a las bajas temperaturas a las que se exponía. A pesar de eso, sus ojos se mantenían cerrados, mientras que ella se tomaba su debido tiempo para seguir sentada bajo la lluvia.

Eve suspiró levemente, ahora era cuando más ansiaba hablar con alguien. Normalmente ella llamaría a su mejor amiga, pero... Ahora mismo estaban pasando por un momento difícil.

Hisoka tampoco era una opción. Después de lo que Mei le había dicho sobre el hombre con el que se había estado viendo y conociendo bien al mago, cosa que ella hacía,  posiblemente lo mejor era no decirle nada. De lo contrario, él se aprovecharía de ella, al igual que Chrollo si supiera de la estrecha relación que ella guardaba con Hisoka. Triste, pero era lo más probable.

Sin darse cuenta, su mano derecha hizo un recorrido familiar, que conducía a su pecho, en donde una llave se encontraba oculta, ella la portaba a modo de colgante.

Se tomó su tiempo. ¿Alguno de ellos se tomaría la molestia de aparecer? Eve lo dudaba mucho, por lo que pronto desistió de invocarlos. No merecía la pena.

—Mmm...creo que ya debería volver...

Murmuró, abriendo los ojos levemente. Grande fue su sorpresa al encontrarse con esos ojos azabaches y vacíos que inevitablemente habían comenzado a hechizarla.

—Estaba aquí.

—Hola, señor Lucilfer. —la joven le dedicó una suave sonrisa. Quizás esta vez la presencia del hombre no la reconfortaría del todo, pero aún así hizo de tripas corazón y sacó la fuerza suficiente como para sonreírle y no preocuparlo. Chrollo, por su parte, suspiró de forma inaudible.

Enseguida, una chaqueta negra se hallaba sobre los hombros de la pelirrosa, al mismo tiempo que Chrollo se colocaba justo delante de ella y comenzaba a abrochársela con cuidado.

El tacto cálido del hombre causaba escalofríos en la piel de Eve, además de que su mente se opacaba, impidiéndole pensar con claridad. Por cada roce, Eve temblaba, por cada mirada sutil del hombre que se encontraba a escasos centímetros de Evelyn, ella se removía levemente. No era consciente de lo especial que era Chrollo para ella, ni mucho menos, por lo que asoció ese nerviosismo intenso con que ningún hombre le había puesto la mano encima, siendo Chrollo el primero.

El apellidado Lucilfer tampoco se quedaba atrás. Él, a diferencia de Eve, ya tenía claros sus sentimientos hacia ella, pero aún así, sentía cómo elefantes danzaban en su estómago a causa de la hermosa mujer pelirrosa y sus hipnóticos ojos verdes. Aunque no lo iba a negar, él incluso se deleitaba con las curvas que su ropa mojada estaba dejándole apreciar y que podía rozar levemente gracias a la chaqueta que estaba abrochando. Tal vez si la pelirrosa se fijase un poco más en él, vería sus pupilas levemente dilatadas y notaría su respiración acelerada, después de todo, sigue siendo humano y tiene deseos carnales, como todos los demás. Más tratándose de Eve.

Regalándole 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠 al 𝔇𝔦𝔞𝔟𝔩𝔬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora