Zhan se burlaba al ver el estado deplorable de Yibo. En realidad no lo era tanto, pero para alguien que había llegado con zapatos con tacón a un sitio donde el lodo podía abundar. Debía significar mucho.
Yibo al verlo con esa sonrisa descarada no se contuvo. — ¿Qué hace este tipo acá? Saquenlo ahora mismo de mi casa. Es un delincuente.
— Con gusto. — Zhannse bufó. Pero más allá de ello no podía tomar ni una sola palabra en serio del rubio.
— Señor, es su empleado. — Yifei trató de conciliar con una risa nerviosa y miró a Zhan de forma fulminante, porque por encima de todo Yibo era su jefe. — El no se puede ir. Es quien ha estado a cargo de todo aquí en la hacienda. Era la mano derecha de su padre.
— ¿Mi empleado? — El rubio lo miró de arriba a abajo. — ¿Este monumento al mal gusto? Es imposible que sea empleado mio, vistiendo como si hubiera pasado un apocalipsis y ningún diseñador hubiera sobrevivido. ¿Qué esperan para sacarlo de aquí?. Es demasiado desagradable para mis ojos. Incluso si es mi empleado, ya no lo es más. Nadie podría tomarlo en serio con ese outfit.
— No tiene que sacarme. — Zhan sonrió sarcásticamente y le hizo una venia. — Yo me voy por mis propios medios.
— Xiao Zhan! — Regañó Yifei.
— ¿Qué quiere que haga? El príncipe de Mónaco me ha echado.
— No puedes ponerte a su nivel. Ayudalo. Y tú deja de ser tan ridículo.
— No hay manera de que pueda ponerme a su nivel. — Zhan miró por encima del hombro enfatizando que Yibo tenía varios centímetros menos de estatura.
Con la mirada afilada Yibo retó al otro hombre.
— Mi niño! Ayudenlo por favor. — Yifei se dirigió a los demás empleados de la hacienda ya que no sabía bien como había sido el primer encuentro entre ambos, pero Zhan estaba tan reacio.
Yibo se quitó la chaqueta con ayuda de la mujer, todo su cuerpo estaba mojado. La camisa negra de seda un poco brillante que tenía debajo se había adherido a su piel.
Zhan se descubrió a su mismo recorriendo la silueta del cuerpo del rubio por lo que frunció el ceño y dirigió su mirada a otro lado... Molesto. No había nada para ver.
— Zhan, lleva la maleta del señor.
— No.
El pelinegro la tomó.
—¿Zhan? — Los ojos de Yibo se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de algo. — Nana... ¿No me digas que ese idiota es el capataz de la hacienda?
— Ay mi niño. — La mujer se sentía en confianza para apretarle las mejillas y Yibo no se molesto. — Zhan es un buen muchacho, y conoce la hacienda incluso mejor que tu padre.
El rubio suspiró. — ¿No hay nadie más que pueda guiarme? De verdad. Sólo lo he visto un par de minutos y no lo soporto.
— El no es así. Conozcalo y verá.
—Jum... Nana, pues dile a tu Zhan que se comporte, por ahora...— Yibo miró el cuerpo alto y musculoso del otro hombre. — Por ahora solo quiero dormir. Me duelen mis pestañas...
— Son muy bonitas.
— Gracias nana. Tu siempre sabes que decir.
— ¿Quiere algo de comer?
—¿ Tienen sushi o algo así?
— ¿Sushi?
Yibo sonrió. — Ah... Tráeme lo de siempre. No te preocupes, solo me antojé. Era bromita, nana.