𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝒕𝒓𝒆𝒊𝒏𝒕𝒂

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¡Advertencia!

La primer parte de este capítulo tiene contenido explícito que puede no gustarle a todo el público. Si no desean leer, pueden saltarse esa parte hasta el primer separador.

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Poco a poco abrió los ojos, notando al instante que ningún tipo de claridad le cegó la vista. Dirijió sus orbes curiosos hacia a ventana que dejaba entrar una suave corriente de aire fresco, notando que el cielo aun estaba bañado por un manto negro-azúl de hermosas estrellas. Algunos autos pasaban por la calle, iluminando tenuemente de amarillo y naranja la habitación.

Bostezó, tomando su celular para mirar la hora. Seis a.m. Maldijo en sus pensamientos, y se removió en la cama sintiendo una incomodidad entre sus piernas que le hizo rodar los ojos.

Generalmente dejaba que sus erecciones matutinas bajaran solas, aunque era bastante incómodo. Pero tenía tantas ganas de continuar durmiendo que sin divagar mucho una mano se coló por debajo de sus boxers. El solo roce de sus frios dedos le hizo jadear bajito. Tocó desde el tronco a la punta de su falo, intercambiando los dedos que marcaban el camino, y con el índice trajo la piel que rodeaba el glande hacia atrás.

Volvió a jadear, siendo lo más silencioso posible. Moriría de saber que Jieun le pudiera oír.

Su mano envolvió totalmente su miembro, y comenzó un tortuoso vaivén. No acostumbraba a tocarse, opinaba que la masturbación era una práctica asquerosa e inmoral en su totalidad. Y aún con ese sentimiento de culpa, continuó con su labor.

Tragó saliva, puesto que sabía que debía haberse corrido ya y su cuerpo no ayudaba. Intentó pensar en algo, chicas o parejas besándose... pero no funcionó, y su mente traicionera lo llevó al unico lugar que estaba evitando ir.

Visualizó a su vecino. Su espalda, su cintura estrecha, sus piernas y trasero, sus manos y largos dedos. ¡Oh, Jesús, sus dedos largos! Se mordió el labio, olvidando por conpleto otro sonido que no fueran sus propias quejas, las cuales dejó de silenciar sin darse cuenta. Elevó sus caderas pensando en que eran las manos de Kim las que envolvían su pene, finalmente logrando soltar toda su esencia de a corritos.

—Que asquerosamente... plcentero—aceptó para si mismo en un debil susurro. Sentia su abdomen bajo y sus manos pegajosas, y estaba decidido a ponerse de pie para limpiar tal desastre pero su madre abrió la puerta.

Rápidamente se cubrió con las mantas, bajo la confundida mirada de su progenitora.

Qué mujer más inoportuna, dios, pensó para sus adentros.

—¿Jeongguk? Mi amor, me voy al trabajo.

—Es-está bien ma-mamá.

—¿Te sientes enfermo, hijo?—frunció el ceño, amagando a adentrarse a la habitación.

Me siento demasiado enfermo, de hecho. Suspiró, negando, y ella dejó de caminar. Jeongguk se sentó en la cama y le explicó que había dormido en boxers por comodidad, agregando que tenía ganas de orinar y si ella no salia de la habitación su vejiga iba a explotar, en otras palabras.

Viles mentiras, por supuesto; pero ella se retiró, el pudo limpiarse, y dormir hasta tarde.

Viles mentiras, por supuesto; pero ella se retiró, el pudo limpiarse, y dormir hasta tarde

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𝗘𝗹 𝗵𝗶𝗷𝗼 𝗱𝗲 𝗹𝗼𝘀 𝗞𝗶𝗺 ミ 𝗧𝗮𝗲𝗚𝗴𝘂𝗸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora