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Alfonso pasó la cena observando los movimientos de Mía. Sonreía a los clientes, charlaba con ellos como si fuesen amigos y siempre estaba atenta por si alguien la necesitaba. Parecía estar muy cansada, aunque siempre tenía una sonrisa en sus labios. En sus preciosos y carnosos labios. Estaba ligeramente maquillada, haciendo que sus ojos y labios resaltasen. Alfonso pensó que era verdaderamente atractiva, su cara parecía la de un ángel, pero su cuerpo estaba totalmente hecho para el pecado. Sus pechos, abundantes, perfectamente definidos con esa camisa, hacían resaltar más sus curvas. Sus piernas eran rápidas y ágiles, además de largas y tonificadas. No era baja, pero, al estar a su lado, había descubierto que todavía le sacaba algo más de una cabeza incluso con los tacones que llevaba. Sonrió, mirándola de nuevo de pies a cabeza, y después, levantó la mano.

— ¿Cómo estaba todo?
— Muy bueno, Mía —sonrió al ver que pegaba un pequeño saltito al escuchar el nombre que tenía en el restaurante.
— ¿Café, té, licor?
— Un café, por favor, solo.

Anahí asintió y se alejó lo más rápido que pudo. Llevaba nerviosa desde que él había entrado en el restaurante y, el simple hecho de que no le quitase los ojos de encima, la inquietaba a la vez que le gustaba. ¡Cómo no le iba a gustar! ¡No había visto a un hombre tan atractivo en su vida!

— Seguro que ese tal Alfonso —susurró, después de pedir el café en cocina—, no le llega ni a la suela de los talones al señor Felipe Portilla.

Suspiró. Le había gustado desde que sus ojos se posaron en él. Alto, atractivo, con el cuerpo atlético envuelto en un traje negro perfecto, sin corbata, con una sonrisa hermosa, un pelo sedoso y negro como el carbón y unos ojos verdes y profundos que hipnotizaban. Sacudió su cabeza, preparó la bandeja con el café y el azúcar, y salió de nuevo.

— Gracias, Mía —volvió a repetir su nombre, y Anahí sintió como las piernas le flaqueaban.

¡Ni siquiera era su verdadero nombre! Sonrió y se alejó de la mesa lo más rápido que pudo. No quedaba mucho para que se fuese y no volviese a verle en la vida, no podía pensar en hombres cuando su madre estaba así. Alfonso levantó su brazo al rato, haciendo una señal con la mano para que le llevase la cuenta.

— Gracias —sonrió Anahí al recoger la bandejita con el dinero.
— Preferiría que me dieses tu número de teléfono, Mía.

Anahí se tensó en ese momento, le habían pedido el teléfono en muchas ocasiones, pero nunca le había importado tanto como ahora. Vaciló unos segundos, mirando a Alfonso, y después negó, sonriendo.

— No puedo.
— ¿Qué problema hay?
— No se me permite —se limitó a decir—, lo siento mucho.

No volvió a ver a Alfonso, aunque fue uno de los últimos en irse, Anahí no volvió a salir de la cocina alegando que tenía que ayudar para terminar antes. Cuando terminó de trabajar, ya era cerca de media noche. Salió del restaurante, despidiéndose de sus compañeros con la mano, y comenzó a caminar rápido, dirigiéndose a su casa. Estaba cansada, y seguía aturdida por lo que había pasado. Llevaba un rato caminando, cuando escuchó unos pasos detrás de ella. El corazón empezó a irle muy deprisa, tanto que parecía que se iba a salir. Giró un poco su cabeza, intentando ver a la persona que iba tras ella, pero estaba demasiado oscuro para reconocerla. Buscó en su bolso el spray de pimienta que llevaba siempre con ella, por si algo de esto pasaba. Solo tendría que encontrarlo, girarse rápidamente y rociarle los ojos para que dejase de ver y ella pudiese correr y ponerse a salvo. Ya tenía el spray en la mano cuando una mano se posó sobre su hombro, asustándola.

— Mía —dijo calmado, mientras ella giraba rápidamente y le rociaba con el spray— Ahhhh no veo nada, ¿qué fue eso? ¡Mía! —Alfonso se llevó las manos a los ojos, soltando su hombro justo cuando Anahí lo miraba con los ojos muy abiertos.
— ¡Señor Portilla! —se llevó las manos a la boca— Lo siento muchísimo señor, creía que... Bueno... Estas calles no son las más seguras por la noche.
— Ya veo... ¿Siempre haces esto? —seguía frotando sus ojos— ¿Qué lleva ese spray? ¡Dios!
— Pimienta. Lo siento, yo... Venga conmigo, hay un parque cerca con una fuente.

Hija ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora