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— ¡Es su cumpleaños, Felipe! Por el amor de Dios, tiene que saberlo.
— No quiero decirle nada aún, es pronto.
— Han pasado dos semanas desde que lo descubriste, ya es hora de enfrentar la verdad. Maldita sea —maldijo, nervioso—. No quiero estar entre vosotros dos.

Estaban tan enfrascados en la discusión que no se dieron cuenta de que Anahí acababa de abrir la puerta con una bandeja con dos tazas de café, un té y galletas de mantequilla para los tres.

— Nadie te ha pedido estar entre los dos.
— Ah, ¿no?¿Qué me dices de eso de que querías que me casase con ella? Que querías un nieto... ¡Tienes que decirle a Anahí que es tu hija!

La bandeja que tenía entre las manos desapareció, golpeando con fuerza contra el suelo del despacho y haciendo añicos las tres tazas y el plato de galletas. Alfonso se giró sobresaltado y Felipe abrió los ojos asustado ¿Cuánto habría oído?

— Annie... —susurró Alfonso, acercándose a ella con la mano extendida— ¿Estás bien?
— Anahí —dijo a la vez Felipe, su... Su... Padre...

Anahí negó con la cabeza, caminando hacia atrás hasta chocarse con la pared. Tenía la cara petrificada por la sorpresa y le costaba respirar profundamente, sintiendo que el aire no le llegaba a los pulmones. No podía ser posible, ese hombre no podía ser su padre. No. Había vivido con Felipe desde que su madre había muerto, había confiado en dos desconocidos que decían conocer a su madre, había dejado de trabajar en el restaurante y en las casas para empezar a trabajar como secretaria de Alfonso... ¿Desde cuándo sabía que era su padre?¿Desde cuando lo sabía Alfonso? ¿Estaba con ella por órdenes de su padre? La habían engañado, habían jugado con ella y con sus sentimientos. Los odiaba. Los odiaba como nunca había odiado a nadie.

Alfonso estaba a punto de tocarla cuando reaccionó y se alejó de él tan rápido como pudo.

— No. Ni se te ocurra tocarme, Alfonso.

Salió corriendo de la casa, dejando atrás a ambos hombres, con los ojos empañados en lágrimas y el corazón acelerado. Corrió tanto como sus piernas se lo permitieron y sus pulmones empezaron a dolerle por el esfuerzo. Había dejado atrás la hermosa casa de Felipe en la que había vivió las últimas semanas, las calles que había recorrido mil veces con Alfonso, los vecinos que había saludado amablemente... Todo parecía un cuento, un sueño del que acababa de despertar.

— ¡Joder! —gritó Alfonso, golpeando la mesa con la mano abierta para después pasársela por el pelo— ¡Te dije que debías decírselo!
— ¡Y mira como ha reaccionado! Si tan solo hubieses esperado...
— ¿A qué?
— Había invitado a Rubén de nuevo, cuando vio a Anahí noté algo extraño en él pero no ha sido hasta la semana pasada que se me pasó por la cabeza la posibilidad de que él tuviese algo que ver en mi separación con Amanda. Pensaba enfrentarme a él para después hablar con Anahí y contarle lo que había pasado.

Alfonso abrió la boca para volver a cerrarla segundos después ¿Rubén? Como si lo hubiesen invocado, el timbre sonó en toda la casa, anunciando que el invitado había llegado.

— Ve a buscarla, por favor. Yo atenderé a Rubén.

Alfonso asintió en silencio antes de salir corriendo de la estancia. Se montó en el coche y, tras conectar el teléfono, activo el comando de voz.

— Llamar a MiAnahí.

Los tonos sonaron en todo el coche mientras Alfonso conducía mirando para todos lados, pero no consiguió que respondiese, ni la encontró en ningún rincón.

— ¿Desde cuándo lo sabías, Rubén?
— ¿Qué cosa?
— Que Anahí es mi hija.
— ¿Estás seguro?
— Muy seguro —tiró las pruebas sobre la mesa—. No creo que merezcas justificaciones, pero aquí las tienes ¿Sabías que Amanda estaba embarazada cuando me dijiste que se acostaba con otros?
— ¡Por su puesto que no!¿Cómo iba yo a saber tal cosa?
— ¿Y cómo sabías que se acostaba con otros?
— ¿De qué me estás acusando, Felipe?
— No sé, ¿quieres contarme algo?
— Te ha ablandado su cara bonita y su cuerpo de escándalo ¿eh? La verdad es que en eso ha salido igual que la madre. Una put...

Felipe se levantó con fuerza y agarró a su amigo del cuello de la camisa, haciéndole callar.

— Mucho cuidado con lo que dices, estás hablando de mi hija y de la mujer a la que amé.

Rubén rió de nuevo, calmado.

— ¿La mujer que amaste?¿Qué vas a saber tu de amor?
— ¿Qué qué sabré yo?¡Qué sabras tú!
— ¡Yo la amaba!

Felipe abrió la boca demasiado sorprendido para poder responder a lo que acababa de escuchar. Ruben lo miró con los ojos muy abiertos y la respiración entre cortada. La amaba...

— ¿Qué...?
— Me enamoré de ella a primera vista —suspiró—, pero la descubrí de tu brazo a los pocos minutos... Acababas de empezar con ella, ¿te acuerdas cuando nos la presentaste? Iba tan guapa... Cuando la vi sola pensé que tenía alguna posibilidad, pero cuando os vi juntos... Supe que no tendría ninguna oportunidad —bajó la cabeza, triste—. Era horrible veros juntos todos los días, besándoos, abrazándola... Estaba muerto de celos y pensé... Pensé...
— ¿Qué pensaste? ¿Qué no me enteraría?
— Pensé que si te decía que había visto a Amanda con otros la dejarías y podría tener mi oportunidad con ella —confesó—. La fui a ver después de un mes pero no me dijo nada del embarazo, tampoco tuve ninguna oportunidad. Era increíble lo mucho que te amaba, incluso después de romperle el corazón y decirle que te casarías con otra. Me confesó que creía que le pedirías matrimonio aquel día, no que la dejarías, pero que deseaba que fueses feliz, aunque no fuese con ella.
— No...
— Lo siento tanto... Me cegaron los celos. Si yo no era feliz, ¿por que vosotros si? No sabía que estaba embarazada, si lo hubiese sabido...
— ¿Habría cambiado algo? —preguntó, dolido— He perdido mucho tiempo con mi hija, ¿entiendes eso? Con mi hija y con Amanda ¡Ni siquiera he podido hablar con ella después de enterarme de todo!¡Murió pensando que no la amaba!

Felipe sentía como todo su cuerpo se tensaba y calentaba. Estaba apretando los puños y los dientes con tanta fuerza que empezó a pensar que se rompería de un momento a otro. Rubén lo miraba serio, con los ojos llenos de lágrimas y los labios en una fina línea.

— Fuera —susurró, apuntando hacia la puerta—. No quiero volver a verte.
— Pero Felipe...
— ¡Vete antes de que te parta la cara con un puñetazo!

Rubén abrió la boca durante unos segundos para volver a cerrarla sin decir nada. Asintió sin hablar y se alejó lentamente hacia la puerta, mirando hacia atrás cada pocos pasos, con la esperanza de que Felipe cambiase de opinión. Cuando vio que eso no iba a pasar, agarro el picaporte de la puerta y suspiró.

— De verdad que lo siento, Felipe. Ojalá algún día puedas perdonarme.

Salió de allí sin esperar una respuesta. Felipe lo observó desde la ventana, subiéndose a su coche y alejándose de su casa con rapidez. Sentía como su corazón se había cada vez más pequeño y palpitaba con debilidad. Llamó a su ama de llaves y se dejó caer sobre una silla, con la mano en el pecho.

— Después de tanto tiempo —tembló Anahí frente a la tumba de su madre con lágrimas en los ojos—, ¿por qué no me lo dijiste?¿Por qué nunca me hablaste de mi padre?¿Por qué ha aparecido ahora en mi vida? Si al menos te tuviese a ti...

Suspiró, limpiándose las lágrimas y acariciando la pequeña lápida con el nombre de su madre.

Las palabras de su madre resonaron en su cabeza como si le estuviese contestando en ese momento:

— Te quiero mucho Anahí, y todo lo que hice fue por ti y para ti. Recuérdalo.

Ella ya sabía que todo lo había hecho por ella, siempre lo había sabido. Pero seguía sin entender porqué no le había dicho nada de su padre y como él había aparecido justo después de la muerte de su madre.

Unos pasos tras ella le hicieron girarse.

— Annie...
— No quiero verte —murmuró, limpiándose las lágrimas para que no la viese llorar.
— Tu padre...
— No me nombres a Felipe.
— Llevo horas buscándote. Es importante.
— ¿Importante?¿Qué mas puede decirme? Ya he descubierto que soy su hija, no entiendo que más puede ser...
— Le ha dado un infarto, me acaban de llamar. Le están llevando al hospital.

Hija ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora