𝐶𝑜𝑛𝑞𝑢𝑖𝑠𝑡𝑎𝑟 ²

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El campo de deportes que Jennie llama casa es inexplicablemente grande, tal vez uno de los 'súper-sitios' dobles construidos para una época en que el mayor dilema que enfrentaba el mundo era dónde hacer todas las fiestas. Desde el exterior no hay nada que ver, sólo un óvalo gigantesco de paredes con rasgos distintivos, un arca de concreto que ni siquiera Dios puede hacer flotar. Sin embargo, el interior revela el alma del Estadio: caótico pero aferrándose al orden, como los extensos barrios de Brasil, si hubieran sido diseñados por un arquitecto modernista.

Se arrancaron todas las gradas para dar cabida a una amplia red de rascacielos en miniatura, casas desvencijadas construidas altas y delgadas de forma poco natural para la conservación de los bienes inmuebles. Sus paredes son una mezcolanza de materiales recuperados, una de las torres más altas inicia con hormigón y se vuelve más endeble al levantarse, desde el acero al plástico a un noveno piso precario de tableros de partículas empapadas. La mayoría de los edificios parece que deberían colapsar en la primera brisa, pero toda la ciudad se sostiene con redes rígidas de cable que salen de una torre a otra, sujetando firme la red. Las paredes interiores del Estadio se asoman altas por encima de todo, erizadas de tubos cortados, alambres, clavos y barras de refuerzo que brotan del suelo como una barba incipiente. Unas farolas proporcionan una tenue luz naranja, dejando esta ciudad de nieve ahogada en las sombras.

Al momento en que salgo del túnel de entrada, mi pecho se inflama con el golpe de olor humano. Está a mi alrededor, tan dulce y potente que es casi doloroso, me siento como si me estuviera ahogando en un frasco de perfume. Pero en medio de esta espesa niebla, puedo sentir a Jennie. Su olor característico se asoma por el ruido, gritando como una voz bajo el agua. La sigo.

Las calles son del ancho de aceras, estrechas franjas de asfalto vertidas sobre el antiguo césped artificial, que se asoma a través de los huecos no pavimentados como el llamativo verde musgo. No hay nombres en las señales de tránsito. En vez de enumerarlas con nombres de estados, presidentes o variedades de árboles, muestran simples gráficos en blanco: manzana, pelota, gato, perro; una guía de niños para el alfabeto. Hay barro por todas partes, por el asfalto y acumulándose en las esquinas con el detritus de la vida cotidiana: latas de refresco, colillas, condones usados y cartuchos de balas.

Estoy tratando de no mirar boquiabierta la ciudad como la turista de regiones apartadas que soy, pero algo más allá de la curiosidad pega mi atención a cada curva y azotea. Tan nuevo que es todo esto para mí, tengo una sensación fantasmal de reconocimiento, incluso nostalgia, y mientras camino hacia lo que debe ser calle Ojo, algunos de mis recuerdos robados comienzan a agitarse.

Aquí es donde comenzamos. Aquí es donde nos enviaron cuando las costas desaparecieron. Cuando las bombas cayeron. Cuando nuestros amigos murieron y resucitaron como extraños crueles y desconocidos.

No es la voz de Kai, es la de todos, un coro de murmullos de todas las vidas que he consumido, reunidos en el salón oscuro de mi subconsciente para recordar el pasado.

Avenida Bandera, donde plantaron los colores de nuestra nación, en la época en que todavía existían las naciones y sus colores importaban. Calle Arma, donde establecieron los campos de guerra, planeando ataques y defensas contra nuestros enemigos interminables, Vivos tan a menudo como Muertos.

Camino con la cabeza gacha, manteniéndome lo más cerca de las paredes como puedo. Cuando me encuentro con alguien que viene en dirección contraria mantengo los ojos en línea recta hasta el último momento posible, entonces me permito un contacto breve, para no parecer inhumana. Pasamos rápidamente con asentimientos torpes.

No hizo falta mucho para reducir el castillo de naipes de la civilización. Sólo unas pocas ráfagas y pasó, la balanza se inclinó, se rompió el encanto. Los buenos ciudadanos se dieron cuenta de que las líneas que habían dado forma a sus vidas eran imaginarias y se cruzaban con facilidad. Tenían deseos y necesidades y el poder para satisfacerlas, así que lo hicieron. En el momento en que se apagaron las luces, todo el mundo dejó de fingir.

Mi noviɑ es unɑ zombi (Jenlisɑ ɑdɑptɑtion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora