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Una semana después, Anahí despertó por el ruido que hacía el timbre en su casa. Al principio iba a ignorarlo pero, cuando tocaron con más insistencia que antes se levantó, de mala gana, y fue hacía la puerta con los ojos medio cerrados.

— ¿Quién llama así? Y a estas horas... —dijo sin mirar siquiera quien estaba del otro lado.
— ¿Te he despertado?

Alfonso parecía sorprendido. Anahí estaba frente a él con un simple y corto camisón negro, el pelo revuelto, los labios hinchados por dormir y los ojos medio cerrados. Había pensado ir antes, pero Felipe lo había entretenido tanto tiempo con tantas cosas que no le parecía bien presentarse cuando terminaba el día, aunque si hubiese ido de noche a lo mejor... Anahí bostezó, sacándole de sus pensamientos.

— ¿Qué haces aquí? No tengo ni ganas, ni humor para discutir contigo. Además, hace frío —se abrazó a sí misma, haciendo que sus pechos subiesen ligeramente y se juntasen, consiguiendo que Alfonso mirase, perdiendo la noción de contestar— Alfonso...
— Si, me... Me gustaría hablar —volvió a subir la vista, sonriendo—. Por cierto, lo lamento mucho.
— Gracias —suspiró cansada, dejándole pasar—. Pasa, me estoy quedando helada por tu culpa y si no te dejo hablar vas a terminar quemando mi timbre.

Alfonso se sentó en el sofá, siguiendo con la mirada a Anahí, que se dirigió hasta su habitación para ponerse algo de abrigo. Miró a su alrededor y vio una foto que llamó su atención, estaba en la parte opuesta al pasillo, así que el primer día no la había visto. Se acercó a ella y la miró detenidamente, era Anahí, claramente, con unos cinco años menos, pero igual de hermosa. Estaba sonriente junto con otra mujer con el pelo castaño, debía de ser Amanda. Ambas parecían felices y llenas de vida.

— Fue poco antes de enterarnos que tenía cáncer —dijo detrás de él, suspirando—, hace tres años.
— ¿Llevaba tres años...? —Anahí asintió.
— Pero fue este último año cuando empeoró tanto... Hasta hace nada estaba aquí, de un lado para otro, cantando y riendo...
— Lo siento mucho —acarició su mejilla, produciendo un largo silencio.
— Si. Bueno, has venido a hablar, ¿no? —Alfonso asintió— Pues empieza —volvió a bostezar, haciendo a Alfonso sonreír.

En realidad no sabía cómo empezar, no podía decirle directamente que su madre había enviado una carta a Felipe diciendo que era su hija, que no la dejase sola en el mundo. Y menos ahora, por lo poco que sabía, Anahí no sabía nada de su padre, más allá de que tuvo una relación con su madre y la dejó porque debía casarse. Eso le había contado Amanda el día que fue a verla y, más o menos, corroboró la historia cuando Anahí no se inmutó al escuchar el nombre de su supuesto padre. Anahí abrió los ojos mucho, esperando impaciente que comenzase a hablar. Alfonso carraspeó y, mirándola fijamente, empezó a hablar.

— Verás, vengo porque Felipe me ha enviado.
— ¿Y qué quiere? Ni siquiera nos conocemos, solo me dio el pésame cuando...
— Era un muy buen amigo de tu madre.
— Jamás escuché hablar de él.
— Quiere ofrecerte un trabajo.
— ¿A mi? —lo miró extrañada.
— Si —asintió—, dice que hace años le prometió a tu madre que si le pasaba algo te daría un trabajo y un hogar.
— Ya tengo un hogar.

Pero no lo tenía, porque debía ya casi un año de retraso en los pagos y, si seguía así, le empezarían a embargar cosas, incluso la casa. Así que, puede que si trabajaba un tiempo para Felipe, pudiese volver a pagar su casa pronto.

— Y de qué es el trabajo, si puede saberse —Alfonso sonrió.
— Te encargarás de servir las comidas y las cenas.
— ¿Solo?
— Exacto —asintió de nuevo— como si trabajases en el restaurante, con un muy buen sueldo y solo para un par de personas.
— ¿Felipe y...?
— Yo, suelo pasar allí el día.

Hija ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora