𝟥𝟣. 𝑀𝒾 𝒿𝓊𝑒𝑔𝑜 𝒻𝒶𝓋𝑜𝓇𝒾𝓉𝑜

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Al final, Valeria no conoció al príncipe Alberto

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Al final, Valeria no conoció al príncipe Alberto. De cerca no le parecía tan interesante y lo que más le llamó la atención, fue las miradas de odio que compartía con Charlie. El piloto no quiso soltar prenda de porqué el soberano monegasco lo miraba con esa inquina.

Después de la cena, permanecieron el tiempo de rigor que marcaba el protocolo. Valeria y Carlos abandonaron el Casino esquivando como pudieron, a Aless y a sus espías.

Darcy, Diana y Charles si que se fueron a uno de los clubs de moda de Mónaco a seguir con la fiesta.

El piloto y su ingeniera estaban ya en el ático del monegasco. En la habitación que ambos compartían. Valeria se acercó a Carlos, el cual estaba quitándose la chaqueta y deshaciéndose del nudo de la corbata. Puso sus manos en su pecho y las subió lentamente hasta agarrar las solapas de su camisa. Su intensa mirada se clavó en la suya a la vez que sus dedos acariciaban con lentitud su cuello.

- ¿Recuerdas que te he dicho que te iba a castigar? -le dijo ella mojándose de nuevo los labios

- No lo he olvidado. Es más, lo estoy deseando

Carlos bajó su boca para unirla con la de ella, pero se encontró con la oposición de Valeria, la cual echó su cabeza hacia atrás en el preciso momento que sus labios iban a hacer contacto. Él soltó una sonora carcajada mirándola de una forma muy intensa.

- No vas a tocarme Carlos

- ¿Ese es mi castigo? - enarcó una de sus cejas a la vez que una pequeña sonrisa salía de sus labios

- Parte de tu castigo

Valeria le quitó la corbata del cuello con un lento moviendo mientras lo empujaba  con  suavidad hasta tenerlo sentado en una de las sillas de la habitación. Se mordió los labios con deseo y se dio la vuelta hasta ponerse detrás de Carlos. Tocó uno de sus hombros deslizando la yema de  sus dedos por su cuello. La piel de Carlos se erizó. Todo su cuerpo sufrió una convulsión con ese toque. Con el de las yemas de sus dedos que se hundían entre  los mechones de su cabello. Valeria agarró su pelo tirando de él hasta hacer que Carlos se girara. Su boca estaba a pocos centímetros de la suya y él se moría por probar esos rojos labios de fuego. 

 

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