17. Las reglas de una cita sin reglas

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Recorrí con la mirada la estancia mientras Nay cerraba la puerta. Habíamos subido al ático de un edificio de viviendas enorme. Una especie de estudio donde estaba todo prácticamente en una sola habitación, pequeño, pero suficiente para vivir. Contemplé las estanterías repletas de adornos, fotos y las típicas chorradas que compras en los viajes que luego nunca usas.

—Nay —Me volví hacia el chico con recelo—. Eres consciente de que alguien vive aquí ¿No? —El chico soltó una especie de bufido mientras dejaba sus cosas en el sofá de mala manera, con unas confianzas sospechosas.

—Tranquilízate novato. No le he robado a nadie sus llaves si es lo que estas pensando —Con un gesto malhumorado (Como si intentase espantar a una mosca o algo por el estilo) señaló a un punto indefinido de la habitación—. Deja tus cosas por donde quieras. No creo que podamos coger la caravana de vuelta al camping esta noche. 

Permanecí un rato inmóvil observando mi mochila con indecisión y confusión, pero al final acabé por encogerme de hombros y dejarla en una esquina "Será mejor que te dejes llevar". Antes de que pudiese decir nada más Nay abrió una puerta de cristal que daba al exterior de la vivienda, me agarró y tiró de mi para que saliese. Todo lo pequeño que tenía el estudio lo tenía de grande la terraza. Nada más pasar entendí que era lo que Nay quería enseñarme. 

Era un mirador enorme desde el cual se podía ver prácticamente toda la ciudad de Berlín. Maravillado me acerqué al borde y me incliné ligeramente para ver mejor. Todo, se podía ver todo: La puerta de Brandenburgo, la enorme cúpula de cristal del Reichstag, los museos, el río. Era como hacer una visita a toda la ciudad, solo que desde lo alto y de una sola vez. Nay se apoyó en la barandilla a mi lado sin decir nada, mirando también la ciudad. Por un momento me recordó la escena de hace ya casi un mes. Cuando Crystal me había llevado a aquella extraña azotea solo para que pudiese encontrarle. Me mordí el labio para ocultar una sonrisa nostálgica. Ese día había demostrado que mi capacidad para iniciar conversaciones era nula, pero lo había hecho y ahora estaba aquí. 

—Gracias  —El peliazul no hizo ningún signo que diese a entender que me había escuchado, pero sabía que lo había hecho y también sabía que lo había entendido. Así que no añadí nada más. Nos mantuvimos un rato en silencio. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos mientras mirábamos a las personas pasar por debajo, tan lejos que parecían de otro mundo. De repente Nay hizo un débil sonido de exclamación. Como si se acabase de acordar de algo. Con curiosidad le seguí con la mirada disimuladamente mientras rebuscaba en una bolsa que parecía haber comprado mientras le esperaba en aquella extraña plaza. Cuando por fin sacó lo que buscaba, lo extendió hacia mi y habló con naturalidad.


—Un pretzel —No pude evitar entrecerrar los ojos con recelo. Sabía lo que era. Una especie de bollo con forma de lazo típico de aquí. Lo había visto en la tele y por las tiendas, pero esa repentina amabilidad del chico no me inspiraba confianza. Nay mantuvo el extraño bollo en alto unos segundos hasta que al final acabó bufando y agarrando mi mano me obligó a cogerlo a la fuerza.

—No me mires así Novato. No está envenenado ni nada por el estilo —Apartó la mirada aún con un mohín malhumorado en el rostro—. Solo pensé que no sería divertido dejarte morir de hambre cuando se supone que estoy a tu cargo —Preferí dejar pasar eso de " Estar a mi cargo" y me apoyé con los codos en la barandilla de la terraza sin apartar la vista del "petrsel" o como sea que haya dicho que se llama (Los alemanes pusieron nombres a las cosas un día que estaban cabreados ¿o qué? A mi todo me suena a mala hostia).


 Al final opté por probarlo. Dubitativo di el primer bocado y solté una exclamación repentina. Pegando un bote me alejé del bollo como si quemase. A mi lado Nay se alteró por mi moviendo brusco con... ¿preocupación?

La vida es AburridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora