𝑄𝑢𝑒𝑟𝑒𝑟 ⁷

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-Tienes que hacer un viraje más pronunciado. Casi te sales de la pista cuando giras a la derecha.

Hago girar el volante de cuero delgado y pongo el pie en el acelerador. El Mercedes se tambalea hacia delante, tirando nuestras cabezas hacia atrás.

―Dios, tienes pie de plomo. ¿Podrías tener más cuidado con el acelerador?

Hago una parada desigual, olvido presionar el embrague y el motor se detiene.

Jennie hace rodar los ojos y fuerza la paciencia a su voz.

―Está bien, mira. ―Enciende nuevamente el motor, se escabulle encima y desliza sus piernas a través de las mías, poniendo sus pies sobre mis pies. Bajo su presión, intercambio sin problemas acelerador y embrague, el coche se desliza hacia adelante―. De esa forma ―dice, y vuelve a su asiento. Suelto un silbido de satisfacción.

Estamos cruzando la pista, rodando de un lado a otro bajo el sol de la tarde. Nuestro cabello vuela con la brisa. Aquí, en este momento, en este descapotable rojo caramelo del 64', con esta mujer joven y hermosa, no puedo evitar meterme dentro de la vida más clásicamente cinematográfica de otros. Mi mente se desplaza, y pierdo la poca concentración que he sido capaz de mantener. Me desvío del camino y golpeo el parachoques del automóvil contra una camioneta-escalera, sacando de alineamiento el círculo de la iglesia de los Huesudos. La sacudida lanza nuestras cabezas a un lado, y oigo el chasquido de los cuellos de los niños en el asiento trasero. Ellos gimen en protesta y yo los silencio. Ya estoy avergonzada, no necesito que mis hijos me lo refrieguen.

Jennie examina nuestra abolladura frontal y sacude la cabeza.

―Maldita sea, Lisa. Este era un bonito coche.

Mi hijo se lanza hacia delante en un intento torpe de comer el hombro de Jennie, y me echo hacia atrás y lo golpeo. Se desploma en el asiento con los brazos cruzados, haciendo pucheros.

―¡No muerdas! ―lo amonesta Jennie , aún inspeccionando los daños del coche.

A medida que damos vueltas hacia nuestra terminal de casa, noto la congregación que surge de una puerta de carga. Como un cortejo fúnebre invertido, los Muertos marchan hacia fuera en una línea solemne, dando pasos lentos, laboriosos hacia la iglesia. Un puñado de Huesudos conduce la peregrinación, avanzando con un propósito mucho mayor que cualquiera de los revestidos de carne. Ellos son los pocos entre nosotros que siempre parecen saber exactamente dónde van y qué hacen. No vacilan, no hacen una pausa o cambian de rumbo, y sus cuerpos ya no crecen o decaen. Están estáticos. Uno de ellos mira directamente hacía mí, y recuerdo un grabado de la edad del oscurantismo que he visto en alguna parte, un cadáver en descomposición burlándose de una joven virgen regordeta.

Quod tu es, yo fui, quod ego sum, tu eris.
Lo que eres, una vez fui.
En lo que soy, te convertirás.

Me separo de la fija mirada hueca del esqueleto. Mientras navegamos por delante de su línea, algunos de los Carnosos echan un vistazo hacia nosotros con falta de interés, y veo a mi esposa entre ellos; está caminando junto a un hombre, con las manos entrelazadas. Mis niños la señalan en la muchedumbre y se levantan sobre el asiento trasero, agitando y gruñendo en voz alta. Jennie sigue su mirada fija y ve que mi esposa saluda hacia ellos. Jennie me mira.

―¿Esa es algo así como... tu esposa?

No respondo. Miro a mi esposa, esperando una especie de reprimenda, pero no hay casi ningún reconocimiento en sus ojos. Ella mira al coche, me mira, mira hacia delante y sigue andando, de la mano con un hombre.

―¿Esa es tu esposa? ―pregunta Jennie otra vez, con más fuerza. Asiento―. ¿Quién es ese... tipo con el que está? ―Me encojo de hombros―. ¿Está engañándote o algo así? ―Me encojo de hombros―. ¿No te molesta?

Mi noviɑ es unɑ zombi (Jenlisɑ ɑdɑptɑtion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora