II

519 69 15
                                    

«Norcoreano». Aquella palabra sobresaltó a JunMyeon. Una de las razones por las que lo había elegido como donante había sido su orgullo por su origen norcoreano. Le resultaba exótico y sugerente, y era una cultura con una magnífica historia imperial que se seguía manteniendo hasta ahora como la realeza británica y española. Siempre le habían atraído esa clase de cosas.

Y era innegable que SeHun tenía los ojos del mismo chocolatino, con un toque rojizo, que su hijo.

—No quiero molestarlo, solo quiero conocer a mi hijo. Como su otro padre, estoy seguro de que podrá imaginarse lo que es saber que tiene un hijo en alguna parte y que no lo conoce. —dijo SeHun mirando emocionado a Eun-woo—. Una parte de su corazón, de su alma, está ahí fuera por el mundo, sin usted.

A JunMyeon se le encogió el corazón. Sus palabras lo emocionaron. ¿Cómo podía negar el derecho de su hijo a conocer a su padre?

La actitud de SeHun se había dulcificado, al igual que sus palabras. El instinto maternal de JunMyeon ya no lo urgía a echarlo de allí. En vez de eso, sentía la necesidad de ayudarlo.

—Será mejor que entre. —ofreció JunMyeon derrotado ante lo innegable.

SeHun cerró la puerta y siguió a JunMyeon por el pasillo hasta un luminoso salón lleno de juguetes esparcidos por el suelo y el gran sofá beige.

Una mezcla de extraños sentimientos y emociones tensaban sus músculos. Había ido hasta allí movido por un sentido del deber, ansioso por atar un cabo suelto y evitar en el futuro problemas de sucesión.

Se había preguntado cuánto dinero tendría que ofrecerle para que le diera al niño. Todo el mundo tenía un precio, por alto que fuera, y estaba convencido de que él podía procurarle al pequeño una buena vida en un entorno lleno de amor.

Entonces, se había encontrado con aquellos enormes ojos chocolatados como el suyo llenos de inocencia infantil. Algo había explotado en su interior en aquel instante. Aquel era su hijo y enseguida había sentido una fuerte conexión con el niño. El hermoso doncel había vuelto a dejarlo en el suelo y el pequeño se había acercado gateando hasta él. Bajo la atenta mirada de JunMyeon, el bebé había vuelto a aferrarse a su dedo, haciendo que se le encogiera el corazón.

—¿Cómo se llama? —pregunto nuevamente SeHun porque JunMyeon no había llegado a contestar la pregunta.

—Kim Eun-woo. —respondió JunMyeon sobándose la sien y pronunció las palabras lentamente, todavía reacio a que invadiera su intimidad.

—Hola, Eun-woo. —dijo SeHun sin poder evitar sonreír.

—Hola. —contestó el pequeño mostrando sus primeros dientes.

—Ha dicho hola. —exclamó JunMyeon emocionado—. ¡Ha dicho una palabra!

—Pues claro, está saludando a su padre. —respondió SeHun con orgullo y el pecho se le ensanchó de orgullo, aunque su único mérito era haberle transmitido la mitad del ADN. Se avergonzó de haber entregado algo tan preciado como la semilla de la vida por un puñado de dólares.

Miró a JunMyeon. Diez años atrás, había tenido sus motivos para donar su semen, pero ¿qué lo había llevado a JunMyeon a comprarlo? En sus primeras indagaciones, había descubierto que Kim JunMyeon trabajaba en la biblioteca de una universidad restaurando libros. Esperaba dar con un solterón maduro y desgarbado. Sin embargo, se había llevado una sorpresa.

JunMyeon era un doncel demasiado guapo para haber tenido que recurrir a un banco de semen. Tenía el pelo castaño rojizo y lucía una melena corta. Las pecas salpicaban su nariz y sus ojos marrones claros eran grandes y despiertos. Tal vez su marido fuera estéril.

UN LEGADO INESPERADO-SEHODonde viven las historias. Descúbrelo ahora