1. Flor de cerezo

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Chrollo no estaba demasiado acostumbrado a salir bajo la cegadora luz del día. Siempre prefirió andar por las calles de la inmensa Yorkshin bajo el foco lunar y las pequeñas estrellas, momento perfecto para robar cualquier cosa sin que nadie se entere. Pero en esa ocasión no era necesario robar nada, sino que más bien se había tomado ese día como descanso, así que decidió buscar un banco en un parque para relajarse y comenzar con alguna de sus lecturas pendientes.

Observó con cautela la zona a la que sus pies habían llegado instintivamente. Era un pequeño claro en medio de los cerezos en flor que había, y justo en medio, había un banco. El de cabello azabache no desperdició ni un segundo y aprovechó que no había nadie para sentarse en este, puesto que además de ser un lugar hermoso, estaba bastante alejado de los ojos cotillas que ya lo habían estado observando meticulosamente desde su llegada.

Se acomodó en aquel viejo pero bien cuidado banco de madera, con cuidado de no manchar el traje que llevaba puesto -sus compañeros le habían dicho que con su ropa habitual iba a llamar demasiado la atención- y seguidamente abrió el libro de la Metamorfosis de Kafka, sumergiéndose por completo en una lectura que duraría horas.

Si al menos supiera lo que le esperaba.

En tan solo unos segundos, un pequeño perro, un Yorkshire, se había subido al banco y lo observaba con curiosidad. Chrollo no pudo evitar despegar la vista de su lectura hacia el perro, mirándolo también con curiosidad y acariciándolo un poco mientras que decidía qué hacer con este pequeño. Era un cachorrito con un pelaje muy suave y bien cuidado, sus ojos no paraban de brillar y un collar rojo se encontraba alrededor de su cuello, con una chapita de una flor. En el centro de la chapita, se encontraba grabado: Aka.

- Mmm...¿conque te llamas Aka, eh? Tu dueño debe de estar preocupado por ti, deberías volver- habló Chrollo con su habitual tono de voz, a lo que el perro le dio un pequeño ladrido y se bajó del banco, corriendo hacia adelante bajo la atenta mirada del ladrón.

No corrió porque el hombre le había dicho que volviese, no. Corrió porque su dueño estaba allí, frente al Lucilfer.

Chrollo jamás hubiese pensado que existía tanta belleza en una sola persona. Pero para él, la muchacha que estaba ante sus ojos resplandecía cual joya preciosa. Tenía un largo cabello rosa brillante, comparable con el hermoso rosa de la flor de cerezo, su rostro parecía haber sido tallado por una mano divina, con sus mejillas redonditas y sonrosadas de probablemente tanto correr, sus labios rojizos como cerezas, y sus ojos ¡oh! Sus ojos eran la mayor obra de arte que Chrollo jamás haya visto. Casi parecía que en vez de ojos poseía dos esmeraldas llenas de vida y brillo. Incluso su ropa la hacía parecer mucho más perfecta, llevando un vestido blanco de hombros caídos, cintura ceñida y que le llegaba a los tobillos. La imagen en conjunto era de una muchacha joven, hermosa, casi asemejándose a un ángel más que a un humano, y que había causado que el corazón del ladrón diese un vuelco y tres saltos.

La muchacha pronto se dio cuenta del hombre sentado del banco, y, como era de esperarse, saltó de golpe.

- ¡L-lo siento mucho, no sabía que había alguien aquí!- su voz era armonía para Chrollo, no lo creyó posible, pero se sintió como si fuese transportado a las puertas del Paraíso, con la suave voz de la de cabello rosa como coro de ángeles.

- No pasa nada, yo ya me iba- por una vez en su vida, Chrollo tuvo la necesidad de escapar, de huir lo más lejos posible y enterrarse vivo, aún si eso implicaba dejar de actuar tan analíticamente y dejar que sus impulsos por una vez tomasen el control de su cuerpo.

Regalándole 𝑓𝑙𝑜𝑟𝑒𝑠 al 𝔇𝔦𝔞𝔟𝔩𝔬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora